Las Termópilas americanas. David y Goliat de esta tierra. (Parte I)

A lo largo de la historia americana, hechos heróicos, de resistencia, de arrojo y de honor se han repetido en todo el continente. Aun concientes de lo inevitable de la derrota, de lo cercana que estaba la muerte, guerreros de toda extracción y raza han escrito páginas dignas de recordarse, aunque hoy duerman en un dilatado olvido.

La fortaleza verde.
La selva amazónica permaneció durante siglos al margen de la conquista. Ni siquiera los imparables ejércitos de Túpac Yupanqui habían logrado penetrar la maraña verde y, cuando Manco Inca fue sometido, muchos de sus seguidores se internaron allende los Andes.
Juan Santos Atahualpa empezó con sus correrías por el año 1742 acosando las poblaciones españolas de los bordes de la sierra, insurreccionando indígenas y proclamándose heredero del trono Inca.
Varias expediciones fueron enviadas tratando de eliminarlo, pero Santos aplicando las tácticas de guerra de guerrilla, derrotó sucesivamente a las incursiones enviadas por el Virrey y hasta logró avances militares ocupando ciudades españolas por corto tiempo.
Finalmente, la rebelión se extinguió sin conseguir penetrar en la sierra, pero sin haber sido vencida tampoco. Se cree que Santos Atahualpa murió en 1756.
Fuente: http://www.educared.pe/estudiantes/historia4/juan_santos_atahualpa.htma.htm

Vuelvan Caras.

Durante la guerra de independencia de Venezuela, se libraron una innumerable cantidad de batallas y combates en el que ambas fuerzas hicieron demostraciones de valor.
En la batalla de Las Queseras del Medio, José Antonio Páez, al mando de 153 jinetes, salió al encuentro de una fuerza realista mandada por el General Morillo, quien destacó para batirlo una fuerza de 1,000 hombres de caballería. Al verse atacado por semejante fuerza, Páez ordenó la retirada, pero cuando los realistas, confiados de destruir a los patriotas, fundieron en una sola sus columnas de ataque, el comandante llanero gritó “vuelvan caras” haciendo que sus jinetes enfrentaran a los españoles. La confusión envolvió a los atacantes que pronto se dieron a la fuga hasta refugiarse en su infantería dejando en el campo varios muertos.
Los lanceros de Páez quedaron dueños del terreno y Morillo se retiró.

El Bío-Bío.

La conquista de Chile fue un dolor de cabeza constante para la corona española durante tres siglos.
Al sur de ese país habitaban los Araucanos, una nación de varios pueblos de excelentes soldados. Valientes y arrojados, disciplinados y siempre dispuestos a la guerra, los mapuches, huiliches y otras tribus mantuvieron a raya al invasor europeo evitando que estos se asentaran mas allá de las márgenes del Bío-Bío.
Sucesivas expediciones acompañadas de colonos se aventuraron hacia territorio araucano pero fueron rechazados siempre y, los pocos pueblos que pudieron fundarse, vivieron en constante alerta y muchas veces fueron arrasados.
Grandes cantidades de hombres y materiales se consumieron intentando sentar la planta en los bosques del sur, hasta que la corona decidió parlamentar y reconocer al río como la frontera que separaba ambos territorios,
En el siglo XIX, la pacificación de la Araucanía terminó con la resistencia indígena, pero sus descendientes aun conservan el espíritu indomable del gran Lautaro.

La oreja de la discordia.

El imperio universal español empezó a dar muestras de resquebrajamiento a principios del siglo XVIII. El vacío que iba dejando la metrópoli en América era un botín que ninguna potencia europea estaba dispuesta a desestimar. En ese contexto, Gran Bretaña aguijoneaba el comercio americano con piratas y corsarios amparados por la corona, robando algunas islas a España y ocupando algunos puertos momentáneamente. Un episodio leve, como lo fue el corte de una oreja a un marino inglés por parte de un capitán español, lo que desató la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins.
Su batalla mas importante fue el asalto a la ciudad de Cartagena de Indias, en la costa caribeña del virreinato de Nueva Granada.
Cartagena era el puerto más importante del virreinato y uno de los mas importantes de América junto con los de Panamá, Portobello, Callao, Veracruz, Acapulco y La Habana, por ser estos los encargados de organizar el comercio con la metrópoli a través del sistema de flotas y galeones.
Puesto el ojo de Inglaterra sobre esta perla, se dieron a la caza de sus riquezas después de destruir Portobello.
Para conquistar la plaza, el comandante inglés Edward Vernon, contaba con una flota de 186 barcos, 2,620 piezas de artillería y 27,000 hombres: 10,000 soldados británicos, 12,600 marinos, 4,000 reclutas de Virginia y 1,000 esclavos de jamaica. Todo ello conformaba la mas formidable fuerza de asalto jamás vista hasta la Segunda Guerra Mundial, doscientos años después. Apostados en la defensa, 3,000 hombres, 600 arqueros indios y 6 naves al mando del genial marino Blas de Lezo.
Ante el éxito conseguido por Vernon en los inicios del ataque, éste dio por descontada la victoria, haciéndola anunciar en Inglaterra, donde se organizaron celebraciones y hasta se acuñó una moneda conmemorativa donde aparece Lezo de rodillas rindiéndose ante Vernon.
Resistiendo aun el casitllo de San Felipe, el comandante británico ordenó un asalto a sus murallas, el cual fracasó por un error de cálculo en la altura de los muros que debían de escalarse. Así quedaron a mitad de camino los “casacas rojas” a merced del fuego de los españoles quienes diezmaron sus tropas. Al ver que vacilaba el asalto, Lezo ordenó una salida de su infantería que acuchilló a los invasores hasta sus barcos. Allí permanecieron, sin poder desembarcar, asolados por el hambre y las enfermedades durante un mes. Por falta de tripulantes abandonaron muchas naves, aparte de las que fueron hundidas por el fuego de los fuertes.
El costo de la aventura fue de entre 6,000 y 10,000 muertos para los ingleses y 50 naves perdidas con 1,500 cañones. La sangre de 1,000 defensores se cobró, también, la ciudad de Cartagena.
El Rey de Inglaterra, avergonzado por la derrota, prohibió que se hablara del asunto y así permanece velado hasta hoy, aún en la historia de España.

Fuentes.
http://bajoceroenelfrente.blogspot.com/2007/05/el-sitio-de-cartagena-de-indias-1741.html
http://www.todoababor.es/articulos/art_2.htm
http://www.celtiberia.net/articulo.asp?id=2462
http://www.todoababor.es/articulos/defens_cartag.htm

Mbororé. Decir basta.

Las misiones jesuíticas de lo que hoy es el este paraguayo, noreste argentino, sur brasileño y norte uruguayo fueron una isla de progreso en un mar de calamidades para los pueblos indígenas de Sudamérica. Protegidos de los maltratos de encomenderos y corregidores, prosperó en la selva paranaense un imperio de la fe.
Las misiones funcionaban excelentemente bien y producían todo lo que necesitaban para subsistir y aun un importante excedente que colocaban en las cercanas plazas de Asunción o Corrientes. La yerba mate era su principal producto, pero no desatendían otros rubros. Trabajaban la madera y los metales, la piedra y el barro. Cada familia poseía una parcela para cultivar sus propios alimentos, aparte de las tierras comunales. No eran explotados ni explotaban a nadie, se gobernaban a si mismos y disfrutaban de una gran libertad.
Sin embargo, su posición geográfica, justo en la frontera de los imperios español y portugués, los ponían en el ojo de una constante tormenta. Frecuentemente eran llamados a formar milicias para acudir a proteger tal o cual punto que era atacado por soldados enemigos o las temibles “Bandeiras”.
Las bandeiras eran expediciones financiadas por los señores del oro de Minas Gerais o de la caña del norte y tenían su base de operaciones en la ciudad de Sao Paulo. Estas expediciones reclutaban a cualquiera que quisiera enriquecerse con la venta de esclavos, pero mayoritariamente estaban formadas por “mamelucos” mestizos, mulatos y aventureros de todo origen, conocidos por su rudeza y crueldad, mandados por capitanes mas duros y crueles aun.
Hacia la selva paranaense partían, entonces, las bandeiras en busca de comunidades indias para asolar, llevándose a los que podían cargar y matando a los que no podían.
Innumerables veces habían sufrido las misiones el ataque de los Bandeirantes, siendo destruidas ante la falta de armas para defenderlas, ya que la corona española prohibía a los jesuitas tenerlas, obligándolos a abandonar la provincia de Guayra y otros asentamientos.
Ante la insistencia de los padres jesuitas, la corona española accedió a armar a los guaraníes y a enviar once asesores militares de Buenos Aires para entrenarlos.
Mientras tanto, una nueva bandeira se formaba en Sao Paulo, dispuesta a vengar la derrota de Caazapaguazú, ocurrida a finales de 1638. Esta expedición, al mando de Manuel Pires, contaba con 450 hombres armados de arcabuz y 2,700 indios tupíes llevando arcos y flechas, hondas y macanas y, como transporte, más de 700 canoas y balsas.
Esperando el ataque, los jesuitas formaron un ejército de 4,200 hombres, 300 arcabuces, cien canoas y balsas, algunas, artilladas y cubiertas para evitar las flechas.
El 11 de marzo, los bandeirantes bajan con la corriente del río desde su posición de Acaraguá. Sesenta canoas al mando del Capitán Ignacio Abiarú le salieron a cortar el paso, apoyados por miles de soldados Guaraníes apostados en empalizadas de la costa.
El choque fue feroz. La lluvia de balas, piedras y flechas puso en fuga a los portugueses, que emprendieron la presurosa retirada, llendo a fortificarse en una loma de Acaraguá, en donde quedaron sitiados.
Durante los días 12, 13, 14 y 15 de marzo, los bandeirantes, bajo un permanente bombardeo, intentaron infructuosamente romper el cerco con argucias diplomáticas, siéndoles rechazados dos intentos de rendición.
El día 16, forzaron el paso río arriba, solo para caer en una emboscada que le prepararon los indígenas en la desembocadura del arroyo Tabay. Al verse cortados, decidieron ganar la costa e internarse en la espesura. Allí fueron perseguidos sin tregua por los jesuitas, acosados por la deserción, las enfermedades y las fieras. La inmensa mayoría pereció en esta circunstancia, llegando a Sao Paulo, solo un puñado de hombres andrajosos.
Mbororé, además de ser la primera batalla naval de la historia del territorio argentino, marcó el fin de las bandeiras a las misiones y el afianzamiento de estas. Si la suerte de esta batalla hubiera sido otra, probablemente el mapa de América del sur no sería como es hoy.

Fuente: http://www.oni.escuelas.edu.ar/2002/misiones/alto-uruguay/mborore.htm

martes, 13 de enero de 2009 1 Comment

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