Haití, Parte II. La tierra que late.


Luego de la muerte de Touissant, los franceses dominaban la isla, a excepción de algunos focos aislados en las montañas.
Al tener noticias de que Francia había reestablecido la esclavitud en Martinica, comandantes que habían luchado con L´Ouverture y que ahora regresaban a los campos de batalla. Dessalines, Petión, Christophe, Clairveaux, entre otros, volvieron a encender la mecha de la revolución. En pocos días, solo las ciudades más grandes de Haití permanecían en poder de Leclerc.
La fiebre amarilla había diezmado los cuadros franceses y había acabado con la vida del propio Leclerc en 1802. De estos despojos de ejército se hizo cargo Rochambeau, un general tan capaz como sanguinario, quien luego de recibir refuerzos comenzó a equilibrar la balanza de la guerra.
Las historias atroces que aun hoy se cuentan sobre estos meses de la guerra hablan de torturas, mutilaciones, asesinatos masivos, violaciones y otras prácticas inhumanas en uno y otro bando. Lo cierto es que Rochambeau logró recuperar terreno y organizar un contraataque general, el cual fue soportado por los rebeldes a pie firme, hasta que los eventos europeos hicieron girar la suerte en su favor. En 1803, Napoleón volvió a entrar en guerra con Inglaterra y ya no podría enviar refuerzos y pertrechos a las colonias. El corso  y vendía a Estados Unidos la Louisiana, renunciando a sus colonias en América del norte. Los franceses de Saint Domingue, abandonados a su suerte debían lidiar ahora también con la ayuda que Inglaterra prestaba a los rebeldes haitianos. Cercado en Le Cap por tropas rebeldes, diezmado su ejército por las enfermedades y el hambre, Rochambeau abandonó Saint Domingue en los primeros días de diciembre de 1803.
El 1 de enero de 1804, Haití declaraba su independencia. La primera rebelión de esclavos exitosa paría un estado, el segundo en America, el primero gobernado por negros.
Al frente del gobierno se puso Jean Jacques Dessalines, antiguo esclavo de las plantaciones del norte de la isla. Le tocó gobernar un país devastado por la guerra, sin comercio, con un pueblo analfabeto y sin los medios necesarios para a reconstrucción. La independencia de Haití era resistida por las potencias europeas, pero sobre todo por Estados Unidos, quienes veían una muy mala influencia a pocos kilómetros de sus preciosas plantaciones sureñas.
Dessalines estableció, entonces, un régimen autoritario, basado en la disciplina y el orden militar. Reinstauró el régimen de plantaciones y logro una leve mejoría en las condiciones de vida de la población. En 1805, Dessalines se autoproclamó emperador dando un motivo más de descontento a sus ya numerosos opositores, especialmente, los mulatos o gens des coleur, mejor educados y, por ende, con pretensiones de gobierno. Estos recelos y antagonismos le costaron la vida en 1806.
La sucesión arrojó como resultado la división del país. Al norte, Henri Christophe, antiguo oficial de Dessalines, impuso una monarquía con férrea disciplina, basando su economía en la gran plantación de exportación y la construcción de grandes obras como Sans-Souci y La Ferriere. Al sur, Alexandre Pétion, mulato que también participó en la guerra de independencia, gobernaba como presidente y su esquema productivo se centraba en la pequeña propiedad de la tierra.
Petión, recibió a un derrotado, Simón Bolívar en enero de 1816 y le prestó incondicional apoyo material para preparar una expedición sobre Costa Firme a cambio de que éste aboliese la esclavitud en los territorios que ocupara. Sin alcanzar el éxito, regresa a Haití y, por segunda vez, Pétion le brinda ayuda puediendo preparar una nueva incursión. Si bien Bolívar declaró la abolición, ésta no se hizo efectiva hasta 1854.
Pétion murió en 1818 y Christophe se suicidó en 1820.  
A Pétion le sucedió Jean Pierre Boyer, quién unificó a la isla de La Española bajo su gobierno a partir de la invasión de la parte oriental en 1822. Boyer negoció con Francia el reconocimiento de su independencia a condición del pago de 150 millones de francos-oro en concepto de reparaciones y subsidios por las pérdidas ocasionadas a la metrópoli por la independencia de su colonia. Para Haití, esta era la única forma de garantizar su subsistencia y quitarse de encima la constante amenaza de una expedición de reconquista. Bajo su mando promulgó el código agrario, intentando mejorar las condiciones económicas del país, pero su política de distribución de tierras en pequeñas parcelas tendía a una economía de subsistencia dejando muy pocos excedentes exportables y provocó el descontento de los terratenientes (hateros) de ambos sectores de la isla.
Finalmente, las continuas insurrecciones y conspiraciones obligaron a Boyer a abandonar el gobierno en 1843.
A partir de allí, los enfrentamientos entre negros y mulatos por el control del poder sumergió a Haití en un mar de tumultos, golpes y contragolpes que, sumados al bloqueo económico de Estados Unidos y al desprecio que sufrían de parte de sus vecinos americanos (muchos no reconocieron a Haití hasta fines del siglo XIX) además del gran peso de las deudas y a las costosas aventuras militares contra la parte oriental de la isla, impidieron el desarrollo de su economía.
Luego de Boyer fue electo presidente el general Faustin Soulouque, quién mas tarde se coronaría como Faustin I y sería derrocado en 1859, asumiendo el gobierno Fabre Geffrard. Aunque Geffrard hizo esfuerzos por mejorar la calidad de vida de los haitianos, sus opositores fraguaron levantamientos en su contra valiéndose de los “piquets”, bandas de negros armados protagonistas de varias revueltas y dimitió, finalmente, luego del levantamiento de toda la región del Artibonite.
Le siguieron Sylvain Salnave, quien cerró el congreso y luego fue depuesto. Nissage Saget, también depuesto en 1872. Lysius Salomon, gobernó siete años logrando algunos avances en su gestión, pero fue derrocado en 1888. Luego de un período de anarquía, asumió el gobierno Florvil Hyppolite, quién introdujo avances tecnológicos e hizo que Estados Unidos respetase la constitución haitiana (que establece que ningún extranjero puede poseer tierras en el país) cuando éstos quisieron establecer una base permanente en el norte. Hypolite murió en el cargo, siendo sucedido por Tirésias Simon Sam y luego Pierre Nord Alexis quién gobernó seis años antes de ser expulsado de la función de presidente por un levantamiento. Desde aquí hasta 1915 hubo 8 gobernantes lo que fomentó la intervención directa de Estados Unidos en la isla, primero en la República Dominicana y, finalmente, en Haití.
Desde 1908 Estados Unidos intervino directamente en Haití, primero comprando parte del Banco Central y luego invirtiendo en algunas plantaciones. En 1910, un grupo de bancos estadounidenses refinanciaron la deuda Haitiana y se arrogaron el derecho a controlar las finanzas del país hasta tal punto que en 1914, marines enviados por Woodrow Wilson se llevaron las reservas de oro y las depositaron en bancos de Nueva York.
Finalmente, en 1915, tropas de Estados Unidos invaden Haití tomando el control del país. Declaran la ley marcial en Puerto Príncipe y comienzan a reprimir los focos opositores en el interior.
Dueños de la aduana y de la recaudación de impuestos, controlan la economía del país al mismo tiempo que ejercen un gobierno de facto a través de representantes adictos. Restablecen el trabajo forzoso e imponen medidas racistas.
Varios movimientos opuestos a la ocupación se manifiestan. El más importante fue el movimiento de los “cacos”, guerrilleros rurales, al mando de Charlemagne Peralte, ex oficial del ejército haitiano que al momento de la invasión se negó a rendirse y formó una guerrilla que mantuvo en vilo a los ocupantes hasta su asesinato en 1919.
La soberanía haitiana fue humillada al punto de tener que depositar sus reservas en el Citybank, dueño del Banco de la República de Haití, y pagar un interés menor por los depósitos recibidos.
Toda protesta era acallada de manera sangrienta, y aun así siempre hubo disturbios hasta que los marines abandonaron la isla en 1934.
En 1937, por orden de Leónidas Trujillo, 15.000 haitianos fueron asesinados a manos del ejército dominicano en lo que se denominó la “masacre del perejil” porque todo aquel que no pudiera pronunciar en correcto español la palabra “perejil” era ejecutado.
Hasta 1957 varios gobiernos y golpes de estado se sucedieron. Ese año fue electo presidente François Duvalier, Papa Doc.
Duvalier ejerció un gobierno dictatorial apoyado y financiado por Estados Unidos, tal como Trujillo en República Dominicana o Somoza en Nicaragua o Batista en Cuba. Su policía secreta, los “tontons macoutes” persiguió y asesinó a todo aquel que esbozara una oposición.
A Papa Doc le sucedió su heredero, Baby Doc Duvalier, quién gobernó hasta ser obligado a exiliarse en 1987.
Luego de varios años de anarquía, llegaría al poder Jean Bertrand Aristide. Aristide, encendido orador, era sacerdote salesiano pero fue expulsado de la orden por su actividad política. Derrocado en 1991 con la anuencia de Estados Unidos, es repuesto en el poder por ellos mismos en 1994. Reelecto en 2001 comenzó su acercamiento a Cuba y a Venezuela, lo que le valió ser derrocado por segunda vez.
En su lugar se estableció una misión de Nacione Unidas, la  Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH), que desde 2004 controla el país.

Haití es hoy uno el país más pobre de América y el país no africano con menor desarrollo en el mundo. Los orígenes de esta pobreza crónica deben rastrearse en su constante inestabilidad política, sumado a un sinfín de otros factores macro y micro económicos.
Haití, en el último medio siglo, ha sido un ambiente muy dócil a las recetas del FMI. La amistad que unió a los Duvalier con Estados Unidos y,  por ende, con los organismos internacionales de crédito.
Hace treinta años, USAID, la agencia para el desarrollo internacional de Estados Unidos, propuso a la elite haitiana, transformar al país en un centro manufacturero al mejor estilo Taiwán. Aprovechando la mano de obra barata y la cercanía con el continente, Haití era el candidato perfecto para prestar los brazos que no se podían pagar en el gigante del norte.
La noticia se esparció rápidamente y muchos campesinos migraron a las ciudades, en especial a Puerto Príncipe, persiguiendo la promesa de un salario. La ciudad no estaba preparada para el aluvión, por lo que los asentamientos precarios se multiplicaron.
Finalmente, y luego de gastar millones en estudios y comisiones que ahora el país adeuda, la USAID abandonó el proyecto y dejó a Haití peor que antes.
En la década de los ochenta Haití exportaba arroz. El FMI le impuso al pequeño país sus ya célebres recetas neoliberales y el gobierno rebajó la tasa de importación del 35% a un 3%. Como consecuencia, toneladas de arroz subsidiado de los Estados Unidos invadieron las mesas de los haitianos, desplazando al cultivo nacional, haciendo perder empleos en el campo y empeorando la situación del hacinamiento en las ciudades.
Al mismo tiempo, el país caribeño sufre un desastre ecológico de enormes proporciones. Antiguamente, el país estaba cubierto por bosques que fueron sistemáticamente talados hasta su virtual desaparición en nuestros días. La tala indiscriminada se debió en parte al allanamiento del terreno para cultivos pero más incidencia tuvo y tiene sobre los bosques es la obtención de madera para la producción de carbón vegetal, principal combustible en las cocinas del país.
Como consecuencia, la desertificación se acelera. Viejos campos de cultivo, otrora fértiles, se muestran ahora como un páramo donde apenas la hierba rústica logra crecer. Los deslaves y aludes son frecuentes, sobre todo en época de huracanes, y también lo son las inundaciones y sequías que se alternan.
Si bien Haití recibe ayuda desde el exterior, esta se basa en el asistencialismo y no el desarrollo de infraestructura, caminos, industrias o aquello que pudiera generar crecimiento económico. La isla está siempre en la mira de los organismos internacionales de crédito y es campo de prueba de las recetas neoliberales de estos entes y sus empresas. Luego del terremoto del 12 de enero, el FMI se apresuró a otorgar un préstamo de 100 millones de dólares, con lo que la deuda del país caribeño con ese organismo asciende ahora a 165 millones y Monsanto, la mega empresa química estadounidense, donó semillas transgénicas a los cultivadores isleños. Sin embargo, la crisis humanitaria que actualmente se vive en ese territorio, forzó al Banco Mundial a cancelar su deuda.
Virtualmente ocupado, Haití es un gobierno de instituciones débiles. Densamente poblado, con altísimos índices de pobreza e indigencia, la marginalidad, los asentamientos precarios, la ausencia del estado y la insuficiencia de la ayuda humanitaria, crearon un coctel que hizo eclosión el 12 de enero pasado, arrasando dos tercios del territorio, matando a cientos de miles y dejando a millones sin hogar.
De a poco, el país vuelve a la normalidad, pero esa normalidad está aun muy lejos de ser aceptable. Un Blogger estadounidense escribió “nosotros contribuímos al actual estado de Haití, de nosotros depende como será Haití dentro de cincuenta años”.

jueves, 15 de julio de 2010 1 Comment

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