A pelearla acudirían antiguos oficiales del Ejército del Rey, comerciantes, ganaderos, abogados y curas, esclavos, indígenas, peones y mineros. Los guiarían los Libertadores, estirpe americana, puro carácter y decisión. Artigas, Bolívar, Belgrano, San Martín, Sucre, O´Higgins, Miranda, Hidalgo, Morelos...ninguno tendría paz ni recompensa luego de quince años de matar y morir en los campos de batalla. Sus figuras, demasiado grandes, serían peligrosas para los gobiernos emergentes de las fraccionadas repúblicas americanas. Demasiado influjo tenían sobre los pueblos y las tropas, demasiado poder.
El temor siempre estuvo camuflado de ingratitud para los mezquinos, los enredadores y para los agentes extranjeros que no veían mas allá de sus latifundios o sus consulados en Europa, para quienes nunca existió mas patria que sus estancias o sus acciones en alguna banca de allende el mar.
Bolívar murió en 1830 en Santa Marta, Colombia. Ya no su gran Colombia de Boyacá y Carabobo, esa no existía. Su espada había forjado una gran nación que el filo del egoísmo ahora cortaba en cinco estados debiluchos. Se lo atacó con saña donde antes había sido aclamado, se le acusó de tirano, se le alejó de su tierra, se le negó el descanso. Al fin se quedó sin fuerzas y no pudo con su pena.
San Martín vivió treinta años en Europa, alejado de la tierra que lo había visto nacer y por la que había dejado todo. Ni Chile, que le debía su independencia, ni el Perú que él había despertado, ni las Provincias Unidas del Rio de
Artigas, en su tiempo Protector de los Pueblos Libres, tuvo también su largo exilio. Treinta años dedicó su tiempo al cultivo de una parcelita de tierra en Paraguay. Lo corrieron los Portugueses que invadieron
Belgrano, creador de la bandera argentina, héroe de las invasiones inglesas, General vencedor de Salta y Tucumán, abogado patriota y miembro de
El olvido, la condena, el oprobio y el exilio fueron las armas del miedo de aquellos que se sabían pequeños y que solo podrían mantenerse en su telaraña si los grandes hombres ya no estaban. La historia americana seguirá dando garrotazos en la cabeza para provocar la amnesia de los pueblos hasta el día de hoy, borroneando los libros de escuela, manipulando el almanaque, proscribiendo a quien merece el bronce y el mármol.
Cada vez que alguien oiga hablar de un demagogo, de un tirano, de un loco, de un idealista, de un soñador o un romántico que no tiene los pies sobre la tierra, que desconfíe, porque allí, tal vez, haya un Libertador.
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