Milagro Sala y la buena revolución.

Pensábamos que íbamos a llegar a un cuartel, lleno de soldados de bota y boina o a algún palacio donde ella, rodeada de eunucos, se bañara en leche de burra. Pensábamos, porque el pensamiento es una práctica adquirida independiente de la experiencia, que nos iban a palpar de armas o a preguntar con prepotencia quien nos mandaba.
Pero no. Nos encontramos con que en Jujuy todos saben quién es ella y donde está. Nos encontramos con un edificio bien puesto en el centro de la ciudad donde nos recibieron con una sonrisa y una predisposición casi automática para guiarnos en lo que estábamos buscando. Dijimos que la buscábamos a ella, nos dijeron que no estaba, pero que con gusto nos iban a mostrar las instalaciones.
Nos asignaron dos guías, Angel y Diego, de 15 y 18 años respectivamente, quienes trabajan allí. Ellos se dedican a hacer lo que hay que hacer y, en este caso, lo que había que hacer era mostrar qué es y qué hace la Tupac Amaru.
Obviamente, nos mostraron aquello que tienen que mostrar y, tal vez, haya cosas que no nos dieron a conocer. Pero, nuestros ojos, tan acostumbrados a ver el abandono y el desinterés por el otro, no podían dejar de maravillarse con la obra de la Tupac Amaru.
En el edificio principal, un edificio nuevo y en expansión cuya entrada guardan un busto de Ernesto Guevara y otro de Tupac Amaru, funciona un sanatorio que brinda asistencia gratuita a cualquiera que la necesite, incluso, tienen un tomógrafo computado y reciben habitualmente derivaciones de otros hospitales de Jujuy, que no tienen el presupuesto suficiente para satisfacer la demanda. En el mismo edificio también hay oficina de prensa, que se ocupa de la difusión de la obra de la agrupación, una oficina de cómputos, donde se lleva un minucioso control de los datos que emanan de la administración de las diversas áreas, una oficina de documentos, que se ocupa de asistir a toda persona con necesidad de adquirir su DNI, sean argentinos o extranjeros, un comedor, donde todos los mediodías se cocina para los trabajadores del lugar un menú de precio muy accesible, una radio, biblioteca, una piscina cubierta, un microestadio y un museo que revaloriza la cultura y las costumbres del noroeste argentino, así como a los pueblos originarios.
Al lado del edificio principal hay un jardín de infantes que funciona en tres turnos, mañana, tarde y noche. Este “detalle” de un jardín funcionando de noche, se debe a que muchos adultos estudian en el colegio de la Tupac en ese horario y dejan a sus hijos en el jardín.
El colegio que funciona enfrente de la sede principal también es de reciente construcción. Allí asisten dos mil alumnos en tres turnos. Tanto los uniformes como el mobiliario son fabricados en los talleres de la agrupación.
Pero la obra de la Tupac Amaru llega aun mas lejos. Llega a donde debería llegar un estado que se muestra insuficiente, ineficiente e indolente hacia las necesidades de sus ciudadanos.
En la vieja estación de trenes de Jujuy, en un playón de maniobras del ferrocarril, funciona hoy un parque abierto a la comunidad. Aprovechando un terraplén se hizo un anfiteatro y el pozo de una antigua mesa giratoria de locomotoras se transformó en pileta. Los vagones separan la cancha de futbol del resto del predio, donde hay juegos, mesas y fogones. Los galpones son utilizados para el acopio de materiales, alimentos y ropa que llegan a modo de donaciones desde todo el país y desde allí se separan y distribuyen, tarea que involucra a toda la agrupación.
Jujuy es una ciudad extraña. Parece construída a las apuradas, aunque tenga más de cuatrocientos años de historia. Los barrios de la periferia superaron la avenida de circunvalación, trepando los cerros de inigualable belleza. Allá está el barrio de Alto Comedero, un paisaje de ondulaciones de tierra donde crecen los barrios levantados por la Tupac Amaru, no por ninguna constructora que haya ganado la licitación, sino por los propios habitantes de esas casas, con bloques fabricados en la planta de la comunidad y a un costo mucho menor (45% menos) que las casas de otros planes de vivienda y en la mitad del tiempo. Pregunté donde vivían antes los habitantes de estas casas y me respondieron que en asentamientos, en villas miseria. Ahora gozaban de luz, gas y agua potable, además de un techo seguro y firme.
En Alto Comedero también hay una escuela, un centro de salud, una pileta cubierta acondicionada para el tratamiento de chicos con capacidades diferentes, una cancha de rugby y una cancha de futbol con tribunas y torres de iluminación. También hay un parque acuático a punto de terminarse y un gran parque de juegos en el centro del barrio. No es casual que se dediquen recursos a propiciar el deporte y el entretenimiento ya que es una forma de alejar a los jóvenes de la calle y de las drogas. De hecho, muchas paredes tienen escrito el lema “Si al deporte, no a la droga”. Parecería algo menor, pero representa un paso en concreto en la lucha contra este flagelo que no se ve en otros lugares de la Argentina. También funciona en el barrio la cooperativa textil, la cual trabaja 100% de su capacidad y confecciona 50.000 prendas por mes.
Pero la obra de la Tupac Amaru no se limita a la ciudad de Jujuy solamente. Vimos obras en Palpalá, Humahuaca y Abra Pampa y tienen participación en La Rioja, Salta, Santa Fe, Buenos Aires y Mendoza.
Lo que sorprende de esta agrupación es la espontaneidad con la que cuentan sus logros. Invitan al visitante a recorrer su obra y con indisimulable orgullo salen al paso del forastero sonrisas a granel. Directores de escuela, profesores, encargados de las bibliotecas, maestras, alumnos, todos saben que lo que estamos viendo es digno de admiración, aunque para ellos sea lo más natural del mundo. Nos llaman “compañeros”, lo que significa, desembarazándonos de significantes políticos, el que comparte, el igual, mi par. Entre ellos no hay, o por lo menos no lo vimos, burócrtas ni jerarcas, todos saben que ocupan un lugar en una enorme máquina que crece. Y, como todo lo que crece, mete miedo.
Mete miedo el empuje, la solidaridad verdadera, esa que enlaza al necesitado con el que tiende la mano, con el que invita a sumarse, a ser un “compañero” más. Mete miedo la conciencia de si mismos que adquirieron y su convencimiento de que, aun 220 años después de la revolución francesa, la unión hace la fuerza. Mete miedo la wiphala ondeando. Mete miedo el pensamiento libre y la prédica con el ejemplo, esa que no se puede transmitir por televisión. Porque mete miedo acusan a la cabeza visible de este movimiento, Milagro Sala, de estar armando un ejército, de manejar fortunas en su beneficio, de engañar a sus seguidores con espejitos de colores, de “barra brava”. No sea cosa que cunda el ejemplo. No olvidemos que por ser mal ejemplo destruyeron el Paraguay y Paysandú fue reducida a cenizas. Por ser mal ejemplo echaron a Arbenz y arrasaron con Allende. Por mal ejemplo mataron al Che y a Tupac Amaru y por mal ejemplo escondieron por años el cuerpo de Eva Perón.
Tampoco podemos perder de vista que la tarea de Milagro Sala y sus seguidores es una reacción ante la ausencia del estado. Es el estado el que debiera satisfacer las necesidades de sus ciudadanos y no una agrupación sociopolítica. Es el estado el que debería proveer educación, salud y vivienda y es el estado el que debería propiciar la creación de empleo genuino. En este caso, el estado se limita a proveer los fondos, en la forma de planes asistenciales, para la gestión de la Tupac Amaru. Pero esta providencia no es gratuita, compromete a los beneficiarios en actos, marchas y, finalmente, votos a favor del oficialismo.
Más allá de la cercanía en lo ideológico, la agrupación se encuadra en un modelo sindical que no es enteramente afín al gobierno argentino, la CTA (Central de Trabajadores Argentinos). Dentro de esa estructura se organiza la Tupac Amaru, tal vez la única organización sobreviviente del asambleísmo surgido de la debacle del año 2001, aunque su creación data de los últimos meses de la pasada década.
Los detractores de Milagro Sala le imputan un autoritarismo que no pudimos observar, aunque si vimos un orden establecido con disciplina, pero en la forma de una disciplina organizadora más que opresiva. Todos las energías de una enorme cantidad de gente se enfocan en el hacer mucho con poco y en conseguir más para seguir haciendo, y en esto reside la diferencia sustancial con lo que en América Latina estamos acostumbrados a experimentar: una sensación de que se gasta muchísimo para hacer muy poco o directamente nada.
El triunfo de la Tupac Amaru sobre el prejuicio y el miedo depende ahora de que pueda expandirse a otras provincias argentinas, incluso llegando al desvencijado Gran Buenos Aires. No es necesario que lo haga Milagro Sala en persona, puede diseminarse el ejemplo y existir otras Tupac Amaru con diferente nombre pero con el mismo espíritu. Así, tal vez, logremos distribuir mejor la riqueza, bajar los índices de indigencia, de pobreza, de drogadicción, de deserción escolar, de delincuencia, dar vivienda digna y trabajo genuino a muchos que aún permanecen al margen del sistema de empleo y, en consecuencia, activar la economía de un modo hace mucho tiempo desaparecido en la Argentina. Lo que vemos a pequeña escala, en un ángulo del mapa, realizado y, a la vez, pura potencia, es una buena revolución, practicable en cualquier otra parte del país, y, como dijo Ernesto Guevara "El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor" y eso suele notarse.

miércoles, 9 de diciembre de 2009 Leave a comment

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