Milagro Sala y la buena revolución.

Pensábamos que íbamos a llegar a un cuartel, lleno de soldados de bota y boina o a algún palacio donde ella, rodeada de eunucos, se bañara en leche de burra. Pensábamos, porque el pensamiento es una práctica adquirida independiente de la experiencia, que nos iban a palpar de armas o a preguntar con prepotencia quien nos mandaba.
Pero no. Nos encontramos con que en Jujuy todos saben quién es ella y donde está. Nos encontramos con un edificio bien puesto en el centro de la ciudad donde nos recibieron con una sonrisa y una predisposición casi automática para guiarnos en lo que estábamos buscando. Dijimos que la buscábamos a ella, nos dijeron que no estaba, pero que con gusto nos iban a mostrar las instalaciones.
Nos asignaron dos guías, Angel y Diego, de 15 y 18 años respectivamente, quienes trabajan allí. Ellos se dedican a hacer lo que hay que hacer y, en este caso, lo que había que hacer era mostrar qué es y qué hace la Tupac Amaru.
Obviamente, nos mostraron aquello que tienen que mostrar y, tal vez, haya cosas que no nos dieron a conocer. Pero, nuestros ojos, tan acostumbrados a ver el abandono y el desinterés por el otro, no podían dejar de maravillarse con la obra de la Tupac Amaru.
En el edificio principal, un edificio nuevo y en expansión cuya entrada guardan un busto de Ernesto Guevara y otro de Tupac Amaru, funciona un sanatorio que brinda asistencia gratuita a cualquiera que la necesite, incluso, tienen un tomógrafo computado y reciben habitualmente derivaciones de otros hospitales de Jujuy, que no tienen el presupuesto suficiente para satisfacer la demanda. En el mismo edificio también hay oficina de prensa, que se ocupa de la difusión de la obra de la agrupación, una oficina de cómputos, donde se lleva un minucioso control de los datos que emanan de la administración de las diversas áreas, una oficina de documentos, que se ocupa de asistir a toda persona con necesidad de adquirir su DNI, sean argentinos o extranjeros, un comedor, donde todos los mediodías se cocina para los trabajadores del lugar un menú de precio muy accesible, una radio, biblioteca, una piscina cubierta, un microestadio y un museo que revaloriza la cultura y las costumbres del noroeste argentino, así como a los pueblos originarios.
Al lado del edificio principal hay un jardín de infantes que funciona en tres turnos, mañana, tarde y noche. Este “detalle” de un jardín funcionando de noche, se debe a que muchos adultos estudian en el colegio de la Tupac en ese horario y dejan a sus hijos en el jardín.
El colegio que funciona enfrente de la sede principal también es de reciente construcción. Allí asisten dos mil alumnos en tres turnos. Tanto los uniformes como el mobiliario son fabricados en los talleres de la agrupación.
Pero la obra de la Tupac Amaru llega aun mas lejos. Llega a donde debería llegar un estado que se muestra insuficiente, ineficiente e indolente hacia las necesidades de sus ciudadanos.
En la vieja estación de trenes de Jujuy, en un playón de maniobras del ferrocarril, funciona hoy un parque abierto a la comunidad. Aprovechando un terraplén se hizo un anfiteatro y el pozo de una antigua mesa giratoria de locomotoras se transformó en pileta. Los vagones separan la cancha de futbol del resto del predio, donde hay juegos, mesas y fogones. Los galpones son utilizados para el acopio de materiales, alimentos y ropa que llegan a modo de donaciones desde todo el país y desde allí se separan y distribuyen, tarea que involucra a toda la agrupación.
Jujuy es una ciudad extraña. Parece construída a las apuradas, aunque tenga más de cuatrocientos años de historia. Los barrios de la periferia superaron la avenida de circunvalación, trepando los cerros de inigualable belleza. Allá está el barrio de Alto Comedero, un paisaje de ondulaciones de tierra donde crecen los barrios levantados por la Tupac Amaru, no por ninguna constructora que haya ganado la licitación, sino por los propios habitantes de esas casas, con bloques fabricados en la planta de la comunidad y a un costo mucho menor (45% menos) que las casas de otros planes de vivienda y en la mitad del tiempo. Pregunté donde vivían antes los habitantes de estas casas y me respondieron que en asentamientos, en villas miseria. Ahora gozaban de luz, gas y agua potable, además de un techo seguro y firme.
En Alto Comedero también hay una escuela, un centro de salud, una pileta cubierta acondicionada para el tratamiento de chicos con capacidades diferentes, una cancha de rugby y una cancha de futbol con tribunas y torres de iluminación. También hay un parque acuático a punto de terminarse y un gran parque de juegos en el centro del barrio. No es casual que se dediquen recursos a propiciar el deporte y el entretenimiento ya que es una forma de alejar a los jóvenes de la calle y de las drogas. De hecho, muchas paredes tienen escrito el lema “Si al deporte, no a la droga”. Parecería algo menor, pero representa un paso en concreto en la lucha contra este flagelo que no se ve en otros lugares de la Argentina. También funciona en el barrio la cooperativa textil, la cual trabaja 100% de su capacidad y confecciona 50.000 prendas por mes.
Pero la obra de la Tupac Amaru no se limita a la ciudad de Jujuy solamente. Vimos obras en Palpalá, Humahuaca y Abra Pampa y tienen participación en La Rioja, Salta, Santa Fe, Buenos Aires y Mendoza.
Lo que sorprende de esta agrupación es la espontaneidad con la que cuentan sus logros. Invitan al visitante a recorrer su obra y con indisimulable orgullo salen al paso del forastero sonrisas a granel. Directores de escuela, profesores, encargados de las bibliotecas, maestras, alumnos, todos saben que lo que estamos viendo es digno de admiración, aunque para ellos sea lo más natural del mundo. Nos llaman “compañeros”, lo que significa, desembarazándonos de significantes políticos, el que comparte, el igual, mi par. Entre ellos no hay, o por lo menos no lo vimos, burócrtas ni jerarcas, todos saben que ocupan un lugar en una enorme máquina que crece. Y, como todo lo que crece, mete miedo.
Mete miedo el empuje, la solidaridad verdadera, esa que enlaza al necesitado con el que tiende la mano, con el que invita a sumarse, a ser un “compañero” más. Mete miedo la conciencia de si mismos que adquirieron y su convencimiento de que, aun 220 años después de la revolución francesa, la unión hace la fuerza. Mete miedo la wiphala ondeando. Mete miedo el pensamiento libre y la prédica con el ejemplo, esa que no se puede transmitir por televisión. Porque mete miedo acusan a la cabeza visible de este movimiento, Milagro Sala, de estar armando un ejército, de manejar fortunas en su beneficio, de engañar a sus seguidores con espejitos de colores, de “barra brava”. No sea cosa que cunda el ejemplo. No olvidemos que por ser mal ejemplo destruyeron el Paraguay y Paysandú fue reducida a cenizas. Por ser mal ejemplo echaron a Arbenz y arrasaron con Allende. Por mal ejemplo mataron al Che y a Tupac Amaru y por mal ejemplo escondieron por años el cuerpo de Eva Perón.
Tampoco podemos perder de vista que la tarea de Milagro Sala y sus seguidores es una reacción ante la ausencia del estado. Es el estado el que debiera satisfacer las necesidades de sus ciudadanos y no una agrupación sociopolítica. Es el estado el que debería proveer educación, salud y vivienda y es el estado el que debería propiciar la creación de empleo genuino. En este caso, el estado se limita a proveer los fondos, en la forma de planes asistenciales, para la gestión de la Tupac Amaru. Pero esta providencia no es gratuita, compromete a los beneficiarios en actos, marchas y, finalmente, votos a favor del oficialismo.
Más allá de la cercanía en lo ideológico, la agrupación se encuadra en un modelo sindical que no es enteramente afín al gobierno argentino, la CTA (Central de Trabajadores Argentinos). Dentro de esa estructura se organiza la Tupac Amaru, tal vez la única organización sobreviviente del asambleísmo surgido de la debacle del año 2001, aunque su creación data de los últimos meses de la pasada década.
Los detractores de Milagro Sala le imputan un autoritarismo que no pudimos observar, aunque si vimos un orden establecido con disciplina, pero en la forma de una disciplina organizadora más que opresiva. Todos las energías de una enorme cantidad de gente se enfocan en el hacer mucho con poco y en conseguir más para seguir haciendo, y en esto reside la diferencia sustancial con lo que en América Latina estamos acostumbrados a experimentar: una sensación de que se gasta muchísimo para hacer muy poco o directamente nada.
El triunfo de la Tupac Amaru sobre el prejuicio y el miedo depende ahora de que pueda expandirse a otras provincias argentinas, incluso llegando al desvencijado Gran Buenos Aires. No es necesario que lo haga Milagro Sala en persona, puede diseminarse el ejemplo y existir otras Tupac Amaru con diferente nombre pero con el mismo espíritu. Así, tal vez, logremos distribuir mejor la riqueza, bajar los índices de indigencia, de pobreza, de drogadicción, de deserción escolar, de delincuencia, dar vivienda digna y trabajo genuino a muchos que aún permanecen al margen del sistema de empleo y, en consecuencia, activar la economía de un modo hace mucho tiempo desaparecido en la Argentina. Lo que vemos a pequeña escala, en un ángulo del mapa, realizado y, a la vez, pura potencia, es una buena revolución, practicable en cualquier otra parte del país, y, como dijo Ernesto Guevara "El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor" y eso suele notarse.

miércoles, 9 de diciembre de 2009 Leave a comment

El amago de un Perú independiente

Abatidos los pendones del real ejército, el sol se apagaba, tibio, sobre las cumbres de los andes. La guerra entre hermanos había debilitado al gran imperio. Poniendo a unos contra otros, dejaron penetrar la cuña de su destrucción, desatando la peor de las pestes que ha visto el mundo, que como una fiebre letal consume las vidas, arrasa los campos, destruye los templos. La codicia ha visto el brillo del oro, y por él babea la bestia.
La conquista del Perú había resultado más sencilla de lo esperado y Pizarro, uno de los artífices de la hazaña, tomó posesión de las tierras que le otorgara la reina Isabel. Su socio, Almagro, partió al sur a buscar su Cuzco, pero sin hallarlo, regresó desencantado a reclamar para sí la otrora capital imperial. Logró capturar la ciudad y encarceló a los hermanos de Francisco Pizarro, quien, enterado de los sucesos del sur, buscó el arbitraje real para dirimir la cuestión. En el ínterin, Hernando Pizarro escapa de su cautiverio y forma un ejército que derrota a los almagristas en las batallas de Huaytará primero y, definitivamente, en la batalla de Salinas, el 6 de abril de 1538. Almagro, el viejo león de la conquista, cae prisionero y es llevado a juicio decretándose su ejecución.
Pizarro tenía en su puño el Perú entero. Junto con sus hermanos formaba un sólido clan con un pie en Lima y el otro en el Cuzco. Pero los seguidores del viejo Almagro no habían desaparecido. Su hijo, habido en mujer india, buscaría vengarlo. Diego de Almagro, apodado “El Mozo”, reclamó la herencia de su padre, pero, al serle negado este derecho, se alzó en armas. El 26 de junio de 1541, un grupo de almagristas irrumpió en el palacio de Pizarro dándole muerte y proclamando a Almagro El Mozo como gobernador de la Nueva Castilla.
Llegó entonces a América el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, enviado del rey, quien, al conocer los detalles de la muerte de Pizarro, se unió al partido de este para someter a Almagro. Salieron en su busca y en la batalla de Chupas, cerca de Huamanga, derrotaron a su ejército. Preso El Mozo, fue condenado a muerte y ejecutado en el Cuzco.
Cabía entonces darle entidad a este territorio que tanta riqueza encerraba y, por ende, tantas pasiones desataba. Para esto fue instituido el virreinato del Perú y nombrado virrey Blasco Núñez de Vela, quien llegó a Lima en 1544. Blasco intentó aplicar en sus dominios las Leyes Nuevas proclamadas por el rey que establecían, entre otras cosas, que las encomiendas no podían ser hereditarias. A este punto se opusieron los encomenderos, encabezados por Gonzalo Pizarro, y desconocieron la autoridad del virrey. Capturado este en Lima, fue embarcado para Panamá pero logró escapar y tocar tierra en Tumbes. Reunió un ejército y marchó a Quito. Los pizarristas se dirigieron al norte y chocaron con las fuerzas virreinales en Iñaquito, donde Núñez de Vela fue capturado y decapitado en el mismo campo de batalla.
En el sur apareció Diego Centeno, quien reunió una fuerza para defender la autoridad de la corona de España, pero fue derrotado en la batalla de Huarinas.
Gonzalo Pizarro quedó dueño del Perú entero, en franca rebeldía contra la corona española, en un virtual estado de independencia. Nombró gobernadores e intendentes, generales y jefes de su estado mayor y envió por mar a Pedro de Hinojosa, a la sazón almirante de su flota, a dominar el istmo, cosa que logró en 1546.
Llegó entonces al Perú el pacificador, Pedro de Lagasca, hombre probo y honesto, leal e incansable, para poner en cintura a los rebeldes. Lagasca convenció a Hinojosa de cambiar de bando y juntos se dirigieron rápidamente al Cuzco, reuniendo en el camino un respetable ejército de leales. Ambas fuerzas se encontraron en la batalla de Anta, donde muchos rebeldes cambiaron de bando justo antes del combate. Salió vencedor el pacificador y, tomado prisionero, Pizarro es conducido al cadalso.
Vencidos los pizarristas, Lagasca regresa a España, pero deja tras de si muchos de los descendientes de los conquistadores, descontentos por las nuevas encomiendas otorgadas y pronto germina una nueva rebelión, esta vez acaudillada por Francisco Hernández Girón, quien logra llegar a las inmediaciones de Lima y, luego de algunas victorias, es finalmente vencido, capturado y ejecutado.
La autoridad del Rey ya no sería cuestionada, hasta que Túpac Amaru sacudiera la tierra nuevamente, dentro de doscientos veintisiete años.

martes, 13 de octubre de 2009 1 Comment

El Grito de Dolores.

¿Quién es este hombre, en apariencia débil, casi un anciano, que a su calva rodean cabellos canos, que habla de la Virgen de Guadalupe y del Rey Fernando, que enseña a los indios, que va dando mueras, levantando ejércitos en las minas y en los campos?
Miguel Hidalgo de Costilla, cura de Dolores, es un párroco de muchas luces, curioso de los libros prohibidos, que ha preferido ser cura rural en un oscuro lugar de la Nueva España. Allí se hace uno con los indios. Sabe su idioma y enseña en su idioma todo lo que sabe: a criar abejas, a criar gusanos de seda, a cultivar la vid, a moldear cerámicas y a curtir cueros.
“Era hombre de carácter irreprensible y sumamente querido no solo por sus feligreses, mas también por todos los habitantes de las provincias vecinas. Pasaba por hombre de penetración y de conocimientos, es decir, de aquella clase de conocimientos que podía adquirir un criollo bien educado. […] Era franco y generosos, e incapaz de medidas astutas, de intrigas y bajezas.” (1)

En 1808 conoce a Ignacio Allende, comandante del regimiento Dragones de la Reina, que compartía sus ideas revolucionarias y conspiraba para establecer un gobierno propio en América. Junto con Ignacio Aldama, en la madrugada del 16 de septiembre de 1810, conocen la noticia del descubrimiento de la conspiración de Querétaro, imponiéndose la necesidad de actuar. Hidalgo lanza entonces el Grito de Dolores, ¡Viva la virgen de Guadalupe!, ¡Mueran los gachupines!, ¡Viva el Rey Fernando VII!. Con este acto se pone a rodar la guerra de independencia de México.
Hidalgo, al frente de trescientos hombres mal armados se apodera de Dolores y se dirige a San Miguel Grande, donde se les une el regimiento de la Reina. Al pasar por Atotonilco, Hidalgo toma como estandarte la imagen de la virgen de Guadalupe y se dirige a la toma de Celaya donde es nombrado capitán general y Allende teniente general.
Luego de la caida de Celaya se dirigen a Guanajuato, donde los realistas se refugian en la Alhóndiga de las Granaditas, un edificio fuerte donde se sentían a salvo. Los rebeldes llevan a cabo un infructuoso asedio, hasta que un mestizo conocido como el Pípila logra prender fuego a la puerta y, dejando entrar a las huestes del cura revolucionario, pasan por las armas a mas de 200 soldados realistas.
Desde allí, Hidalgo y Allende se dirigieron a Valladolid con una fuerza compuesta de 30.000 hombres, tomándola sin demasiada resistencia. Luego va a Toluca y, a las puertas de la ciudad de México, tiene lugar la batalla del Monte de las Cruces, donde los revolucionarios se alzaron con el triunfo. Este había sido muy costoso a los insurgentes y, en desacuerdo con Allende, Hidalgo reusa entrar en la capital y se retira al norte.
La oposición a Hidalgo había crecido en las clases altas tanto como su popularidad en las castas y clases bajas. A los terratenientes, comerciantes, dueños de minas, españoles o criollos, no les agradaba nada el levantamiento de las clases subyugadas y veían con terror la posibilidad de una guerra de razas. Por entonces, México tenía seis millones de habitantes al comienzo del siglo y los blancos eran solo el 18 por ciento, los indios 60 por ciento y los casatas (negros, mulatos, mestizos) el 22 por ciento. En este escenario dejaba a la clase dominante en clarísima desventaja ante una revolución social como la que planteaba Miguel Hidalgo. Y no es casual que surgiera este personaje del bajo clero. Estos estaban cerca del pueblo y conocían sus necesidades, viviendo sus mismas miserias. No así los altos prelados que gozaban en México de una gran riqueza, eran beneficiarios de diezmos y tributos y poseían gran cantidad de bienes.
Sobrevino la primera derrota de los insurgentes en Aculco, donde tuvieron gran cantidad de bajas entre muertos, desertores y prisioneros. Allende regresó a Guanajuato e Hidalgo se dirigió a Valladolid y Guadalajara. Aquí, Hidalgo organizó su gobierno revolucionario y dio a luz sus medidas sociales. Ordenó el reparto de tierras a los indígenas, la abolición del servicio personal, los tributos y la esclavitud y mandó publicar el periódico El Despertador Americano. Guanajuato cayó en manos realistas y Allende marchó a Guadalajara a reunirse con el cura. Las discrepancias entre ambos líderes por la dirección de la guerra continuaron y como consecuencia fueron derrotados completamente en la batalla de Puente Calderón, pese a una enconada resistencia contra fuerzas profesionales, hábilmente dirigidas por Félix María Calleja.
Los restos del ejército marcharon al norte, hacia Zacatecas, donde Hidalgo fue relevado del mando. Yendo de derrota en derrota, los insurgentes piensan que en Estados Unidos hallarán las armas que necesitan para continuar la lucha, pero son traicionados por Ignacio Elizondo y capturados. Hidalgo fue ejecutado el 7 de marzo de 1811 y su cabeza separada del resto del cuerpo y exhibida en una jaula colgada en la Alhóndiga de las Granaditas. Allende, Aldama y Jiménez corrieron la misma suerte.
La rebelión de hidalgo germinó en un terreno que venía siendo abonado desde tiempo atrás por la desigualdad entre los que todo lo tienen y los que no tienen nada, entre criollos y españoles, entre blancos e indios. Hidalgo condujo una informe masa de gente a la guerra, guerra a muerte, guerra de conquista y aquellos que hasta entonces habían pensado en un México independiente no aceptaron sus condiciones, aun aquellos que integraban sus mismas fuerzas. Lo que venció a la revolución del cura de Dolores fue el miedo de los blancos, españoles o criollos, religiosos o laicos a la guerra de razas que amenazaba con arrebatarles sus privilegios.
Recogería los restos de la derrota otro cura, Morelos, para luchar con más éxito pero con las mismas premisas que le enajenarían el apoyo de las clases altas mexicanas, aquellos que tenían el poder para cambiarlo todo pero que en realidad querían cambiar muy poco.

Fuentes:
http://www.sanmiguelguide.com/historia-independencia-2.htm
Lynch, John. Las revoluciones Hispanoamericanas. 1808 – 1826. Ed. Ariel.
Robinson, William. Memorias de la revolución de Megico. R. Ackermann, Londres. 1824. (1)

jueves, 17 de septiembre de 2009 1 Comment

Termópilas Americanas III. Las Guerras Calchaquíes.

Quien conozca los Valles Calchaquíes podrá formarse una imagen aproximada de las alturas, las distancias y las temperaturas de esta zona del noroeste argentino. Aquí las cordilleras corren de sur a norte paralelas las unas a las otras, ganando altura a medida que pierden humedad de este a oeste. Los montes y selvas de las laderas orientales van abriendo paso a los valles fértiles del centro que el riego convierte en un vergel. Al occidente, la puna va ganando espacio, poblada por manadas de guanacos, llamas y vicuñas. Las cumbres más altas sobrepasan los seis mil metros y son el reino exclusivo de los cóndores.
Aquí vivían las naciones Diaguitas, los más avanzados pobladores prehispánicos de lo que hoy es Argentina. Grandes alfareros, tejedores y agricultores, por influencia de los Incas, que integraron la región al Collasuyu, conocían el método de fundición del cobre y criaban llamas para carne y transporte.
A mediados del siglo XVI, los conquistadores españoles comenzaron a establecerse en la región, dando inicio a los repartimientos y encomiendas.
La primera guerra Calchaquí tuvo inicio en 1562 y a su cabeza se puso el cacique de Tolombón, Juan Calchaquí. Esta primera guerra fue un intento de evitar que los españoles conquistaran sus tierras. El ejército de Juan Calchaquí destruyó tres ciudades y obligó a los europeos a retirarse hasta Santiago del Estero, de donde habrían de volver.
La segunda de las guerras Calchaquíes comenzó en 1630 y tuvo al mando al cacique Chelemín. La rebelión se esparció por todo el Tucumán, región que hoy comparten las provincias argentinas de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca y La Rioja. Chelemín persiguió a los españoles y puso sitio a La Rioja, sacrificando en el camino todo lo español (fueran vidas o bines) que encontraba. Durante los trece años que duró la contienda, los americanos lograron destruir al menos dos ciudades españolas, pero con cada derrota que sufrían su poder se debilitaba cada vez más. Los guerreros que no caían luchando y eran tomados prisioneros eran pasados por las armas y aquellas poblaciones conquistadas por los europeos eran irremisiblemente arrasadas, sus cosechas destruídas, sus pobladores alejados de sus casas en varias direcciones y sus bienes saqueados. En 1643, Chelemín cayó prisionero y fue descuartizado en la ciudad catamarqueña de Londres. La guerra acabó.
La tercera guerra comenzó con la rebelión de un andaluz, Pedro de Bohórquez, en 1657 y, aunque este se rindió en el primer año de lucha, la contienda se prolongó hasta 1665. Los últimos guerreros Calchaquíes, los Quilmes, se refugiaron en un pucará casi inexpugnable, donde resistieron el asedio de las armas españolas hasta que la falta de alimentos los obligó a rendirse. Allí comenzó un derrotero de más de 1700 kilómetros a pie hasta una reducción al sur de la provincia de Buenosa Aires, donde hoy se encuentra la ciudad de Quilmes, a la que llegaron muy pocos de aquellos que habían dejado su tierra.
Los pueblos originarios del noroeste argentino volverían a pelear ahora la guerra de independencia y aunque esta vez la victoria sería suya, poco y nada habría de cambiar su situación. Hasta hoy.

jueves, 27 de agosto de 2009 Leave a comment

Honduras y la Cajita Felíz de los golpes de estado

“Sucesión forzosa”. Si hubiera risas de fondo, todos entenderíamos mejor la ironía. Los rótulos a los hechos del último mes en Honduras varían bastante según el cristal ( del televisor) con que se los mire. Para cualquiera con dos dedos de frente, lo que ocurrió en la madrugada del día 28 de junio, fue, lisa y llanamente, un golpe de estado. Muchos medios de comunicación se ocuparon desde entonces en tratar de torcer la opinión de su audiencia alegando que “en realidad no es tan así” y, en todo caso, Zelaya se lo buscó.

A lo largo de la historia de América Latina ha habido un sin fin de gobernantes que se buscaron su propia destitución. Arbenz se lo buscó porque era “rojo”, Allende se lo buscó porque había ganado por escaso márgen, Perón se lo buscó porque era hereje y se la está buscando Chávez, se la está buscando Morales, se la busca Correa, se la busca Ortega y se la buscan los Kirchner. Todos estos gozaron y gozan de una exquisita prensa opositora, capáz de torcer voluntades y resultados electorales y capáz de hacer ver al lobo como el más tierno de los corderos, tienen un ejército aparentemente leal y una iglesia que, cada tanto, protesta por algo.

Lo que quizás haya catapultado a Zelaya a la categoría de comunista recalcitrante haya sido su voluntad de reducir la pobreza en su país transfiriendo el costo a la clase más alta. O quizás el aceptar el plan petrolero de Chávez porque es realmente bueno para el país. O tal vez haya sido su solicitud de entrar al ALBA. De ninguna manera podemos morder el anzuelo de que a las Fuerzas Armadas no les quedó más remedio que invitar cordialmente a Zelaya a retirarse de su cargo y su país porque, en realidad, es un tirano sediento de poder que quiere entronizarse para toda la eternidad, poniéndolo en pie de igualdad con Chávez, otro emperador. A casi nadie parece interesarle la constitución o la democracia. Porque Zelaya quería una encuesta no vinculante que decidiera si en la Asamblea a reunirse en noviembre debía o no tratarse el tema de llamar a un plebiscito para modificar la constitución, se dijo que Zelaya quería modificar la Constitución para que esta le permitiera ser reelecto. Falacia. En realidad, el temor de la oligarquía y el ejército era que se modificase una constitución sancionada en 1981 bajo un gobierno militar y diseñada para asegurar el predominio de las altas clases hondureñas y el pleno goce de sus privilegios. Este es el objeto y no otro.

Aquellos que estudiamos la historia creemos que la mayor utilidad de su estudio es evitar cometer los mismos errores que en el pasado, pero en América Latina, parece que la historia está condenada a repetirse. Claro que cambia el ambiente, pero los hechos, esos que consideramos aberrantes por el dolor que causaron, esos que han condenado a la ruina y la pobreza a millones, esos que atentan contra la condición humana y que tanto cuestan desterrar, reaparecen como fantasmas resucitados de otro tiempo.

El creer que detrás del golpe de Honduras hay una “mano negra” de Estados Unidos, mejor dicho, del poder económico estadounidense, surge de la experiencia más carnal. Jacobo Arbenz, luego de promover una reforma agraria que amenazaba los enormes latifundios de la United Fruit, fue acusado de comunista, de tender lazos con la Unión Soviética y de promover la lucha de clases. Atacado desde los medios de comunicación, finalmente fue derrocado. Años después, aparecieron los documentos que implicaban a la CIA en el golpe. Juan Domingo Perón se enfrentó con la iglesia, tocando un resorte sensible del mecanismo que inició su deposición. Estados Unidos no había olvidado el enfrentamiento de Perón con el embajador Braden y cayeron bombas sobre Buenos Aires. Salvador Allende inició un camino similar. A los ataques de la prensa y de la iglesia católica se le sumó el bloqueo de las rutas por parte de transportistas en huelga que dejaron desabastecido el país, algo similar a lo que ocurrió en Argentina el año pasado. Además, allende tenía relaciones con la Cuba de Fidel Castro. El resultado fue el golpe del 11 de septiembre de 1973. Más tarde trascendió que Estados Unidos había financiado y promovido la huelga y el levantamiento militar. Egresados de la Escuela de las Américas hicieron estragos en la mayoría de los países latinoamericanos, escuela fundada y mantenida por el gobierno de Estados Unidos.

Algo nos suena, como al perro de Pavlov, cada vez que hay una “sucesión forzosa” en América Latina.

Tal vez, aquellos que hoy justifican el golpe contra el gobierno constitucional de Zelaya, hubieran encontrado entonces motivos que validaran la acción, y callan sabiendo cuales serán los resultados.

Las tibias protestas de Estados Unidos no dejan de ser una novedad. En épocas pasadas se hubieran apresurado a reconocer al gobierno de facto, alegando defender los intereses y vidas de los estadounidenses en ese país, aunque no hubiera ni uno. Esos eran tiempos de Guerra Fría. Hoy es otra la música, pero hace bailar lo mismo.

El verdadero peligro, ese que pone de punta los pelos de los socios del poder, ese que aterra al diez por ciento más rico que tiene el cincuenta por ciento de la riqueza, ese peligro es la conciencia de sí que parece estar asumiendo Amérca Latina.

Luego de la experiencia neoliberal de los ´90, Latinoamérica le fue soltando, poco a poco, la mano al capitalismo salvaje del FMI, el Club de París y las demás recetas de Wall Street. La aparición de Lula, Chávez, Correa, Morales, Ortega, Lugo, Bachelet, Vázquez y hasta Kirchner no es casual. Si a esto sumamos el final de la condena a Cuba en la OEA, tenemos como resultado un movimiento que comienza a poner por delante las necesidades de la mayoría.

El golpe contra Honduras es un manotazo de ahogado de las oligarquías americanas que pierden escrúpulos con la misma velocidad con la que pierden poder, pero no deja de ser un llamado de atención sobre un hecho grave.

Aprendimos con dolor que existe una especie de “Cajita Felíz” disponible para dar golpes. Adentro hay un motivo pueril, una acusación generalmente falsa, un amigo indeseable y la promesa de salvaguardar la democracia. El juguete de la cajita, el regalo, es algo muy bonito en apariencia pero realmente inútil. Este juguete trae instrucciones para apuntalar al gobierno de facto, como censurar a la prensa opositora (caso Allan McDonald, periodista y caricaturista secuestrado junto con su hija de 17 meses a las 3 AM del día 28 de junio, a quien se le quemaron todos sus dibujos y materiales de trabajo), declarar el estado de sitio, reprimir las manifestaciones, buscar el apoyo de Estados Unidos, reprimir, no dialogar, reprimir, amenazar con un baño de sangre, reprimir, suprimir las libertades individuales, reprimir un poco más, buscar desesperadamente apoyo en el exterior y, si no se consigue, llamar a elecciones trampeando o, directamente, proscribiendo, al representente del gobierno derrocado. Y, de paso, reprimir.

La resolución del problema no debería tomar otra vía que la del diálogo. Cuando prevalecen las ideas no hay revancha posible y la sangre solo trae más sangre. La condena del golpe debe ser unívoca, sin dejar margen a las declaraciones de personajes que intentan justificarlo y lanzan al aire una amenaza disfrazada de opinión. No hay ya lugar para el miedo, pero si para los ojos bien abiertos.

jueves, 23 de julio de 2009 1 Comment

Fragmentos de la realidad

Hoy me toca publicar algo sobre la actualidad Argentina, que se hace extensivo a muchos otros países Latinoamérica.
En Argentina tienen lugar los mismos fenómenos a los que está acostumbrada casi la región entera. Uno de esos fenómenos es el del gobierno de los fantasmas del miedo. La propaladora del terror, máquina que nunca calla, pone al máximo sus bocinas para meternos debajo de la piel (piel de gallina) una importante dosis de miedo. Llámese este como se llame, es, en definitiva, miedo en sí: a la pérdida de empleo, a la inseguridad, a la pobreza (y, por ende, al pobre), a la soledad, al qué dirán y varios etcéteras. Claro que para el miedo que ellos diseñan, existe una solución diseñada también en sus laboratorios. La ya célebre “crisis mundial” que a todos nos amenaza es el ejemplo máximo de la habilidad de los tejedores de miedo. ¿Qué hubiera pasado si los medios de comunicación, en lugar de predicar la proximidad del Armagedón, hubieran dicho, “muy bien, la economía mundial se va a desacelerar, pero saldremos adelante, y lo haremos de la siguiente manera”?. Nada hubiera pasado. Tal vez, ni siquiera la crisis hubiera tenido donde anidar, porque sabemos que la paranoia hace sola su trabajo y come miedo.
En Argentina, en las puertas de las elecciones legislativas, los medios masivos de comunicación hacen su trabajo a pedido de manera impecable. Dedican horas televisivas y páginas enteras a los horrores de un monstruo de turno, al que le dan la estatura que quieren. En el menú de estos días el monstruo es la inseguridad. Muestran las manifestaciones, formadas por lo que llaman “la gente” o “los vecinos”, que piden (hacen un “reclamo”) la crucifixión de tal o cual delincuente imberbe. Difunden el dolor de los familiares como acicate de la bronca, debaten por si o por no la pena de muerte, prohibida por la eternamente vejada Constitución Nacional, sacando al aire a famosos que están a favor y a alguno que otro desconocido en contra. Se hace hincapié en la violencia de tal o cual hecho, en la destrucción de una familia “de trabajo”, en la corta edad del “imputado”.
Está probado en todo el mundo que las medidas de modo “mano dura” no disminuyen los índices de violencia ni de delincuencia. Los medios que reflejan esta solicitud de la sociedad la difunden como la única solución posible, aunque hagan una pantomima de debate.
Nada hablan de la violencia a la cual está sometida la mayoría de la sociedad, nada dicen del hambre, de la desesperación ni de la exclusión. ¿No es violento que un chico se muera de hambre? ¿no es violencia que se lleven nenas de los barrios pobres de todo el país para prostituírlas? ¿no es violencia el peón rural que se queda sin trabajo por el avance imparable de la soja? ¿no es violencia que levanten muros para dividir, para aislar como en campos de concentración al que no tiene ni tuvo ni tendrá las mismas oportunidades? ¿no es violencia empujar a la gente a vivir en condiciones paupérrimas, en lugares contaminados, entre la basura, comiendo basura? ¿no es violencia, acaso, la discriminación a la cual son sometidos los pobres solo por ser pobres? ¿no es violencia la cárcel sin causa, la pena al adicto a las drogas, los abusos policiales? ¿no es violencia la opulencia, la exhibición? ¿no es violencia es la falta absoluta de solidaridad, que genera rencor, desesperanza, desaliento y desconfianza? ¿no es violencia el “sálvese quien pueda”?
Como siempre, el árbol no deja ver el bosque, y ese árbol está muy bien plantado.
Este país, dijo Menem, no tiene el “problema” de los negros porque en otro tiempo, la clase dirigente, se encargó de aniquilarlos. Ahora tiene entre cejas a otro sector y es la violencia de clase la peor violencia que asola a esta tierra. Aquellos que tienen, de este lado, a ver como se arreglan, y los que no tienen de aquel otro, a ser carne de cañón, mercadería política, clientela estatal (sea el estado que sea), eternos culpables. En los diarios, la radio o la televisión nada dicen de esta violencia ejercida contra los más débiles. Los pobres que protestan son y serán tildados de piqueteros a sueldo, en contrapartida, los caceroleros son “vecinos autoconvocados”. Los pobres muertos nunca aparecen en los noticieros y las familias (por definición costumbrista o para simplificar nomás, “cartoneros”, como si ser cartonero no fuera un trabajo) que quedan destruídas, no obtienen un mínimo espacio en algún medio para pedir justicia, que seguramente, se les reirá en la cara. En los barrios pobres, los pibes caen como moscas fusilados por la policía, el paco o el fuego cruzado, pero esa inseguridad no merece atención y no parece necesitar ninguna solución.
Entonces parece que no es inseguro vivir en las villas, cantegriles, favelas, etc, No es inseguro vivir en una casilla de madera y cartón que puede prenderse fuego con el reflejo del sol en un vidrio. No es inseguro ir al colegio, donde los chicos van armados para agredir o para evitar ser agredidos porque aprendieron en algún lado que nadie va a defenderlos, porque vieron al padre o al hermano salir armados. No es inseguro defender la tierra que no tiene dueño hasta que alguien la ocupa, aún a pesar de las balas perdidas. No es inseguro que un chico trabaje, en el campo o en la calle. No es inseguro pedir ayuda a quien se supone que debe ayudarnos. Ser pobre, en fin, es lo más inseguro.
Tal vez habría decirle a esta gente que no hay muro ni pena de muerte que den seguridad. La fuente de la inseguridad (un término que me esta empezando a parecer difuso) es la pobreza, la falta de educación, la exclusión y el resentimiento que esta genera, la falta de trabajo, de oportunidades, la droga, la ineficiencia judicial y la corporación delictiva que es la policía. Aunque instauremos la ley de Talión, con esta sociedad y este sistema especializado en parir pobres, conseguiremos solo sangre y una sensación aún mayor de desamparo.
Misteriosamente, nadie, ni los medios ni la clase política (de ninguna clase) se toma en serio las señales de este desarme, de este ataque a las más mínima chance de cohesión y ayuda a dormirnos a todos en una ilusión de que debemos cuidar aquello que tenemos porque tal vez mañana no esté, debemos enviar a nuestros hijos a estudiar a un colegio privado, debemos pagar la obra social, debemos trabajar como nos dicen, debemos pensar en nosotros mismos y en nadie más y debemos tener el último celular y un cabello lacio a cualquier precio.
La Argentina se está fragmentando cada vez más y no es una sorpresa que así ocurra. Parece que hay que poner en práctica aquello de “divide y reinarás” para reinar, finalmente, sobre una montaña de desesperados que no ven sino en el otro a su enemigo. Y aquel que encontró un culpable no lo suelta, sin mirar más arriba, donde está el que lo utiliza.
El miedo, el arma certera que jamás aparta la mira, funciona a la perfección para alejarnos a los unos de los otros. Apartar la mirada de los verdaderos problemas es estar condenados a poner parches para siempre.
Es necesario leer entre líneas, ver la mano que mueve los hilos, pero más necesario es darnos cuenta de que todos es mejor; todos es posible.

martes, 21 de abril de 2009 2 Comments

Termópilas americanas. Parte II.

La Vuelta de Obligado.

En un recodo del río, donde se angosta y se retuerce la serpiente líquida y marrón, una cadena y varios botecitos cierran el paso a una formidable flota de los dos mayores imperios de la tierra. En las barrancas esperan unos pocos soldados bisoños pero convencidos de llevar hasta las últimas consecuencias la defensa del suelo que los vio nacer. Por no bajar la cabeza ni dar el cuello al filo del hacha, estos soldados, gauchos de la ribera y las islas del Paraná, van a dejar la vida.
Al mando de las baterías de defensa instaladas por orden de Rosas se encontraba Lucio V. Mansilla. Son 160 los artilleros y 2000 los hombres de tropa. Veinticuatro lanchones sostienen tres gruesas cadenas de orilla a orilla y un solo barco, el Republicano, custodia el paso.
Desde las ocho de la mañana, hora en que comenzó el bombardeo, las fuerzas argentinas se batieron con bizarría y coraje, a pesar de ser superados en número y, sobre todo, en armamento.
Por la tarde, quemando los botes que sostenían las cadenas, la flota anglo-francesa fuerza el paso, haciendo que el Republicano tuviera que ser volado por su capitán para que no cayera en manos enemigas.
Un desembarco de infantería produce el choque en las barrancas del río, donde se pierden veintiún cañones.
Con 250 muertos, 400 heridos, entre ellos, los jefes de la defensa, la batalla se decide a favor de los invasores, que, sin embargo, no pueden proseguir rio arriba por los daños que sufren sus naves.
De los 90 buques mercantes que justificaban la expedición europea, solo 52 pasaron y llegaron al Paraguay, siendo continuamente hostilizados por Mansilla y otros jefes, la mayoría de las veces, al mando de lanceros del Paraná, gauchos de las orillas y unos pocos soldados de linea.
"Tonelero" , "Acevedo" , "San Lorenzo" y la "Angostura del Quebracho" fueron otros combates de la llamada “Guerra del Paraná”, que terminaron con el proyecto europeo de derrocar a Rosas.
La flota anglo-francesa devolvió todas las presas y territorios a la Argentina y saludó con salva de 21 cañonazos al pabellón nacional.
La noticia de la defensa de Obligado recorrió el mundo, haciendo mudar la imagen de déspota que de Rosas tenían. El General San Martín, exiliado en Francia, lo felicitó por la defensa de la soberanía nacional y le legó su sable, al tiempo que muchos opositores de su gobierno le reconocieron su valía y algunos, hasta se pusieron a sus órdenes como el capitán Chilavert, hombre de gran valor.
Sin embargo, la suerte del caudillo estaba echada, y una conspiración de las mismas potencias más el imperio brasileño y los enemigos unitarios terminaría por derrocarlo en 1852.
http://www.lagazeta.com.ar/obligado.htm
Carlos Andrés Amaya, “20 de Noviembre de 1845Batalla de la Vuelta de Obligado”

La Quebrada de Humahuaca.

La quebrada de Humahuaca, como una cicatriz en la tierra siembre abierta, es, y fue siempre, la puerta de entrada al norte argentino y al sur boliviano.
De los caminos que existían para los arrieros de mulas o de llamas, los comerciantes, los metales que iban al puerto de Buenos Aires y los ejércitos que subían o bajaban, la quebrada era el mas accesible, tanto por la disponibilidad de víveres como por la benevolencia del clima.
Desde Diego de Almagro a las guerras civiles argentinas, el dominio de la quebrada significó el triunfo o la derrota, la abundancia o la pobreza.
Los primeros pobladores de la quebrada sabían de la importancia de la posición que ocupaban y, para defenderla, construyeron fuertes emplazados en alguna altura dominante, como el Pucará de Tilcara, en la provincia argentina de Jujuy.
Los conquistadores que bajaban del altiplano seguían naturalmente esta ruta para internarse en los valles fértiles de Salta. Allí enfrentaron las rebeliones de los Diaguitas y Calchaquíes.
Más tarde, la quebrada se convirtió en una verdadera autopista por la que iban y venían hombres, bestias y bienes. Por aquí bajaba el tesoro de Potosí, rumbo al puerto de Buenos Aires, y aquí era donde los innumerables desfiladeros invitaban a bandidos y asaltantes a tentar la suerte.
Aquí emboscaron numerosos contingentes las guerrillas indias de la Gran Rebelión de 1780 y aquí los derrotaron también. Por aquí caminaron los presos rumbo al norte, a dejar el alma en el socavón. Por aquí se cierra o se abre la tierra. Es esófago que todo lo devora y es vena que va al corazón.
Por la quebrada trepó el primer Ejército Auxiliar del Alto Perú en los primeros espasmos de la guerra de independencia americana y por aquí bajó, perseguida. En la quebrada fueron atacados los rendidos en Salta, a quien Manuel Belgrano, con ánimo conciliador, había dejado ir y por aquí volvieron a venir rompiendo el juramento, cuando en Vilcapugio y Ayohuma les sonrió la suerte.
Desde entonces y hasta 1823 la quebrada fue el escenario de la guerra, de toda la guerra. Iban y venían unos y otros fortificando Humahuaca y tomándola por asalto, defendiendo o atacando Huacalera, Tilcara, Uquía, Volcán, Tumbaya, el Puesto del Marqués, la entrada al abra del Zenta, la subida a la Puna, los campos de Yavi hasta las angostas gargantas de Tupiza.
Aquí se hicieron célebres los Gauchos de Güemes, atacando y desapareciendo. Aquí triunfaron los realistas por llevarse una vaca.
La quebrada vio días como el de la toma de Humahuaca, vio a Apolinario Saravia, al “Pachi” Gorriti, a Rojas, a Castro, a Marquiegui y a otros tantos bravos.
Por la quebrada volaban los cóndores y los chasquis llevando o trayendo mensajes que a menudo eran interceptados por una partida volante, una vanguardia o un combatiente disfrazado de fraile. En la quebrada el primo era enemigo del hermano y la tia esposa del capitán oponente. El padre renegaba del hijo y el hijo vociferaba en contra de la fe de su madre y en contra de su rey.
Al final, quedó este tajo en manos patriotas. Pero no terminó allí su papel protagónico. Las guerras civiles argentinas, la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana, los exiliados de uno y otro punto cardinal siguieron fluyendo como agua por un arroyo.
Por esta cicatriz llevaron los unitarios el cuerpo sin vida de Lavalle, escapando de los federales que les pisaban los talones. En Tilcara lo velaron, más allá lo descarnaron y sus restos descansaron solo después de salir de esa garganta que todo lo traga.
Hoy, la quebrada la transitan ojos de asombro, porque además de un camino es uno de los más hermosos paisajes de América del Sur. Sus habitantes, que poco difieren de aquellos de otros tiempos, han dejado para nosotros la puerta abierta, pero la Quebrada, garganta hambrienta, no devuelve sus presas y, frecuentemente, te roba el alma.

El Morro de Arica.

A fines de 1879 la guerra entre Chile, Perú y Bolivia era un hecho. Los chilenos habían vencido en la batalla del Campo de la Alianza haciendo que Bolivia se retirara de la contienda y dejando la ciudad de Tacna en poder del invasor. Ya estaba perdida la provincia de Tarapacá para el Perú, y las últimas tropas se mantenían en Arica, plaza que esataba al mando del Coronel Bolognesi y contaba con 1918 hombres, de los cuales 1200 eran civiles de Tacna.
El ejército chileno, compuesto por 6500 hombres, llegó a la ciudad el 2 de junio, instalando sus baterías Krupp para encerrar a los defensores. Acto seguido, el Coronel Lagos, comandante de las fuerzas chilenas, envió al Mayor José de la Cruz Salvo a invitar al Coronel Bolognesi a capitular, al que este respondió “tengo deberes sagrados y los cumpliré quemando el último cartucho”, recibiendo el apoyo de su estado mayor.
El día 6 de junio comenzó el bombardeo. Dos barcos peruanos, el monitor “Manco Capac” y la torpedera “Alianza” salieron al encuentro de las cuatro naves chilenas que cañoneaban la plaza. Después de cuatro horas de fuego de artillería, los barcos chilenos se retiran.
Por la tarde, la infantería chilena amaga el ataque por el este, le responden las baterías peruanas, deteniendo el avance.
El ataque final se produjo el día 7. 3,600 hombres avanzaron, amparados en los claroscuros del amanecer. Sigilosamente se acercaron los atacantes a la Ciudadela, percatándose sus defensores de su presencia cuando los separaban solo trescientos metros. Se intercambian algunos disparos, pero pronto se traba el combate al arma blanca y cuerpo a cuerpo. Los peruanos, se disponen a vender cara la derrota, se inmolan por su patria, por este pedazo árido de su suelo y hacen volar el polvorín del fuerte. Los jóvenes tacneños, defensores de la Ciudadela, mueren todos en el combate.
Las fuerzas que estaban en otras posiciones comenzaron a replegarse hacia el morro, donde darían la batalla final, destruyendo su artillería para que no le fuese útil al enemigo. Los chilenos tomaron la batería Norte y Cerro Gordo, confluyendo hacia el morro.
Allí, la lucha se hizo inmisericorde. Era matar o morir, no cabía dar ni pedir cuartel. Una descarga cerrada hirió de muerte al Coronel Bolognesi, que estaba en lo más álgido de la batalla. Desde el piso siguió disparando su revólver, hasta que fue ultimado por la culata de un fusil chileno.
A las 8:45 cesaron los combates. Los atacantes recorrían el campo ultimando a los heridos, y hubieran aniquilado a todos los peruanos de no ser porque los oficiales chilenos los protegieron aún exponiendo sus propias vidas.
La guerra, pergenio de ingleses, trampa de ingleses, hermanos que muerden el anzuelo, continuaría aún y los peruanos seguirían dando muestras de heroísmo en Miraflores y la campaña de la Breña, al mando del Tayta Cáceres, aunque la victoria final sería de Chile.

Fuentes:
Pongo, Carlos “Comentario sobre la Batalla de Arica y el heroe de esta Francisco Bolognesi”

Pozo Boquerón.

Bolivia y Paraguay van a la guerra. Van a matarse por un pedazo de chaco estéril donde la Standard Oil y la Shell creen que hay petróleo. Estas dos empresas se visten con las banderas de cada estado, a los que han convencido de poner los muertos y los heridos en este duelo de magnates.
El Chaco es un llanura seca, cubierta por un monte espeso de árboles duros y plagado de animales ponzoñosos.
De cuando en cuando, como una aparición, el agua pasa a por debajo de la tierra polvorienta a una profundidad alcanzable. Alrededor de estos pozos se establecían los comandos, fuertes y cuarteles. Eran puntos obligados en el avance de todo ejército que se movía entre uno y otro como enlazando un dibujo. Pozo Boquerón era uno de estos regalos del árido Chaco.
Quinientos soldados bolivianos, al mando del Teniente Coronel Manuel Marzana ocupaban el punto y esperaban el ataque de los paraguayos comandados por el Teniente Coronel Estigarribia. Mientras éstos preparaban el ataque, aquellos ponían a punto las reservas. Nidos de ametralladora, trincheras, fosos y trampas rodeaban la plaza.
El 9 de septiembre de 1932 Estigarribia se decidió a atacar confiado en que sus cinco mil hombres barrerían a los poquísimos bolivianos. Las ametralladoras y fusiles volteaban como moscas a los soldados guaraníes que tuvieron que retirarse desmoralizados. Atacaron entonces con artillería y fuego de morteros, pero la posición seguía firme. Estigarribia pidió refuerzos: 7.000, 10.000 hombres para desalojar a quinientos.
Cada ataque era repelido. Los paraguayos perdieron gran cantidad de soldados y la tenacidad de los defensores crecía a medida que mermaba el ánimo de sus atacantes.
Sin embargo, el hambre y la sed, estaban llamados a cumplir un rol fundamental en la historia. Después de varios días de resistencia, los víveres comienzan a escasear. Son sacrificadas las mulas de la artillería y la poco agua que se puede conseguir está en un pozo bajo fuego enemigo. Los médicos de la guarnición no tienen medicinas para detener la infección de las heridas de los soldados que están hacinados en un galpón y la aviación boliviana erra el blanco y suelta municiones y víveres sobre los paraguayos.
La situación, desesperante en todo punto, es conocida en el mundo entero, donde se elogia el valor de los del altiplano. Sin embargo, y luego de resistir diecinueve días con sus noches, Marzana convocó a sus oficiales para hablar sobre la posibilidad de conseguir una redición honrosa. Sin embargo, en la mañana del 29 de septiembre, los paraguayos irrumpieron en el recinto tomando a los sobrevivientes prisioneros. Llevados a Asunción, el presidente Eusebio Ayala dijo en un discurso: "Los oficiales y soldados bolivianos que se batieron en Boqueron y son nuestros prisioneros, se comportaron con tal bravura y coraje, que merecen todo nuestro respeto".

Fuentes.
http://www.geocities.com/laguerradelchaco/5boqueron.html
http://members.tripod.com/narraciones/paraguay.html
http://www.batallas.org/viewtopic.php?t=2289&start=0&postdays=0&postorder=asc&highlight=

jueves, 16 de abril de 2009 Leave a comment

Buscame, pero no me encuentres.


Entrando por la desembocadura del gran río, mas allá de las tierras cubiertas de agua, donde los árboles se inclinan formando galerías, donde las montañas se vuelven más y más escarpadas, allí, oculta como un sueño, protegida por la bruma y las fieras, se alza resplandeciente la ciudad de Eldorado.

Nadie dice cuál es el río, ni cuales las tierras inundadas, mucho menos si es ésta selva o aquél bosque impendetrable, ni cuáles de todas las montañas son las que vigilan la entrada. Ni siquiera la llaman de la misma forma. Paititi, Manoa, La Ciudad de los Césares se esfuma como la niebla justo antes de poder tocarla. Por mas que la busquen no aparece, pero juran que existe.

Cuentan que el rey de esta ciudad baña su cuerpo en oro y después se arroja a un lago. Como ofrenda van al fondo hermosos objetos del más fino metal, tanta es la opulencia. Las paredes de los templos y placios están revestidas en plata y los ídolos se alzan en oro sólido varios palmos sobre el suelo.

¿Donde está Eldorado?

¿Está en los campos féritles, en los valles sembrados? ¿Está en los ríos enormes y furiosos, en las aguas claras de los lagos? Tal vez esté en las entrañas de la tierra, bajo las enormes moles coronadas de nieve. Tal vez en las selvas abrasadoras, en los desiertos verdes, en los rojos, en los amarillos. Tal vez en el mar azul profundo y vivo. Tal vez en su gente, rara obra del más grande de los alquimistas.

Eldorado estuvo siempre a la vista de todos. Fue Tenochtitlán, Bogotá, Cuzco. Fue Potosí, Guanajuato, Minas Gerais. Fue el tabaco, la caña, el cacao, el café. Fueron las frutas, el cuero, la carne, la lana. Fue el caucho del amazona, el salitre del desierto y hasta la mierda de los pájaros de las islas del Pacífico.
Ahora es el petroleo de Maracaibo, la Patagonia infinita, los mares del sur reventados de peces. La Amazonía impenetrable que guarda la cura de todos los males. Es la música; la más hermosa mezcla que el mundo haya visto. Es el arte y las ideas. Es el carnaval. Es la fuerza de tenerlo todo; pura potencia. Es todos los paisajes, es toda la gente.

Hoy, este continente sigue buscando al Rey Blanco de la leyenda, el personaje que encarna su destino y su existencia. Un continente inmensamente rico que no puede hallarse a si mismo, que lleva siglos buscándose en el barro y desapareciendo.

La gente de esta tierra busca todos los días a Eldorado. Lo buscan adentro y lo buscan afuera, repitiendo la historia de expediciones perdidas en la jungla, devoradas por tribus ignotas, vencidas por la fiebre. Sin embargo amanecen cada día besando el puño de su espada, jurando que hallarán la ciudad perdida que no pudieron los Cortéses ni los Pizarros ni los Almagros, que buscaban un invisible cuando no tenían más que estirar la mano.

Eldorado es este continente, y a las pruebas me remito.

Foto: Martin Chambi.

sábado, 14 de marzo de 2009 2 Comments

Las Termópilas americanas. David y Goliat de esta tierra. (Parte I)

A lo largo de la historia americana, hechos heróicos, de resistencia, de arrojo y de honor se han repetido en todo el continente. Aun concientes de lo inevitable de la derrota, de lo cercana que estaba la muerte, guerreros de toda extracción y raza han escrito páginas dignas de recordarse, aunque hoy duerman en un dilatado olvido.

La fortaleza verde.
La selva amazónica permaneció durante siglos al margen de la conquista. Ni siquiera los imparables ejércitos de Túpac Yupanqui habían logrado penetrar la maraña verde y, cuando Manco Inca fue sometido, muchos de sus seguidores se internaron allende los Andes.
Juan Santos Atahualpa empezó con sus correrías por el año 1742 acosando las poblaciones españolas de los bordes de la sierra, insurreccionando indígenas y proclamándose heredero del trono Inca.
Varias expediciones fueron enviadas tratando de eliminarlo, pero Santos aplicando las tácticas de guerra de guerrilla, derrotó sucesivamente a las incursiones enviadas por el Virrey y hasta logró avances militares ocupando ciudades españolas por corto tiempo.
Finalmente, la rebelión se extinguió sin conseguir penetrar en la sierra, pero sin haber sido vencida tampoco. Se cree que Santos Atahualpa murió en 1756.
Fuente: http://www.educared.pe/estudiantes/historia4/juan_santos_atahualpa.htma.htm

Vuelvan Caras.

Durante la guerra de independencia de Venezuela, se libraron una innumerable cantidad de batallas y combates en el que ambas fuerzas hicieron demostraciones de valor.
En la batalla de Las Queseras del Medio, José Antonio Páez, al mando de 153 jinetes, salió al encuentro de una fuerza realista mandada por el General Morillo, quien destacó para batirlo una fuerza de 1,000 hombres de caballería. Al verse atacado por semejante fuerza, Páez ordenó la retirada, pero cuando los realistas, confiados de destruir a los patriotas, fundieron en una sola sus columnas de ataque, el comandante llanero gritó “vuelvan caras” haciendo que sus jinetes enfrentaran a los españoles. La confusión envolvió a los atacantes que pronto se dieron a la fuga hasta refugiarse en su infantería dejando en el campo varios muertos.
Los lanceros de Páez quedaron dueños del terreno y Morillo se retiró.

El Bío-Bío.

La conquista de Chile fue un dolor de cabeza constante para la corona española durante tres siglos.
Al sur de ese país habitaban los Araucanos, una nación de varios pueblos de excelentes soldados. Valientes y arrojados, disciplinados y siempre dispuestos a la guerra, los mapuches, huiliches y otras tribus mantuvieron a raya al invasor europeo evitando que estos se asentaran mas allá de las márgenes del Bío-Bío.
Sucesivas expediciones acompañadas de colonos se aventuraron hacia territorio araucano pero fueron rechazados siempre y, los pocos pueblos que pudieron fundarse, vivieron en constante alerta y muchas veces fueron arrasados.
Grandes cantidades de hombres y materiales se consumieron intentando sentar la planta en los bosques del sur, hasta que la corona decidió parlamentar y reconocer al río como la frontera que separaba ambos territorios,
En el siglo XIX, la pacificación de la Araucanía terminó con la resistencia indígena, pero sus descendientes aun conservan el espíritu indomable del gran Lautaro.

La oreja de la discordia.

El imperio universal español empezó a dar muestras de resquebrajamiento a principios del siglo XVIII. El vacío que iba dejando la metrópoli en América era un botín que ninguna potencia europea estaba dispuesta a desestimar. En ese contexto, Gran Bretaña aguijoneaba el comercio americano con piratas y corsarios amparados por la corona, robando algunas islas a España y ocupando algunos puertos momentáneamente. Un episodio leve, como lo fue el corte de una oreja a un marino inglés por parte de un capitán español, lo que desató la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins.
Su batalla mas importante fue el asalto a la ciudad de Cartagena de Indias, en la costa caribeña del virreinato de Nueva Granada.
Cartagena era el puerto más importante del virreinato y uno de los mas importantes de América junto con los de Panamá, Portobello, Callao, Veracruz, Acapulco y La Habana, por ser estos los encargados de organizar el comercio con la metrópoli a través del sistema de flotas y galeones.
Puesto el ojo de Inglaterra sobre esta perla, se dieron a la caza de sus riquezas después de destruir Portobello.
Para conquistar la plaza, el comandante inglés Edward Vernon, contaba con una flota de 186 barcos, 2,620 piezas de artillería y 27,000 hombres: 10,000 soldados británicos, 12,600 marinos, 4,000 reclutas de Virginia y 1,000 esclavos de jamaica. Todo ello conformaba la mas formidable fuerza de asalto jamás vista hasta la Segunda Guerra Mundial, doscientos años después. Apostados en la defensa, 3,000 hombres, 600 arqueros indios y 6 naves al mando del genial marino Blas de Lezo.
Ante el éxito conseguido por Vernon en los inicios del ataque, éste dio por descontada la victoria, haciéndola anunciar en Inglaterra, donde se organizaron celebraciones y hasta se acuñó una moneda conmemorativa donde aparece Lezo de rodillas rindiéndose ante Vernon.
Resistiendo aun el casitllo de San Felipe, el comandante británico ordenó un asalto a sus murallas, el cual fracasó por un error de cálculo en la altura de los muros que debían de escalarse. Así quedaron a mitad de camino los “casacas rojas” a merced del fuego de los españoles quienes diezmaron sus tropas. Al ver que vacilaba el asalto, Lezo ordenó una salida de su infantería que acuchilló a los invasores hasta sus barcos. Allí permanecieron, sin poder desembarcar, asolados por el hambre y las enfermedades durante un mes. Por falta de tripulantes abandonaron muchas naves, aparte de las que fueron hundidas por el fuego de los fuertes.
El costo de la aventura fue de entre 6,000 y 10,000 muertos para los ingleses y 50 naves perdidas con 1,500 cañones. La sangre de 1,000 defensores se cobró, también, la ciudad de Cartagena.
El Rey de Inglaterra, avergonzado por la derrota, prohibió que se hablara del asunto y así permanece velado hasta hoy, aún en la historia de España.

Fuentes.
http://bajoceroenelfrente.blogspot.com/2007/05/el-sitio-de-cartagena-de-indias-1741.html
http://www.todoababor.es/articulos/art_2.htm
http://www.celtiberia.net/articulo.asp?id=2462
http://www.todoababor.es/articulos/defens_cartag.htm

Mbororé. Decir basta.

Las misiones jesuíticas de lo que hoy es el este paraguayo, noreste argentino, sur brasileño y norte uruguayo fueron una isla de progreso en un mar de calamidades para los pueblos indígenas de Sudamérica. Protegidos de los maltratos de encomenderos y corregidores, prosperó en la selva paranaense un imperio de la fe.
Las misiones funcionaban excelentemente bien y producían todo lo que necesitaban para subsistir y aun un importante excedente que colocaban en las cercanas plazas de Asunción o Corrientes. La yerba mate era su principal producto, pero no desatendían otros rubros. Trabajaban la madera y los metales, la piedra y el barro. Cada familia poseía una parcela para cultivar sus propios alimentos, aparte de las tierras comunales. No eran explotados ni explotaban a nadie, se gobernaban a si mismos y disfrutaban de una gran libertad.
Sin embargo, su posición geográfica, justo en la frontera de los imperios español y portugués, los ponían en el ojo de una constante tormenta. Frecuentemente eran llamados a formar milicias para acudir a proteger tal o cual punto que era atacado por soldados enemigos o las temibles “Bandeiras”.
Las bandeiras eran expediciones financiadas por los señores del oro de Minas Gerais o de la caña del norte y tenían su base de operaciones en la ciudad de Sao Paulo. Estas expediciones reclutaban a cualquiera que quisiera enriquecerse con la venta de esclavos, pero mayoritariamente estaban formadas por “mamelucos” mestizos, mulatos y aventureros de todo origen, conocidos por su rudeza y crueldad, mandados por capitanes mas duros y crueles aun.
Hacia la selva paranaense partían, entonces, las bandeiras en busca de comunidades indias para asolar, llevándose a los que podían cargar y matando a los que no podían.
Innumerables veces habían sufrido las misiones el ataque de los Bandeirantes, siendo destruidas ante la falta de armas para defenderlas, ya que la corona española prohibía a los jesuitas tenerlas, obligándolos a abandonar la provincia de Guayra y otros asentamientos.
Ante la insistencia de los padres jesuitas, la corona española accedió a armar a los guaraníes y a enviar once asesores militares de Buenos Aires para entrenarlos.
Mientras tanto, una nueva bandeira se formaba en Sao Paulo, dispuesta a vengar la derrota de Caazapaguazú, ocurrida a finales de 1638. Esta expedición, al mando de Manuel Pires, contaba con 450 hombres armados de arcabuz y 2,700 indios tupíes llevando arcos y flechas, hondas y macanas y, como transporte, más de 700 canoas y balsas.
Esperando el ataque, los jesuitas formaron un ejército de 4,200 hombres, 300 arcabuces, cien canoas y balsas, algunas, artilladas y cubiertas para evitar las flechas.
El 11 de marzo, los bandeirantes bajan con la corriente del río desde su posición de Acaraguá. Sesenta canoas al mando del Capitán Ignacio Abiarú le salieron a cortar el paso, apoyados por miles de soldados Guaraníes apostados en empalizadas de la costa.
El choque fue feroz. La lluvia de balas, piedras y flechas puso en fuga a los portugueses, que emprendieron la presurosa retirada, llendo a fortificarse en una loma de Acaraguá, en donde quedaron sitiados.
Durante los días 12, 13, 14 y 15 de marzo, los bandeirantes, bajo un permanente bombardeo, intentaron infructuosamente romper el cerco con argucias diplomáticas, siéndoles rechazados dos intentos de rendición.
El día 16, forzaron el paso río arriba, solo para caer en una emboscada que le prepararon los indígenas en la desembocadura del arroyo Tabay. Al verse cortados, decidieron ganar la costa e internarse en la espesura. Allí fueron perseguidos sin tregua por los jesuitas, acosados por la deserción, las enfermedades y las fieras. La inmensa mayoría pereció en esta circunstancia, llegando a Sao Paulo, solo un puñado de hombres andrajosos.
Mbororé, además de ser la primera batalla naval de la historia del territorio argentino, marcó el fin de las bandeiras a las misiones y el afianzamiento de estas. Si la suerte de esta batalla hubiera sido otra, probablemente el mapa de América del sur no sería como es hoy.

Fuente: http://www.oni.escuelas.edu.ar/2002/misiones/alto-uruguay/mborore.htm

martes, 13 de enero de 2009 1 Comment

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