El amago de un Perú independiente

Abatidos los pendones del real ejército, el sol se apagaba, tibio, sobre las cumbres de los andes. La guerra entre hermanos había debilitado al gran imperio. Poniendo a unos contra otros, dejaron penetrar la cuña de su destrucción, desatando la peor de las pestes que ha visto el mundo, que como una fiebre letal consume las vidas, arrasa los campos, destruye los templos. La codicia ha visto el brillo del oro, y por él babea la bestia.
La conquista del Perú había resultado más sencilla de lo esperado y Pizarro, uno de los artífices de la hazaña, tomó posesión de las tierras que le otorgara la reina Isabel. Su socio, Almagro, partió al sur a buscar su Cuzco, pero sin hallarlo, regresó desencantado a reclamar para sí la otrora capital imperial. Logró capturar la ciudad y encarceló a los hermanos de Francisco Pizarro, quien, enterado de los sucesos del sur, buscó el arbitraje real para dirimir la cuestión. En el ínterin, Hernando Pizarro escapa de su cautiverio y forma un ejército que derrota a los almagristas en las batallas de Huaytará primero y, definitivamente, en la batalla de Salinas, el 6 de abril de 1538. Almagro, el viejo león de la conquista, cae prisionero y es llevado a juicio decretándose su ejecución.
Pizarro tenía en su puño el Perú entero. Junto con sus hermanos formaba un sólido clan con un pie en Lima y el otro en el Cuzco. Pero los seguidores del viejo Almagro no habían desaparecido. Su hijo, habido en mujer india, buscaría vengarlo. Diego de Almagro, apodado “El Mozo”, reclamó la herencia de su padre, pero, al serle negado este derecho, se alzó en armas. El 26 de junio de 1541, un grupo de almagristas irrumpió en el palacio de Pizarro dándole muerte y proclamando a Almagro El Mozo como gobernador de la Nueva Castilla.
Llegó entonces a América el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, enviado del rey, quien, al conocer los detalles de la muerte de Pizarro, se unió al partido de este para someter a Almagro. Salieron en su busca y en la batalla de Chupas, cerca de Huamanga, derrotaron a su ejército. Preso El Mozo, fue condenado a muerte y ejecutado en el Cuzco.
Cabía entonces darle entidad a este territorio que tanta riqueza encerraba y, por ende, tantas pasiones desataba. Para esto fue instituido el virreinato del Perú y nombrado virrey Blasco Núñez de Vela, quien llegó a Lima en 1544. Blasco intentó aplicar en sus dominios las Leyes Nuevas proclamadas por el rey que establecían, entre otras cosas, que las encomiendas no podían ser hereditarias. A este punto se opusieron los encomenderos, encabezados por Gonzalo Pizarro, y desconocieron la autoridad del virrey. Capturado este en Lima, fue embarcado para Panamá pero logró escapar y tocar tierra en Tumbes. Reunió un ejército y marchó a Quito. Los pizarristas se dirigieron al norte y chocaron con las fuerzas virreinales en Iñaquito, donde Núñez de Vela fue capturado y decapitado en el mismo campo de batalla.
En el sur apareció Diego Centeno, quien reunió una fuerza para defender la autoridad de la corona de España, pero fue derrotado en la batalla de Huarinas.
Gonzalo Pizarro quedó dueño del Perú entero, en franca rebeldía contra la corona española, en un virtual estado de independencia. Nombró gobernadores e intendentes, generales y jefes de su estado mayor y envió por mar a Pedro de Hinojosa, a la sazón almirante de su flota, a dominar el istmo, cosa que logró en 1546.
Llegó entonces al Perú el pacificador, Pedro de Lagasca, hombre probo y honesto, leal e incansable, para poner en cintura a los rebeldes. Lagasca convenció a Hinojosa de cambiar de bando y juntos se dirigieron rápidamente al Cuzco, reuniendo en el camino un respetable ejército de leales. Ambas fuerzas se encontraron en la batalla de Anta, donde muchos rebeldes cambiaron de bando justo antes del combate. Salió vencedor el pacificador y, tomado prisionero, Pizarro es conducido al cadalso.
Vencidos los pizarristas, Lagasca regresa a España, pero deja tras de si muchos de los descendientes de los conquistadores, descontentos por las nuevas encomiendas otorgadas y pronto germina una nueva rebelión, esta vez acaudillada por Francisco Hernández Girón, quien logra llegar a las inmediaciones de Lima y, luego de algunas victorias, es finalmente vencido, capturado y ejecutado.
La autoridad del Rey ya no sería cuestionada, hasta que Túpac Amaru sacudiera la tierra nuevamente, dentro de doscientos veintisiete años.

martes, 13 de octubre de 2009 1 Comment

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