Salvador

El 11 de septiembre es una fecha para reflexionar, para tratar de entender como funciona el mundo, como se mueve y como se estanca. Los medios de comunicación se encargan de bombardear nuestras radios y televisores con anuncios de programas especiales, de documentales y de homenajes a las víctimas. Pocos son los que se ocupan del significado de esta fecha para esta parte del mundo, pocos son los que recuerdan a esas "otras" víctimas.
El 11 de septiembre de 1973, a las 5:30 de la mañana el Presidente de la República de Chile, Salvador Allende, era despertado con la noticia de que la guarnición militar de Valparaíso se había levantado en contra de su gobierno, el cual, vale decirlo, había sido democráticamente electo por el pueblo. Desde el principio, el triunfo de la coalición de izquierda había preocupado a los círculos de grandes terratenientes, industriales y a las multinacionales. Se barajó la posibilidad de impedir que el Presidente electo asumiera su cargo y para ello se sondearon las voluntades del ejército. En ese entonces, el General en Jefe René Schneider manifestó que se atendría a derecho y respetaría la voluntad del congreso, lo cual le costaría la vida cuando se defendió de un intento de secuestro destinado a desestabilizar al país y generar la anarquía. Allende diría sobre este hecho "esas balas eran para mi".
Una vez instalado en La Moneda Allende pondría en marcha una serie de medidas correspondientes a su plan de "socialismo a la chilena" que consistían en la nacionalización de empresas y minas, reforma agraria, aumento general de los salarios de los trabajadores y congelamiento de precios para evitar la inflación especulativa. Si bien al principio el plan arrojó saldos positivos, la situación económica se empezó a deteriorar al comenzar el segundo año de su mandato. Al mismo tiempo, la tensión social crecía, los bandos se ensañaban en una lucha mediática a través de los diarios y se producían enfrentamientos en las calles. Las manifestaciones a favor o en contra eran cotidianas y los mártires de cada facción empezaban a aparecer.
A todo esto se suma el hecho de que Chile representaba un campo de batalla para la geopolítica bipolar de entonces, donde estaba en juego mucho mas que el destino de los habitantes de ese país. Para Estados Unidos era un muy mal ejemplo la existencia de un gobierno de izquierda enclavado en medio de un polvorín social como era América Latina. Para la Unión Soviética, una excelente posibilidad de hacerse de un socio exportador de cobre y, para Cuba, un aliado en medio de la soledad y el aislamiento.
Estados Unidos puso en marcha su plan para provocar la caída del gobierno. Financió la huelga de camioneros que provocó desabastecimiento mientras Henry Kissinger tildaba de "irresponsable" al pueblo Chileno por haber elegido a Allende y sus agentes atizaban los ánimos de empresarios, militares, políticos y religiosos para provocar la insurrección y el golpe. Como por arte de magia, el precio mundial del cobre, principal producto de exportación chileno, se derrumbó.
Finalmente, el día 11 de septiembre Augusto Pinochet, en quien el Presidente confiaba, se pone a la cabeza del golpe e intima a Allende a renunciar al cargo y le ofrece el exilio. Este rehúsa y se encierra en La Moneda junto con sus hijas y un reducido grupo de seguidores armado de fusil. Por unas horas logran resistir el ataque de todo el ejército, hasta que el bombardeo hace insostenible su posición. Dirige desde el palacio un último mensaje a la Nación a través de Radio Magallanes y decide la rendición. Con su fusil AK-47 se quita la vida.
La historia de la presidencia de Salvador Allende es la historia de la América imposible, que cuando creyó que podía cambiar de signo y hacer su propia historia se vió desnuda y a merced de las jaurías de intereses internacionales, de oligarcas terratenientes e industriales y presa de un juego macabro en el que dos gatos juegan con un ratón. La entereza y valor de este hombre es digna de ser recordada, como asi también, la intolerancia y el entreguismo de sus victimarios que se multiplicarán por todo el continente. Miles caerían después del triunfo pinochetista, miles se irían del país. El cobre multiplicaría su valor en pocos días.
En santiago hay una calle cuyo nombre es 11 de septiembre y, aunque haya sido nombrada para recordar un triunfo, hoy su significado debería de conmemorar a un hombre que dio la vida por aquello en que creía.

lunes, 1 de octubre de 2007 1 Comment

La delgada línea entre los opuestos

Con la emancipación, los nuevos países de América tuvieron que enfrentar la organización nacional. En todos, este fue un proceso doloroso, salpicado de guerras civiles que en algunos casos se prolongaron hasta las últimas décadas del siglo XIX.
Vencidas las posturas monárquicas, se adoptó la república como sistema de organización del estado, aunque dentro de esta, las facciones pugnaron por hacerse del poder. Surgieron, entonces, federales y unitarios, liberales y conservadores, blancos y colorados, la costa y la sierra. Los caudillos se erigieron como paladines, centauros protectores y opresores del pueblo, en un doble juego constante.
Desde 1810, en lo que hoy es la Argentina, estas pugnas se hicieron evidentes. Lo que comenzó como un enfrentamiento entre moderados (encarnados por Saavedra) y radicales (Moreno), evolucionó hacia un conflicto cuyas consecuencias aún hoy subsisten y que tuvo tantos matices como soldados enrolados en sus filas. Las posturas de los principales actores de esta tragedia (a veces, comedia), variaron según la corriente de los hechos y el monto del soborno fluctuaban. Las traiciones y los cambios de bando no escasearon nunca, como así también, los dobles discursos. No se trató solamente del puerto contra el interior, ni de civilización contra barbarie, muchos factores mas mundanos influyeron en la elección de uno u otro bando. Existieron gobernadores de provincia que se declararon unitarios, en algo que, mediante una visión simplista (que, lamentablemente, predomina) constituye una contradicción. Otros fueron arrastrados por las banderas de la religión, de la tradición o de la simple obediencia al patrón de la estancia. Muchos autores dan a Mariano Moreno el rol de precursor del unitarismo, aún obviando el hecho de que, en su Plan de Operaciones, postule el proteccionismo de la industria nacional, a sabiendas, uno de los pilares del pensamiento federal. Ramírez, de común acuerdo con Sarratea y López, corrió a Artigas hasta el exilio. Lavalle vivió atormentado por el fusilamiento de Dorrego, a quien consideró un patriota y gran hombre. Rosas se movió en una nebulosa de medidas y símbolos federalistas y, al mismo tiempo, obstaculizó los proyectos de constitución nacional, mantuvo el control y el usufructo de la aduana y promulgó medidas proteccionistas que tuvieron efecto sólo en cortos períodos de su mandato, e, incluso, se le involucró en el asesinato de Quiroga. Urquiza, federal de pura cepa, se levantó en armas contra el Restaurador, acicateado por los unitarios exiliados en Montevideo. Entró en Buenos Aires al frente del Ejército Grande con tropas del Imperio del Brasil, aliado histórico de los doctores porteñistas, ateos, abajeños, civilizados y salvajes unitarios, usando poncho, galera y divisa punzó. Mas tarde, abandonó a la Confederación que lo tenía como líder, organizó las levas forzosas de gauchos para la impopular guerra contra el Paraguay e hizo oídos sordos a los reclamos de Chacho Peñaloza y Felipe Varela, hoy paradigmas del federalismo, que, no obstante combatieron al estanciero de ojos azules. Alberti, unitario ilustrado, escribió, en sus últimos años, palabras de elogio hacia los federales que antes había denostado.
A estas convulsiones no escapó casi ninguno de los países de América Latina, quizás, solo Paraguay y Brasil. Venezuela tuvo su guerra federal, en Colombia se enfrentaron Liberales y Conservadores, mismo nombre tuvieron en Chile. México tuvo varias guerras civiles, Perú no durmió una sola noche en paz durante muchos años después de que se fueron los Libertadores. Bolivia y Ecuador marcharon y contramarcharon al paso de sus caudillos y la América central siempre fue un polvorín. Dos proyectos de país pelearon por imponerse durante décadas. La frontera entre unos y otros nunca fue mas que una delgada línea que muchos han cruzado de ida y de vuelta mas de una vez. Y se sigue cruzando.

viernes, 17 de agosto de 2007 Leave a comment

El silencio de los Libertadores

Entre 1808 y 1811 florecieron en todo el continente las Juntas Gubernativas, en la letra, conservadoras de la soberanía de Fernando VII; en la práctica, embrionarios gobiernos criollos de estados independientes. Al tiempo que esta segunda intención se hacía manifiesta, la resistencia realista se ponía en marcha para sofocarlas. Rápidamente se acallaron los fusiles de la Revolución Cochabambina de Murillo en 1809, fracasó la expedición de la Primera Junta de Buenos Aires al Paraguay y se ahogaron en sangre las Primeras Repúblicas de Chile y Venezuela y la Patria Boba de la Nueva Granada. Era la guerra, declarada y abierta, enconada y cruenta.

A pelearla acudirían antiguos oficiales del Ejército del Rey, comerciantes, ganaderos, abogados y curas, esclavos, indígenas, peones y mineros. Los guiarían los Libertadores, estirpe americana, puro carácter y decisión. Artigas, Bolívar, Belgrano, San Martín, Sucre, O´Higgins, Miranda, Hidalgo, Morelos...ninguno tendría paz ni recompensa luego de quince años de matar y morir en los campos de batalla. Sus figuras, demasiado grandes, serían peligrosas para los gobiernos emergentes de las fraccionadas repúblicas americanas. Demasiado influjo tenían sobre los pueblos y las tropas, demasiado poder.

El temor siempre estuvo camuflado de ingratitud para los mezquinos, los enredadores y para los agentes extranjeros que no veían mas allá de sus latifundios o sus consulados en Europa, para quienes nunca existió mas patria que sus estancias o sus acciones en alguna banca de allende el mar.

Bolívar murió en 1830 en Santa Marta, Colombia. Ya no su gran Colombia de Boyacá y Carabobo, esa no existía. Su espada había forjado una gran nación que el filo del egoísmo ahora cortaba en cinco estados debiluchos. Se lo atacó con saña donde antes había sido aclamado, se le acusó de tirano, se le alejó de su tierra, se le negó el descanso. Al fin se quedó sin fuerzas y no pudo con su pena.

San Martín vivió treinta años en Europa, alejado de la tierra que lo había visto nacer y por la que había dejado todo. Ni Chile, que le debía su independencia, ni el Perú que él había despertado, ni las Provincias Unidas del Rio de la Plata pudieron o quisieron darle un lugar para descansar de tanta guerra. En Buenos Aires, fundo de Rivadavia, su nombre era mala palabra y sinónimo de traidor por haberse negado a retrogradar un ejército que él había armado para asegurar la independencia y no para abrir el pecho de otros argentinos. En el Perú le pusieron el mote de Rey José y lo abandonaron sus mejores generales. Intentó una vez volver a su país, pero este nada tenía para si, mas que agravios y la tumba de su esposa. Se embarcó sin pisar suelo argentino para terminar sus días en Francia, pobre y olvidado.

Artigas, en su tiempo Protector de los Pueblos Libres, tuvo también su largo exilio. Treinta años dedicó su tiempo al cultivo de una parcelita de tierra en Paraguay. Lo corrieron los Portugueses que invadieron la Banda Oriental, las armas que las rentas del puerto podían pagar y los antiguos aliados enredados por la retórica hipnótica del vil metal. Nunca tuvo más bandera que la federal, cruz suficiente para su condena.

Belgrano, creador de la bandera argentina, héroe de las invasiones inglesas, General vencedor de Salta y Tucumán, abogado patriota y miembro de la Primera Junta de Gobierno, expiró solo y pobre en 1820. Morelos e Hidalgo murieron por México, traicionados por los suyos. O´Higgins vio las espaldas de sus conciudadanos antes de dejar Chile para siempre y radicarse en el Perú. Sucre, Gran Mariscal de Pichincha y Ayacucho, genial militar y persona brillante, murió asesinado en los bosques de Ecuador por bandidos a sueldo. A otros muchos, la traición les tendió el puente al mas allá, como a Güemes, muralla contra la que se estrellaron los orgullosos ejércitos relistas del Alto Perú.

El olvido, la condena, el oprobio y el exilio fueron las armas del miedo de aquellos que se sabían pequeños y que solo podrían mantenerse en su telaraña si los grandes hombres ya no estaban. La historia americana seguirá dando garrotazos en la cabeza para provocar la amnesia de los pueblos hasta el día de hoy, borroneando los libros de escuela, manipulando el almanaque, proscribiendo a quien merece el bronce y el mármol.

Cada vez que alguien oiga hablar de un demagogo, de un tirano, de un loco, de un idealista, de un soñador o un romántico que no tiene los pies sobre la tierra, que desconfíe, porque allí, tal vez, haya un Libertador.

domingo, 5 de agosto de 2007 Leave a comment

América, la rebelde (parte III)

Nunca se detiene la rebelión en América. Todavía no se callaban los cañones de Curupayty cuando México se levantaba para expulsar a los franceses y a su austriaco emperador. Un poco antes habían resistido Valparaíso y El Callao el ataque de la escuadra española que quería el guano de las islas del pacífico. Las montoneras argentinas no dejaban de alzarse en mares de lanzas y caballos que los ejércitos regulares intentaban frenar. Mismo mar de lanzas que se opuso a los rémington de Roca, hasta que se entregó el último rebelde, Sayhueque, en el año de 1884. En la guerra del Pacífico, un pequeño barquito rebelde le hizo frente a toda una armada, el monitor Huáscar, y su capitán, Grau, resistieron hasta dar la vida por el Perú, como resistieron los guerrilleros de la sierra la ocupación chilena durante tres años.

Rebeldes Antonio Maceo y José Martí en Cuba, puños y letras de la independencia. Rebeldes los españoles de Cuba, Puerto Rico y Filipinas que resistieron el ataque de Estados Unidos, nuevo director del teatro de marionetas.

Hubo guerra civil en Bolivia en 1899, y, el mismo año, la revolución acreana le cercenó otro pedazo de amazonas para dárselo a Brasil en plena fiebre del caucho. Antes de irse el siglo, el Bogotazo incendió toda Colombia.

En 1910 comenzó una rebelión como pocas. Quizás la mas arquetípica de las luchas, la mas romántica y, también, mas dolorosa. Aborígenes de todos los pueblos, campesinos de las grandes haciendas del México latifundista, mujeres, niños y viejos, todos a las armas detrás de las figuras magnéticas de Pancho Villa, que venía del norte, y de Emiliano Zapata, que avanzaba desde sur. Al final compartieron el sillón presidencial en la Ciudad de México, pero todo aquello por lo que habían luchado se disolvió en la burocracia y la traición les calló las voces.

Se ahogó en sangre la rebelión de la patagonia argentina, como habían fracasado las revoluciones radicales del parque, 1893 y 1905. En Panamá sentó la planta la revolución de los Kuna. En Nicaragua, Augusto Sandino, gran rebelde, enfrentaba a los soldados yanquis de la United Fruit y Feliciano Ama levantaba a los indígenas de El Salvador. Fueron rebeldes Joao Pessoa y Getulio Vargas en Brasil, en Ecuador estalló la revolución Gloriosa del 28 de mayo de 1944, en Puerto Rico fue rebelde toda su vida Pedro Albizu, y, en Bolivia, Víctor Paz Estenssoro y el MNR del 52. En Guatemala, Jacobo Arbenz fue rebelde, como Castillo Armas, que lo derrocó con la anuencia de la C.I.A. En Cuba, los rebeldes Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara hicieron una revolución modelo y la exportaron al resto del mundo.

En esos años, América Latina era un mar efervescente. La revolución estaba en todos lados, en las selvas colombianas o brasileñas, en el monte tucumano, en las ciudades. El Che apareció en Bolivia y fue ejecutado en 1967 por orden, otra vez, de la C.I.A. Mientras tanto, se sucedían gobiernos democráticos con levantamientos militares como el de Pinochet en Chile contra Salvador Allende, florecían movimientos guerrilleros como los Tupamaros uruguayos, estallaban revoluciones como la de abril de 1965 en República Dominicana y manifestaciones populares como Tlatelolco o el Cordobazo

La década del ochenta vio la vuelta de la democracia, pero las rebeliones no cesaron. En Nicaragua el FSLN y los Contras, los Sem Terra del Brasil, los movimientos campesinos e indígenas de Perú, Ecuador, Bolivia y México y los movimientos que derrocarían a los dictadores. Mas cerca en el tiempo, en 2001 en Argentina estalló la rebelión. También en Venezuela, con el golpe frustrado a Hugo Chávez y en Ecuador con la Revolución de los Forajidos de 2005.

América ha vivido en rebelión permanente desde antes de la llegada de los europeos. Está en su génesis y en su ADN el rebelarse, el levantarse irguiendo lanzas, fusiles y banderas. Aquí solo se mencionan algunas, y solo algunas de las rebeliones que forjaron y siguen moldeando la identidad de este continente, tan amado, tan temido, tan codiciado que, seguramente, seguirá sacudiéndose y seguirá dando a luz rebeldes.

miércoles, 1 de agosto de 2007 Leave a comment

América, la rebelde (parte II)

Haití fue la primera en arder. La rebelión fue, quizás, la mas grande y mas cruel de las de América y, con eso, ganó esa mitad de la isla su independencia.

Napoleón invadió España y las juntas se ponen a la cabeza del estado y la guerra. El rey cautivo no gobierna y entonces la soberanía vuelve al pueblo

Los focos rebeldes se esparcen como la viruela por el cuerpo de América. Miranda forma una expedición para ir sobre Venezuela, Gual y España conspiran en Caracas, toman conciencia de sí los criollos rioplatenses al resistir el asalto de las huestes inglesas en 1806 y 1807, Chuquisaca, con Murillo a la cabeza, y Quito reúnen sus cabildos independientes de la autoridad peninsular y luego Caracas, Buenos Aires, Santiago, Cartagena, Bogotá, y Asunción.

América es mas rebelde que nunca entre 1810 y 1825. Estalló la guerra desde México hasta Montevideo. Se levantaron los indios, los hacendados, los gauchos y los abogados en pos de un gobierno propio, y resistieron los americanos que eligieron la causa del rey. Dos sistemas se enfrentaron: el absolutismo contra el liberalismo, monarquía contra república.

Rebelde fue Artigas con los gauchos de la banda oriental, pelando por la primera reforma agraria de América y por la federación. Rebelde tres veces: contra España, contra Buenos Aires y contra Portugal. Rebelde Miguel Hidalgo con la Virgen de Guadalupe; rebelde Morelos. Rebelde siempre Cochabamba y las republiquetas altoperuanas. Rebeldes los Carrera, O´Higgins Rodríguez, Güemes, Belgrano, Moreno, Páez, Arizmendi, Bermudez, Santander, Nariño. Rebeldes, también, los llaneros de Boves y los soldados de Monteverde, Benavides o Rodil, las provincias de Pasto, Córdoba y Paraguay. Grandes rebeldes los Libertadores San Martín y Bolívar, que cruzaron Sudamérica para asegurar la independencia en Lima, que dormía la siesta virreinal. Rebeldes todos los que no aceptaron el orden establecido, el nuevo o el anterior: en la rebeldía descansa el alma de este continente.

Callados los estampidos de las armas de la independencia, e incluso desde antes, se enciende la guerra de facciones por el poder, la forma de gobierno o la simple supervivencia. La Argentina vivirá sesenta y cinco años sin paz. A cada gobierno, nacional o provincial se le opondrá un ejército, una montonera o un barco extranjero. Los caudillos hicieron flamear las banderas cruzadas del rojo federal, que se esparcirá por Uruguay, Paraguay y el sur del Brasil. Serán famosas las rebeliones de López y Ramírez, Facundo Quiroga, Lavalle, Paz, Lavalleja y los Treinta y Tres Orientales. Resiste la confederación peruano-Boliviana la rebelión del Ejército Unido Restaurador de Chile y Perú, resiste Morazán en Centroamérica los embates de Carrera, resiste Duarte en Santo Domingo la invasión haitiana, resiste México la separación de Texas y la guerra, resisten los niños del castillo de Chapultepec, resiste el continente entero.

La revolución y la contrarrevolución van de la mano, no hay una sin la otra en esta tierra. Al unitario se opone Rosas, en quien se apoyan farrapos de Rio Grande do Sul antes de cambiar de lado. Contra Rosas se levanta Urquiza, federal, y contra él los exiliados de Chile y Montevideo, titiriteros que antes habían azuzado a Lavalle para derrocar a Dorrego. Con ellos van los hacendados que apoyaron al Restaurador primero y al entrerriano después. Peleó Oribe contra Rivera en el Uruguay la Guerra Grande, rebeldes los dos. Resistió Paysandú a la flota imperial brasileña y su heroísmo despertó al Paraguay, prodigio de civilización sudamericano, mal ejemplo de autonomía en el corazón del nuevo feudo de Su Majestad. Se ensañó el imperio contra Francisco Solano López, y contra los hornos de fundición, ferrocarriles y telégrafos. Mandó mandar ejércitos contra esa afrenta y, de paso, les ofreció financiar la guerra a un módico interés. En tres meses quería estar Mitre en Asunción; cinco años tardó. Resistió el Paraguay entero, rebelde que no quiso someterse a la banca de la Gran Bretaña ni al Emperador. Resistió con los viejos y los niños, resistieron las mujeres, resistieron como leones y murieron con la patria en Cerro Corá. Pero la rebelion no se detuvo.

domingo, 15 de julio de 2007 2 Comments

América, la rebelde (parte I)

América siempre estuvo poblada de indomables. Desde los primeros hombres que atravesaron heladas estepas desde Asia y terribles mares desde la Polinesia, América se ha caracterizado siempre por el espíritu libre de sus hijos, tanto naturales como adoptivos.

Ya les fue difícil a los Incas someter a los pueblos andinos a su sistema y a sus tributos, terribles batallas pelearon contra los Chimús y, aún así, subsistió la resistencia. Manco Inca sitió al Cuzco y atacó a Pizarro en Lima, mas luego hubo de retirarse a Vilcabamba para continuar desde allí la guerra de guerrillas. La Tenochtitlán azteca cayó a manos de ejércitos levantados por los españoles entre los antiguos súbditos del imperio mexicano y aquí también, entre las islas artificiales y los templos, se peleó a muerte, se levantó el pueblo contra Moctezuma por sumiso y resistió con Cuauhtémoc hasta la última piedra. Resistieron los Caribes, los Taínos y los Arawaks en las antillas, corriendo las carabelas con sus canoas, resistieron en los cerros de Nicaragua, en las islas, en los llanos de la Tierra Firme. Resistieron los Charrúas y los Guaraníes a Solís y Magallanes, resistieron tres siglos los Araucanos de Chile, los Pampas y Tehuelches de la Patagonia, los Matacos, Mocovíes y Tobas del Chaco. Resistieron y, cuando eran vencidos, se levantaban otra vez. Se levantaron en Cuba y en Santo Domingo contra los encomenderos, se levantaron en los Valles Calchaquíes los indios de Bohórquez y se plantaron los Guaraníes de las reducciones jesuíticas contra las bandeiras paulistas, destrozándolos en Mbororé, el año de 1641.

Desde el preciso momento en que entendieron que el hombre blanco estaba aquí para llevarse la riqueza, para someterlos y esclavizarlos, desde ese momento América Latina vive en rebelión. Y esa rebelión contagió a los que venían de África a traer los brazos que la viruela había “robado” al ingenio o a la mina. Corrió a la selva el “cimarrón”, a fundar sus quilombos, verdaderos reinos libres que resistieron a portugueses, holandeses y bandeiras, como el de Palmares del gran Zumbi. Se rebeló el esclavo negándose a comer, se rebeló abortando a sus hijos y, cuando era posible, incendiando la plantación.

A esta tierra llegaron los conquistadores, hidalgos curtidos en las guerras contra el moro y poseídos de un coraje poco común, caballeros de espuela y armadura que recorrieron la América en todas direcciones persiguiendo el sueño de Manoa, Eldorado o la Ciudad de los Césares. Esta raza tampoco se dejaría derrotar, volvería una y otra vez sobre la sierra, la selva o la sabana, cruzaría los ríos, subiría las cumbres, levantaría fuertes y ciudades que serían destruidas y serían vueltas a levantar, como Buenos Aires, como Santiago de Chile, como Caracas. De la mixtura con el nativo y el africano surgirán los defensores de Cartagena de Indias, de La Habana, de San Juan de Puerto Rico y Panamá, enclaves atacados una y mil veces por piratas y corsarios. La resistencia siempre fue la respuesta a la rebelión o su mas acabada manifestación.

Vendrían, también, cazadores de fortuna, encandilados por el oro y los diamantes de las minas del Brasil, a hundirse en el barro y pelear en cada esquina de Ouro Preto. Sus hijos serán mamelucos y mulatos y también se levantarán en rebelión. Uno será alférez del ejército portugués y sacará muelas a los soldados. Tiradentes será ejecutado por encabezar la sedición y por hablar de libertad, unidad y fraternidad.

En el Paraguay el pueblo desconoce la autoridad virreinal basado en el autoritarismo y estalla la rebelión de los comuneros. El pueblo en armas, encabezado por Antequera y Mompox , resiste las órdenes de la Audiencia de Charcas, del Virrey de Lima y de los ejércitos de Buenos Aires, sentando un precedente que sería recogido por José Gabriel Condorcanqui en el Perú. Túpac Amaru II abrirá los ojos de América, enrojecidos en los socavones. Sesenta mil hombres lo seguirán y pondrán sitio a Cuzco hasta que la traición lo derrote. Su cuerpo no querrá romperse al tirón insoportable de los caballos, bestias traídas desde el otro lado del mar. Su nombre volará como sinónimo de rebelión a Colombia y Galán dirá no a los impuestos con los Comuneros del Rosario.

Ya nada detendrá el aluvión.

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Historia en Internet

Es difícil, y sobre todo hablando de historia latinoamericana, encontrar buen material en internet.
Casi por casualidad he dado con estas páginas por demás interesantes que espero disfruten.

http://www.elortiba.org/aguanta.html

http://www.pensamientonacional.com.ar/biblioteca_josemariarosa/Articulos/index.htm

http://www.esnips.com//web/historia-argentina/?widget=html_box

http://www.er-saguier.org/

http://www.cema.edu.ar/ceieg/arg-rree/historia_indice00.htm

jueves, 5 de julio de 2007 1 Comment

Adiós, adiós Gran Colombia



El 15 de julio de 1826 dejaba de sesionar el Congreso Anfictiónico de Panamá, gran sueño de Simón Bolívar, para llevar a cabo la unión americana. Asistieron los entonces recién formados estados de Bolivia, Perú, Colombia, México y las Provincias Unidas del Centro de América, faltando a la cita los representantes de Chile, Paraguay y Las Provincias Unidas del Río de la Plata. Este congreso se planteó fundar una Asamblea de Plenipotenciarios que intervendría sobre los temas de interés común y en las decisiones públicas fundamentales e, incluso, formar un ejército común para hacer frente a las potencias extranjeras que se levantaban del otro lado del océano bajo las banderas de la Santa Alianza.

Esta reunión de las antiguas colonias españolas fue mirada de reojo por las elites de las grandes ciudades, quienes se sentían mucho mas cómodas en sus feudos, y por Estados Unidos e Inglaterra, agentes del incipiente capitalismo mundial.

Desde siempre, la división territorial de las colonias españolas fue tema central en la política americana. Los Libertadores como San Martín, Bolívar y Artigas siempre plantearon la necesidad de estrechar los lazos entre los otrora virreinatos para fortalecerse mutuamente, dado que todos compartían un origen, una lengua, una religión y una cultura común. A esto se contraponían los intereses de las clases dominantes, siempre reacias a delegar el poder y acostumbradas a soterrar el bien común en pos del enriquecimiento propio. Ni bien se aflojaron los lazos que mantenían unidas a las colonias con la metrópoli, los recelos y las rencillas empezaron a atizar el carácter americano en los cuatro puntos cardinales. Rápidamente, se escindió el Paraguay del antiguo virreinato rioplatense, que iba del Desaguadero y el Matto Grosso a la Patagónia y desde los Andes al Atlántico, no por lealtad a la corona sino por proteger su comercio y forma de vida de los rapaces representantes del libre comercio que subían por el Paraná. Sin más trámite, se aprobó la independencia del Alto Perú, heroica porción del territorio argentino cuyas guerrillas habían levantado durante quince años la misma bandera que los ejércitos de San Martín. Luego, la diplomacia británica, junto con la ambición imperial brasileña y el egoísmo de los rivadavianos, lograron encajar la República Oriental del Uruguay en la otra orilla del Río de la Plata, para que ya no fuera uno solo el estado que pudiera decidir si abrir o cerrar el amplio mar dulce.

Las Provincias Unidas del Centro de América dejaron de existir al poco tiempo de concluir el Congreso formando los estados de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. Poco tiempo más tarde, la Gran Colombia de Bolívar se rompería en pedazos que se llamarían Ecuador, Colombia y Venezuela y existirían varios estados más en América si se hubieran afianzado las secesiones de Rio Grande do Sul y Buenos Aires. Por último, la presión de Estados Unidos por construir un paso interoceánico en el istmo, al que Colombia ponía demasiadas trabas, dio por resultado la creación de Panamá.

Así quedaba configurado el mapa actual de América Latina: un rosario de países más o menos cohesionados por la lengua y la cultura, pero convenientemente demarcados después de guerras fraticidas incitadas y financiadas desde afuera, enarbolando el viejo principio de “divide y reinarás". Aun hoy los intentos americanos por establecer una comunidad son resistidos por los mismos actores y por sus sicarios infiltrados en los gobiernos y las empresas que ven un peligro en el estrechamiento de los lazos y en la fuerza devenida de la unión. Aun hoy se fomentan las diferencias regionales dentro mismo de las naciones: el sur industrial del Brasil no se ve reflejado en el norte pobre de los ingenios azucareros, la costa de Ecuador se aleja cada vez más de la sierra, el norte de México reniega del sur y Santa Cruz de la Sierra mira por sobre el hombro al altiplano boliviano.

En los últimos años se comenzaron a gestar proyectos de comunidad, aunque no logren traspasar el límite de la unión aduanera y persistan las asimetrías irreconciliables entre los socios. El MERCOSUR navega entre tormentas desde su creación y no termina de imponerse como punta de lanza opositora al ALCA; la Comunidad Andina no logra fortalecerse y los estados celebran por separado tratados de libre comercio con el norte hiperindustrializado.

Bolívar y San Martín soñaron una América libre y unida, creyendo que en esta última condición reside la fuerza de una cultura y una naturaleza que, quizás, sean las mas ricas y exuberantes de la humanidad. En nosotros está atar cabos en lugar de soltarlos.

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La Calle Che Guevara

Esta semana leí en un diario de Buenos Aires un ida y vuelta entre una persona que pedía la reivindicación histórica de Ernesto Guevara y otra que estaba en desacuerdo completamente, alegando que el Che era un guerrillero sanguinario "germen de la terrible tragedia de las décadas del 60 y 70" y "la historia por él transitada no podrá ser ejemplo de las generaciones actuales y venideras". Si le restáramos 100 años a esas décadas referidas, bien podríamos hablar del General Roca, gran matador de niños paraguayos y de indígenas argentinos, cuya barbarie e intolerancia le merecieron dos presidencias, una ciudad en La Pampa, un ferrocarril (que, casualmente, va hacia la patagonia) y su rostro estampado en nuestro billete de 100 pesos.
Está demostrado que, en la historia, los roles de héroes y villanos se cruzan según quien diserte. Si hay alguien en la historia latinoamericana que habitó las dos orillas, ése fue Ernesto Guevara. Si bien es cierto que ha utilizado la violencia, encasillarlo entre los "violentos" me parece un simplismo que demuestra una total y completa adolescencia de conocimiento y una superabundancia de prejuicio.
Suele decirse que el Che fue un "idealista" un "romántico", una persona que soñaba con cambiar el mundo y que se arremangó para hacerlo. El magnetismo de su figura nace de la admiración que nos causan aquéllos que defienden la verdad con la vida, que buscan la justicia a cualquier precio, que viven como piensan sin apartarse ni un centímetro. El Che pensaba que era posible y eso lo catapultó a las banderas y las paredes que pintaban y pintan los que no dejan de creer. El Che es un símbolo más que un héroe, sin dejar de serlo.
¿Merece el Che darle su nombre a una calle, tener una estatua en Buenos Aires? Dirán "¿qué hizo el Che por la Argentina?" y la respuesta se la puede dar cualquier argentino que haya estado en Cuba, donde nos respetan y brindan su mayor esmero y cordialidad, porque dicen que si la Argentina pudo dar al mundo un hombre como el Che, entonces qué gran país debe de ser la Argentina. El Che era un hombre tan grande que jamás pudo ver las fronteras. El hizo las revoluciones por el pueblo, por todos los hombres; cubanos, bolivianos, peruanos, argentinos, uruguayos. Alzó la voz por sobre las cordilleras y los ríos. Quiso que tuviéramos qué comer, de qué trabajar, dónde educarnos, cómo curarnos sin interesar si hablábamos náhuatl o castellano, y dio la vida por eso. Si esto no es heróico, por favor, ignoren estas líneas. Cuántas calles llevan los nombres de traidores, agentes extranjeros y egoístas entregadores.
Ernesto Guevara fue una figura de su tiempo, atrapado en su laberinto, del que salió con los ojos abiertos por el viento, vivo, enorme, inmortal. Nació en Argentina, murió en Bolivia y vivió su vida para América Latina. Primero hizo, después lo pensó y más tarde lo escribió para que lo supieran los que venían detrás. Lo mataron por orden de un señor que estaba lejos, (como a Güemes, otro guerrillero) y alguien diametralmente opuesto a su pensamiento, sin querer, cien años antes, escribió: "bárbaros: las ideas no se matan" y menos si se da el ejemplo.

miércoles, 27 de junio de 2007 1 Comment

¿Qué fue América Latina?

Antes de ser lo que es hoy, ¿qué cosa fue América Latina?, ¿dónde estaba?, ¿quién la poblaba?, ¿quién la explotaba? Parecen ser demasiadas preguntas.
Antes de ser América no era nada. Los que pisaban este suelo no tenían conciencia cabal de la magnitud continental de su casa, y tampoco la necesitaban. El imperio más grande que existió en América ocupaba una superficie casi como la de Europa, pero poco le importaba al agricultor que miraba solo unas cuantas terrazas sembradas de papa en el Valle Sagrado de los Incas.
América después fue Asia y Cristóbal Colón lo juraba besando el puño de su espada. España, un reino agrícola apenas unificado, lleno de hijosdalgo y de monjes, curas y obispos, fue la primera en entender que éste era un continente entero, y se arrojó a la aventura de salvarlo de las llamas del infierno a las que seguro estaban condenados todos los que lo habitaban. De paso, arrasó con el oro, la plata y las vidas.
Pero poco duró la bacanal y ya no bastaba con agacharse para recoger las pepitas del suelo. Se agotaron los imperios enchapados en metales preciosos y los monarcas por quienes pedir rescates fabulosos. Ahí se convirtió América en Latina. En ese momento viró la nave. No había más remedio que quedarse a buscar. Tal vez la tierra diera a todos lo que la suerte había dado a algunos.
Si era capaz la tierra de dar esos tomates rojos, esas papas que quitaban el hambre, el maíz que para todo servía, los plátanos, las piñas, las fresas, entonces podrían crecer el trigo y engordar las vacas. Si era tan larga esa cordillera y tan altas sus cumbres, tal vez adentro hubiera riquezas inimaginables.
América respondió que sí a todo. Además, les dio de sus hijos los brazos para trabajar, y cuando estos ya no podían más, las hermosas playas recibían un refuerzo del otro lado del inmenso mar.
Era entonces el reino de algunos señores que decidían sobre la vida y la muerte. Era una fuente de riqueza inagotable. De aquí salían los galeones cargados de oro y el oro volvía a comprar algodón, el algodón llenaba otras naves que regresaban de Europa cargadas de camisas y vestidos para las esclavas negras que Guinea había visto partir en barcos ingleses, holandeses, portugueses o franceses.
América era la plaza del mundo. Todo estaba a la venta en este mercado multicolor. La fe se podía comprar, un título de nobleza, una nueva vida, una absolución. Todo se podía vender.
Este continente transpiraba para dar de beber a los del otro lado del mar y allá se acumulaba el sudor en los palacios y en los monasterios, y quien atentara contra el orden iba derecho a la horca o a vérselas con el inquisidor primero y la horca después.
Llegó el día en que los americanos (algunos) quisieron ser ellos los dueños de la plaza. Entonces requirieron de la ayuda de aquellos a quienes habían combatido en nombre del Rey, llámense ingleses, piratas, indios o negros cimarrones, para sacudirse la modorra metropolitana. Quince años se mataron mutuamente los americanos en la peor guerra civil que el mundo haya visto jamás. Bolívar dijo que era una guerra civil y no erraba. Se batieron por el Rey, por la Patria, por la raza, por el honor, por el oro, por la plata, por el patrón o por la República.
Allí América Latina se convirtió en Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Perú, Paraguay, Uruguay, México, Venezuela, Costa Rica, Honduras...etcétera, etcétera. Y así perdió la chance de darse a sí misma lo que le habían robado los demás. Este continente pasó de ser plaza a ser patio trasero. No dejó de ser fuente inagotable ni de transpirar copiosamente. No cambiaron demasiado los señores feudales que miran sus latifundios, no mejoraron las vidas de la mayoría que no conoce más Nación que su familia ni más Bandera que su trabajo. Y quien atentó contra el orden fue derecho al paredón o a vérselas con el míster primero y al paredón después.
Así llegó a ser America Latina lo que es: Lázaro esperando por Jesús. Una deuda que es preciso saldar.

sábado, 23 de junio de 2007 Leave a comment

Primer Contacto

Este blog nace de la necesidad de decir lo que pienso, de buscar la explicación a eso que disfrutamos y de aquello que padecemos. No intento llenar ningún vacío; no quiero crear ninguna enciclopedia ni colaborar con monografías ajenas. No soy un erudito, solo un aficionado que cree que en la historia subyace la clave para no tropezar dos veces con la misma piedra.
Intentaré expresar mi opinión tal y como es, apoyándome en lo que han escrito otros mejores y mas sabios que yo.
A veces, tal vez, me vaya por las ramas, me escape del pasado para sobrevolar el presente, para decir lo que vean mis propios ojos y escribir aquí sin el filtro amarillento de las páginas viejas y con mi propia voz.
Pero el fin último de esta página es aprender. Espero que aquellos que la lean posteen lo que piensan y lo que saben y quizás, quien sabe, encontremos la solución a algo.

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