El 68. La imaginación al poder.

La imaginación todo lo puede, es puro impulso creador, pura potencia. Domina los espacios y el tiempo simplemente porque no respeta ni espacios ni tiempos, y se acelera cuando se multiplica y se multiplica cuando se enciende. La imaginación lo fue todo y no fue nada. Se quedó en las barricadas del Barrio Latino de París, en la plaza de Tlatelolco, en los ojos abiertos de Ernesto Guevara y en el rock de los Beatles. Pero dejó en el aire dos sensaciones: la primera fue el desencanto ante la sensación de que todo se había diluído con el agua de los carros hidrantes. La segunda, que las ideas son mucho mas peligrosas que las masas.
En el 68 convergieron varios factores que se venían gestando desde fines de la década del cuarenta. Las sociedades de posguerra experimentaron un rápido crecimiento económico que dio origen a una clase media que podía costear una buena educación para sus hijos. Al mismo tiempo, las fábricas que antes habían hecho el esfuerzo bélico ahora se dedicaban a producir bienes de consumo masivo, por lo que mantuvieron la planta de empleados. La combinación de estos dos factores devino en un “estudiantado proletario” que tanto compartía intereses con obreros como con estudiantes, encontrándose muchas veces en las calles reclamando por intereses similares. Pero lo que mas los identificaba era la juventud. Muchos de los que tenían entre 16 y 25 años en esa época se sintieron atraídos por la efervescencia de la época, por el “amor libre”, los actos contestatarios, las protestas callejeras y, al final, las barricadas.
Lo que tuvo de particular el 68 (aunque, en realidad, ocupa un lapso temporal mas amplio) fue la simultaneidad de hechos y la similitud de los protagonistas. El mundo entero parecía una olla a presión a punto de estallar.
Quizás el mas significativo de los acontecimientos haya sido el “mayo francés”. Una revuelta estudiantil (a la que luego se unieron obreros de algunas automotrices francesas) que mantuvo en vilo al gobierno paternalista de De Gaulle durante un mes, levantando barricadas en el Barrio Latino de París desde las cuales enfrentaron a la policía. Pero la falta de un programa de acción, la ausencia de líderes y, en fin, la anarquía general en la que habían caído estudiantes y obreros, terminaron apagando la llama que amenazó seriamente la continuidad del régimen derechista del héroe francés de la segunda guerra mundial.
Mientras tanto, la Unión Soviética pisaba con sus tanques las flores de la Primavera de Praga, fracasaba la Revolución Cultural de Mao, se iniciaba en Viet-Nam la ofensiva del Tet y en Washington multitudes pedían la vuelta de los chicos a casa.

En América Latina había muerto el Ché. No era cualquier muerte, era la muerte de un hombre y el nacimiento de un mito, de un modelo de revolucionario, de soñador, de héroe romántico, de idealista. La jugada de la CIA para sacarse de encima a un propagador de la revolución y, al mismo tiempo, demostrar como terminan los guerrilleros salió totalmente al revés. El cuerpo semidesnudo del Ché, los ojos abiertos y la expresión tranquila de su rostro pintaron a un mártir que murió de pie y peleando por lo que creía. Su efigie apareció en banderas y pancartas desde entonces hasta hoy allí dondequiera que alguien se sienta rebelde.
La situación era similar de este lado del globo, a excepción de que, en América Latina, las revueltas solían terminar con las paredes manchadas de sangre en lugar de con graffitis.

En México, el movimiento estudiantil comenzó a moverse para lograr una reforma. Para presionar al gobierno eligieron la plaza de Tlatelolco, o de las Tres Culturas, en el centro de la ciudad de México. En un momento determinado, fuerzas policiales y militares ingresaron a la plaza encerrando a mas de cuatro mil personas y comenzó un tiroteo que, según datos extraoficiales y testigos oculares, le costó la vida a doscientos estudiantes. Muchos mas fueron arrestados y golpeados y existe una cifra no determinada de desaparecidos.

A pesar de que México estaba gobernado por el PRI, y que este había sido elegido democráticamente, la masacre de Tlatelolco fue la confirmación del recrudecimiento autoritario del estado. Investigaciones posteriores afirman que el movimiento estudiantil mexicano estaba infiltrado hasta las bases y que la balacera fue iniciada por agentes del gobierno disimulados en la multitud. De esta manera se lograba detener lo que era un incipiente foco contestatario que podría desembocar en una oposición de izquierda.
La juventud era aquí también la promotora y principal protagonista de los movimientos sociales.

En Brasil, el gobierno dictatorial presionaba sobre las instituciones educativas públicas impulsando la privatización de la enseñanza. El estudiantado, que reivindicaba la educación popular, respondió con manifestaciones y toma de edificios. La represión popular cobró la vida de algunos jóvenes cuyos funerales fueron acompañados por cincuenta mil personas. El 26 de junio de 1968, mas de cien mil personas, entre ellos estudiantes, intelectuales, artistas, religiosos, padres y madres, se lanzaron a la calle en Río de Janeiro para protestar contra la violencia del estado y pedir el retiro de los militares del poder y el fin de la dictadura en lo que se conoció como la “Passeata dos cem mil”. El gobierno de Costa e Silva recibió representantes de la sociedad civil pero no aceptó ninguna de sus propuestas, tensando aún mas la situación ya que las marchas seguían ocurriendo en las grandes ciudades. La policía reprimió con dureza y muchos manifestantes y lideres estudiantiles cayeron detenidos. Finalmente, la represión fue legalizada por el AI-5 (Ato institucional 5) y el movimiento estudiantil desmantelado en Brasil.
El resto de América Latina miraba atentamente estos dos sucesos. En Argentina, por ejemplo, el gobierno dictatorial de Juan Carlos Onganía había desalojado literalmente a palazos las universidades en 1966 por considerarlas “focos de subversión y comunismo”. En mayo del 69, estallaría el “cordobazo”, como consecuencia de una protesta de obreros automotrices a los que se unieron estudiantes.

El boom cultural de esa década difícilmente pueda ser emulado. La revolución que se puso de manifiesto fue una revolución general del sentir hacia el mundo en todas sus comprensiones. El gran desarrollo editorial de la época puso al alcance de los estudiantes obras de filosofía, sociología, antropología y política que circulaban profusamente. Asimismo, el éxito de escritores como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, cuyas obras tienen un alto contenido de denuncia, profundizó esta tendencia. El “Cine Novo” brasileño y el “Tercer Cine” argentinos fueron otra expresión de la vida culturizada de fines de los 60.
Como siempre, aquello que ocurre en el mundo se refleja multiplicado exponencialmente aquí. Los gases y el agua de Europa transmutan misteriosamente en plomo de este lado del mar. Aunque los protagonistas fueron los mismos, las consecuencias de los movimientos estudiantiles de fines de los 60 tuvieron consecuencias muy disímiles en uno y otro lado del Atlántico. Es claro que en el teatro de la guerra fría, la masificación de una clase instruida, pujante y contestataria, no podía mas que preocupar a la derecha, máxime teniendo en cuenta la fuerte permeabilidad de los jóvenes a las ideas socialistas. La dura reacción de los estados autoritarios (no necesariamente militares, está claro), sin duda apuntó a cortar la cabeza de la Hidra, pero, como contrapartida, empujó a muchos jóvenes hacia la opción armada para luchar contra el régimen establecido. A través del tiempo, los controladores del sistema se fueron dando cuenta de que la educación les resultaba peligrosa, y, al igual que la industria con su problemático movimiento obrero, fueron dejándola cada vez más al margen de sus planes de gobierno.

A principios de la década del setenta la situación era sumamente inestable. El movimiento estudiantil había crecido en organización y capacidad de lucha, había echado lazos con el movimiento obrero y estaba politizándose cada vez más. El triunfo de la guerrilla en Cuba había inspirado un sinfín de movimientos comúnmente denominados “de liberación nacional” que operaban tanto en las zonas marginales como en zonas urbanas. Por último, la clase obrera, protagonista desde la década del 40, presionaba para mantener su estructura de poder mientras se desprendían facciones radicalizadas que llevaban a cabo la acción directa.
La respuesta fue tajante. A la dictadura de Brasil se le unieron la de Uruguay y Chile en 1973 y Argentina en 1976. Su plan de operaciones consistió en la aniquilación de todo movimiento opositor, fuera estudiantil, obrero o guerrillero, en la supresión de las libertades individuales, la censura y el terror, al tiempo que se reducía el estado a la mínima expresión, desmantelando la industria, la salud y la educación pública. Miles de personas, desde científicos, profesores e intelectuales hasta amas de casa madres de desaparecidos, buscarían salvación en el exilio, llevándose consigo los sueños de toda una generación.

Los hijos de aquellos que levantaron las barricadas, que marcharon, que pelearon, fueron educados distinto que sus padres. Aquel “cuando un grande habla los chicos se callan” dejó su lugar a la libertad para expresar el propio parecer, para elegir, para reconstruir, aunque el miedo que dominó la calle por años aún se respire en el aire disfrazado de desidia.

Hoy, América Latina recuerda aquellos años y amaga tímidamente a devolvernos la conciencia, la razón y la responsabilidad sobre nosotros mismos, y aunque aquellos monstruos sigan ahí, renovándose, las cosas pueden cambiar, depende de nosotros, de nuestra imaginación. Seamos realistas, demandemos lo imposible.


fuentes

http://www1.folha.uol.com.br/folha/brasil/ult96u397254.shtml

http://www.historianet.com.br/conteudo/default.aspx?codigo=314

Jorge Volpi. Lo que nos dejó el 68.

http://www.gatopardo.com/numero-90/cronicas-y-reportajes


lunes, 15 de septiembre de 2008 1 Comment

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