Arauco: la guerra más larga.

Desaparecen los taínos, se los lleva la viruela y el acero. Caen como moscas los aztecas, huyen del ruido de la artillería y de los perros, dejan la vida en las calzadas de su gran ciudad. Callan los incas. Siguen mudos con los ojos la ejecución de su dios encarnado. Los que luchan no tienen fuerza, ni pólvora, ni caballos y se van a la selva. Pero en el sur profundo, donde los valles verdes se hacen mas verdes, y el mar se va pegando a la cordillera, resisten los habitantes de la araucanía. Hombres recios, altos y fuertes, inteligentes y astutos, no compran la cruz ni el trigo pero sí aprenden quién es el hombre blanco.

Desde el principio, la conquista de Chile fue una obra ciclópea. Buscando la fortuna que había visto pero no tocado, Diego de Almagro se lanzó al sur del reluciente Perú del que eran dueños los Pizarro. Anduvo desiertos donde no hay ni palabra para nombrar la lluvia y valles que dan vértigo. Encontró indios mansos en el norte a los que pronto mandaría a los lavaderos de oro, y encontró indios hostiles más al sur. Los mapuches habitaron estas tierras durante muchos siglos antes de que llegara el hombre blanco. Ellos solos habían sido la frontera del omnipotente imperio del sol. Geniales guerreros, no se dejaron dominar ni engañar y decidieron dar pelea.

Con Almagro en el Perú, la tarea de la colonización de Chile cayó en manos de Pedro de Valdivia quien pronto vio como se agotaban las tierras del valle central que va desde la cuesta de Chacabuco hasta el río Maule. Al sur de este río habían fundado sus reales los Mapuches. Valdivia no había sentado la planta aun cuando miles de indígenas lo rodearon. Tuvo que abandonar los fuertes que había fundado y refugiarse en Concepción. En la batalla de Tucapel fue capturado por las huestes de Lautaro y posteriormente ejecutado. Era este capitán indígena un antiguo paje de Valdivia. Con los españoles se había criado y de ellos había aprendido tácticas guerreras y el uso del caballo. Escapó hacia territorio araucano y se hizo Toqui. Fue el inventor de la táctica de ataque por oleadas que desgastaba al enemigo hasta derrotarlo. Lautaro llevó la rebelión hasta las puertas de Santiago, pero murió asesinado en su tienda antes del asalto a la ciudad.

Los Araucanos tenían una gran resistencia física, lo que los hacía pelear por más tiempo y más ferozmente. Eran arrojados y no le temían al caballo o a las armas de fuego ni a los castigos o matanzas con los que se intentaba dominarlos a través del miedo. Levantaban fuertes como los de los españoles (Libén, Lincoya) y sabían usar la táctica de la guerrilla para hostilizar y desgastar al enemigo. No eran como los Incas, quienes se desbandaban ni bien veían caer a su líder, sino que seguían luchando. El Mapuche peleaba armado de macana o garrote, lanza, arco y flecha, lazo y boleadoras, y hasta llegaron a dominar el fusil. Aprendieron a montar y lo hicieron diestramente, al mismo tiempo que perfeccionaban tácticas de asedio como el desvío de ríos o las paredes móviles detrás de las cuales se protegían de los tiros españoles.

Durante siglos, los fuertes y ciudadelas que se habían establecido al sur del río Maule vivieron en estado de alerta constante y muchas veces fueron arrasadas y evacuadas ante el asedio de los Mapuches. Arauco, Chillán, Concepción, Purén, Angol, Yumbel, Nacimiento, Santa Bárbara, Valdivia, La Imperial, entre muchas otras poblaciones, fueron construidas y destruidas sucesivamente. Los Españoles no eran dueños mas que de el terreno que pisaban. Los recursos del país eran bien escasos para hacer frente a la guerra, y hubo que recurrir una y mil veces a la plata del Perú para equipar las expediciones y a soldados del Perú para llevarlas a cabo. Pero estas aventuras no eran populares entre las tropas; leyendas horribles se contaban sobre Chile, sobre los Araucanos y sobre el insalubre y húmedo clima del sur. Muchas veces hubo que recurrir a soldados mestizos que se pasaban de bando ni bien veían al verdadero enemigo y no faltaron, tampoco, españoles pasados.

La guerra se había generalizado en toda la frontera, la cual existía de hecho como existía la frontera entre España y Francia en Europa. Aunque intentaran asentarse allende la marca, los españoles eran obligados a replegarse al norte del Bío-Bío.

Muchas veces se celebraron tratados entre los contendientes en un extraño acto de reconocimiento hacia la nación Araucana, como lo hizo García Hurtado de Mendoza o Pedro de Villagra. Sin embargo, estas paces eran consideradas por los Mapuches como tiempo para recuperarse de las epidemias traídas por el europeo o cosechar los campos antes de contar con brazos para reiniciar la batalla, y los materiales que como obsequios recibían eran automáticamente transformados en útiles de guerra.

Ante la imposibilidad de arrojar a los indígenas de sus territorios o someterlos a la autoridad de España, lentamente se fue abandonando la idea de una guerra ofensiva y fue tomando forma el plan de preservar las conquistas logradas mediante una línea de fuertes sobre la frontera, la supresión del servicio personal y la evangelización de los pueblos Araucanos. Este plan dio comienzo a la etapa de guerra defensiva y su más apasionado defensor fue el sacerdote Luis de Valdivia quien celebró con los caciques Anganamón, Tereulipe y Ainavilú el parlamento de Paicaví.

Luego de las batallas de Picolhué, Los Robles y Albarrada, ante la imposibilidad de rendir a los Mapuches liderados por Lientur y Butapichón, entre otros, se celebró el parlamento de Quillín donde se reconoció a los Mapuches como soberanos de su tierra, eximidos de esclavitud y servidumbre, comprometiéndose los españoles a retrogradar hasta el Bío-Bío y despoblar Angol. No obstante, los malos tratos que los españoles brindaban a los indígenas encendieron la llama de la rebelión nuevamente. Para 1655 los fuertes de Talcamávida, Colcura y Arauco se habían perdido, Boroa, Valdivia, Chillán y Concepción sobrevivían bajo sitio. El estado de ebullición se mantuvo hasta 1664 cuando desaparecieron el Toqui Misqui y el Mestizo Alejo, un hábil estratega, antiguo soldado al servicio de España pasado a los Mapuches. Se estima que para entonces entre quince y veinte mil españoles habían muerto en Chile, sesenta mil yanaconas y cien mil guerreros mapuches, mas de dos tercios de la población original Araucana había sido arrasada por las epidemias.

A partir de entonces se empezó a notar una disminución en la voluntad guerrera de los originales habitantes de Chile. Esto en parte se explica por el creciente mestizaje, la interacción con el español y la merma de guerreros a consecuencia de las enfermedades, al tiempo que permitían la entrada de evangelizadores, aunque nunca adoptaron del todo la fe cristiana. Todo esto daría como resultado una paz que duró treinta años.

Los levantamientos continuaron ocurriendo con fuerza hasta 1780 y de allí en más, el mestizaje y el comercio fueron tendiendo lazos entre españoles y araucanos. Sin embargo, el Mapuche se resistía a la integración total con el colono y no permitía el libre tránsito por su territorio en un acto de clara soberanía.

Durante la guerra de independencia, los araucanos pelearon del lado realista para luego volver a sus tierras del sur, donde permanecieron en contacto constante con las tribus pampeanas de las que obtenían ganado que luego vendían en las ferias chilenas. Esta relación entre las tribus araucanas (pehuenches, tehuelches, mapuches, hulliches, etc) de uno y otro lado de la cordillera protegería, hasta finales del siglo XIX, la frontera sur del dominio del huinca (blanco), pero los nuevos estados de Argentina y Chile emprenderían casi paralelamente acciones militares para someter a los indígenas, quitarles sus tierras y enviarlos a reducciones sobre suelos pobres e inproductivos. Los que decidieron pelear fueron exterminados por los remingtons de uno y otro ejército, los sobrevivientes vendidos como sirvientes de grandes hacendados. En Chile, este proceso se denominó “Pacificación de la Araucanía”, en Argentina “Conquista del Desierto”. El resultado sería exactamente el mismo.

Hoy, las comunidades mapuches forman parte del sector mas empobrecido de ambos países, continúan reclamando las tierras que les fueron sustraídas y luchando para mantener su cultura y su lengua vivas con la misma fiereza con la que pelearon una guerra de trescientos años, la guerra más larga de la historia.

Fuentes:
Alonso de Ercilla, La Araucana.
Wikipedia.org
Ernst Samhaber, Sudamerika.

miércoles, 7 de mayo de 2008

2 responses to Arauco: la guerra más larga.

  1. Anónimo says:

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  2. Anónimo says:

    HISTORIA SINGULAR: RECONOCIMIENTO AL MÉRITO: EL CAPITÁN RUFINO SOLANO, SINGULAR PERSONAJE HISTÓRICO DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES Y DE ARGENTINA.-

    Hace casi un siglo, a la edad de 76 años, dejaba de existir el capitán azuleño don Rufino Solano. Este muy particular militar, recordado como “El diplomático de las pampas”, desplegó inigualables acciones en favor de la paz, la libertad y la vida en la denominada “frontera del desierto”. Como resultado de estas acciones Rufino Solano, mediante su trato proverbial con el aborigen, consiguió redimir PERSONALMENTE a centenares de mujeres, niños y otros prisioneros, de ambos bandos, impulsado siempre por un notable y especial sentimiento hacia el género, encarnado en la lacerada figura de la cautiva.
    Asimismo, se destacan entre sus acciones, el haber evitado sangrientos enfrentamientos mediante sus prodigiosos oficios de mediador y pacificador, pactando con los máximos caciques indígenas (Calfucurá, Namuncurá, Pincén, Catriel, Coliqueo, Sayhueque, entre muchos más), numerosos acuerdos de paz y de canjes de prisioneros. Realizando esta arriesgada tarea en beneficio de la población de Azul y de numerosas localidades de la Provincia de Buenos Aires e incluso de otras provincias aledañas. Entre otras significativas intervenciones del capitán Rufino Solano, se encuentra la de haber formado parte de los cimientes que dieron origen a las actuales ciudades de Olavarría y San Carlos de Bolívar, entre otras más.-
    En el plano religioso, cumplió destacado protagonismo sirviendo de enlace en la acción evangelizadora hacia el aborigen llevada a cabo por la Iglesia de aquella época. En cumplimiento de esta última actividad, se lo vio prestando estrecha y activa colaboración al Padre Jorge María Salvaire, fundador de la Gran Basílica de Luján denominado “El misionero del desierto y de la Virgen del Luján” (participó en la célebre expedición a los toldos del cacique Namuncurá) y actuando de ineludible interlocutor entre los jerarcas aborígenes y el Arzobispado de la ciudad de Buenos Aires, en la persona del Arzobispo Dr. León Federico Aneiros, llamado “El Padre de los Indios”.
    Esta encomiable labor del capitán Rufino Solano fue desarrollada durante sus más de veinte años de carrera militar y continuó ejerciéndola después de su retiro hasta su muerte, ocurrida en 1913. Actualmente obra en la Legislatura de la Pcia. de Buenos Aires, un proyecto de ley para declararlo Ciudadano Ilustre de dicha provincia.-
    http://elcapitanrufinosolano.blogspot.com

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