Realmente, nunca más.

Esta semana se conmemoran 34 años del golpe de estado del 24 de marzo de 1976 en el que las fuerzas armadas argentinas (FF.AA) derrocaron al gobierno de Isabel Perón.
En todo el país se montaron escenarios y mucha gente salió a las calles a expresar su repudio al golpe, a los siete años de dictadura militar y a los represores responsables del terrorismo de estado.
El gobierno actual y el anterior pusieron énfasis en la búsqueda de justicia con la derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y el apoyo a las asociaciones de Derechos Humanos como Madres de Plaza de Mayo y Abuelas de Plaza de Mayo, dando nuevo impulso a los juicios contra agentes del denominado Proceso de Reorganización Nacional por desaparición de personas y robo de bebés nacidos en cautiverio.
Esta voluntad expresa de encontrar y llevar a juicio a los responsables de delitos de lesa humanidad ha dado lugar a un debate que en América Latina ha sido resuelto de diferentes maneras. Las declaraciones del ex presidente argentino Eduardo Duhalde argumentando que debería hacerse una consulta popular preguntando si se debe continuar o no con estos juicios pone sobre el tapete que las heridas están lejos de sanar y que muchos en Argentina todavía creen que las leyes pueden ser emparchadas, tachadas o, simplemente, obviadas con el argumento de salvaguardar la unidad nacional, término, que en boca de tantos personajes distintos, ha sido vaciado absolutamente de sentido.
Chile ha elegido otro camino, como lo han hecho Brasil, Bolivia y Paraguay, siguiendo el modelo español post-Franquismo, aunque, como vemos en la península, es muy difícil zanjar las diferencias, y casi imposible apelar al olvido.
Las leyes con las que Argentina cerró la etapa del revisionismo de los años de plomo, luego de un ejemplar juicio a las juntas, no lograron su objetivo de reconciliar a la población. Hoy, derogadas estas leyes, asistimos a una reedición de los debates por lo ocurrido durante la guerra sucia, reivindicaciones varias y justificaciones poco verosímiles.
En medio de todo esto hemos tenido un desaparecido en plena democracia. El 18 de septiembre de 2006, Jorge Julio López, albañil de la ciudad de La Plata, detenido y torturado entre 1976 y 1979, querellante y testigo en la causa por genocidio contra Miguel Etchecolatz, desapareció de su domicilio y hasta el día de hoy se desconoce su paradero.
El caso López pone de manifiesto que los grupos de tareas de las fuerzas de seguridad están aun activos y que guardan relación con represores comprometidos por crímenes de lesa humanidad.
El cuadro se presenta, entonces, mucho mas complejo. La intencionalidad de la desaparición de López, evidentemente, es frenar los juicios contra represores, muchos de los cuales siguen siendo miembros de fuerzas de seguridad. Por otro lado, agrupaciones como Madres de Plaza de Mayo y Abuelas de Plaza de Mayo han cobrado protagonismo. Sobre todo las Abuelas, que han logrado la restitución de su identidad a 101 nietos recuperados, cuyos padres fueron detenidos desaparecidos entre 1976 y 1983. De aquí que los antagonismos y los cruces entre unos y otros no se acallen.
Y es que lo realmente importante cuando hay tanto dolor contenido por tanto tiempo, tanta búsqueda infructuosa y tanto miedo, lo que toma suprema importancia para orientar la reflexión y obrar en consecuencia es la perspectiva. Hay una que no deja espacios libres, que, como en otros países, clama por una amnistía general (intentada por Carlos Menem) y reduce la cuestión a una guerra en la que era preciso vencer a todo trance, so pena de perder la vida y la libertad. Asume que se han cometido excesos, pero se vanagloria de haber vencido a la subversión, a los rojos y ateos, y de haber salvado a la patria de la amenaza comunista.
La otra persigue la certeza. La certeza de qué pasó con aquél que desapareció, que nadie volvió a ver. Hoy, todos saben que suerte corrieron los detenidos que nunca más volvieron, pero es necesario que un documento, una confesión, un hallazgo les confirme esta presunción. De lo contrario la herida sangra y supura constantemente, y el dolor no cesa, a lo sumo nos acostumbra.
Aquellas certezas que se han recogido sobran para llevar a juicio a los responsables de la tortura y la represión, a los que utilizaron el aparato del estado para matar, desaparecer o exiliar a los opositores del régimen socioeconómico que se impuso y del que hoy pagamos las consecuencias. Porque es lo mismo matar de bala que de hambre, es lo mismo enmudecer con un trapo en la boca o con el miedo. Es lo mismo desmovilizar con palos y gases que con la distancia de un exilio. Es lo mismo y tiene el mismo objetivo. Lo que desapareció es lo que hoy nos hace falta.

viernes, 26 de marzo de 2010 Leave a comment

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