Preludio. La resistencia de Paysandú.

Desde su nacimiento, allá por el éxodo oriental, el Uruguay estuvo en el ojo de una tormenta, rodeada por dos colosos, amagada por los flancos y condenada por su excelente puerto de Montevideo a ser la perla del Atlántico Sur y a parir hijos bravos y contradicciones.
Durante el gobierno de Atanasio Aguirre, Venancio Flores, General Colorado alzado en armas, se dirigió hacia la estratégica plaza de Paysandú con cuatro mil hombres. A estos se le sumaría una escuadra brasileña y seis mil hombres de tropa más con abundante artillería.
Defendía la ciudad una guarnición de entre novecientos a mil hombres al mando del general Leandro Gómez, secundado por Lucas Piriz, con unas pocas piezas de artillería en mal estado, algunos caballos y víveres para resistir unos días el asedio que todos sabían que se avecinaba.
El General Gómez convirtió a la ciudad en una fortaleza. Levantó una torre, el “valuarte de la ley”, en la esquina sudeste de la plaza principal donde apostó tres cañones y un polvorín, se excavaron trincheras y se practicaron orificios en las paredes de las casas linderas para poder pasar de una a otra sin exponerse a los tiros enemigos.
Con todo, Paysandú distaba mucho de ser una plaza fuerte. Estaba rodeado por fuerzas bien pertrechadas y muy numerosas, aislado de toda posibilidad de recibir refuerzos.
Así las cosas, el 4 de diciembre de 1864, Flores envió una nota a Gómez intimándolo a rendirse, a lo que este contestó de puño y letra y al pie del mismo oficio “Cuando sucumba”. Y no eran solo palabras.
A partir de aquí se sucedieron las escenas más heroicas y desesperadas que el río Uruguay recuerde. El ataque a Paysandú se inicio el día 6 de diciembre con el intenso bombardeo de la escuadra brasileña y el ataque de las fuerzas de Flores, que fueron rechazadas en todos los puntos por la diminuta pero bien dirigida artillería de Gómez. Las balas pasaban por sobre las cabezas de los soldados, estallaban en las casas, destruían edificios, mataban.
Durante un mes se peleó en todos lados. En las calles, en las trincheras, en los techos, en las casas, en todas partes donde arreciara el peligro, ahí iban los defensores a cubrir el punto.
El Baluarte de la Ley contestaba los cañonazos que le abrían agujeros con los cañones que iban quedando, algunos desembarcados del vapor Villa de Salto, rescatado por orden de Gómez de la rapiña de los brasileros.
Dentro del recinto se vivía en estado de alerta, bajo la más estricta disciplina. El General había publicado un bando que dictaba que sería pasado por las armas aquel que profanase alguna de las propiedades privadas de los pobladores de Paysandú, que se hallaban evacuados en la Isla de la Caridad, atendidos por entrerrianos. En una ocasión, un voluntario argentino fue sorprendido robando un par de botas y fue condenado a muerte, pena que le fue conmutada por sus servicios a la causa y su arrojo en batalla.
Durante los primeros días del ataque, se pensó en evacuar la plaza y abrirse paso hasta Montevideo, pero una comunicación del gobierno central de que el General Juan Saa venía en su auxilio, hizo permanecer en defensa de la ciudad a la guarnición.
Varios buques de diferentes nacionalidades fondeaban en las inmediaciones de Paysandú. De ellos pretendían los defensores que intercedieran ante el Almirante Tamandaré, de la escuadra brasileña, para que no atacase la ciudad, ya que no existía una declaración formal de guerra entre un gobierno y otro.
También había dos barcos argentinos que desempeñaron una importante tarea humanitaria, pero que eran enviados por el presidente argentino, Mitre, quien apoyaba los planes de Flores, había abastecido en Buenos Aires a la flota brasileña y era hostil al gobierno uruguayo.
Al tiempo que esto ocurría, en la otra orilla del río, los voluntarios argentinos se salían de la vaina para arrojarse al agua e ir en ayuda de sus hermanos. Urquiza eludía el tema, retenía a los hombres con promesas y hacía sus negocios.
La resistencia de los defensores, fundada en la certeza de la pronta aparición del ejército de Saá, recibió un duro golpe el día 29 de diciembre. Luego de mucho pelear y de mantener a raya al enemigo, aparecía a lo lejos una columna. Grande fue la desazón de la plaza cuando notaron que no era Saá, sino los brasileros del Mariscal Mena Barreto.
Ahora, el cerco se había estrechado y solo cabía la desesperada resistencia. Un diluvio de balas de todo calibre caía sobre la ciudad que iba reduciéndose a escombros. Las baterías emplazadas en las alturas, mas los cañones de los barcos brasileños, formaban un infierno de treinta bocas de fuego. Diez mil hombres esperaban el momento del asalto. Para detenerlos, solo unos pocos soldados sin artillería, sin dormir, sin comer.
La guarnición iba reduciéndose minuto a minuto pero aun no llegaba el asalto final. Acudían al punto que flaqueaba los refuerzos, dejando tal vez solo un centinela en el lugar menos amenazado. El General Gómez y todos y cada uno de los defensores hacían prodigios de valor, como el ataque a la bayoneta llevado a cabo por el General Píriz para desalojar la aduana, muriendo el día primero del año 1865 cuando dirigía un piquete de artillería.
Finalmente, con la mitad de los hombres fuera de combate, sin artillería, sin municiones, Gómez decidió convocar una junta de guerra para plantear a Flores un tregua que diera tiempo a recoger los heridos y enterrar a los muertos. Rechazada esta oferta, y ante el avance de los sitiadores, se plantó bandera blanca en todos los cantones y se convocó a las tropas defensoras a formar en la plaza. En esos momentos de confusión, una compañía de infantes brasileños penetraron las fortificaciones y tomaron prisioneros a los sitiados.
El General Leandro Gómez se entregó a un piquete de infantería brasilera, mas luego prefirió ser prisionero de sus compatriotas orientales. A las pocas horas, en los patios de una casa, fue fusilado junto con otros oficiales y su cuerpo salvajemente mutilado.
Finalizó así el sitio y la heróica resistencia de Paysandú. En poco tiempo quedaba todo el Uruguay en manos de los Colorados, aliados de mitristas argentinos e imperiales brasileños. Ambas bandas del Río de la Plata estaban libres para que penetrara por él la “civilización” con rumbo a la destrucción del Paraguay.
Detrás de los barcos de guerra, navegan sin riesgo los barcos mercantes. Al tope de estos la bandera inglesa.
Fuentes.
Diario del Capitán Hermógenes Massanti.
Rivero, Orlando: “Recuerdos de Paysandú”
Textos completos: http://heroicapaysandu.blogspot.com/

viernes, 19 de diciembre de 2008 2 Comments

Bolivia 1952. La revolución domesticada.

Terreno fértil, siempre agitado por terremotos humanos, por el frío que baja de las cumbres y choca con el calor que sube desde las selvas, Bolivia vive desde hace doscientos años buscando un equilibrio esquivo.

En 1952 vivió una de las mayores revoluciones de la historia latinoamericana, no tanto por su movilización o su violencia, sino, mas bien por sus protagonistas y por la oportunidad que se abrió como abre los ojos un recién nacido.
Antes del '52, el 70% de los bolivianos eran campesinos, el elemento obrero no alcanzaba el 10%. El 0.1% de la población (LA ROSCA) controlaba el 70% de la producción minera, el 100% de los servicios y los ferrocarriles, el 46% del comercio y el 26% del capital financiero. El 8,1% de los propietarios agrícolas tenían el 95% de las tierras productivas, dejando al 69,4% de la población con el 0,41% de las tierras aptas para el cultivo. Asimismo, 615 propietarios disponían de 16 millones de hectáreas, la mitad de la cantidad de suelo apto para uso agrícola del país, aunque solo cultivaban el 10% de esa superficie.
Después de años de agitación y descontento, con el linchamiento de un presidente incluido, las elecciones presidenciales de 1951 dieron como ganador al representante del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) Víctor Paz Estenssoro, un abogado que había fundado ese partido en 1941. De extracción burguesa, el MNR se presentó con consignas nacionalistas a las elecciones y logró imponerse con el 40% de los votos. Sin embargo, un golpe militar, otro más en la historia de Bolivia, impidió que este asumiera el cargo. Paz Estenssoro no se quedó de brazos cruzados y decidió él mismo dar un golpe. Las tropas permanecieron leales al gobierno de Ballivián y la asonada fracasó, pero, al tiempo que los cabecillas del fallido intento se exiliaban en las embajadas, se acercaban a la ciudad de La Paz columnas de mineros y campesinos. Estos interceptaron un tren militar en Mulluni y con esas armas marcharon sobre el ejército, cortando su línea de suministros, atacando la guarnición de El Alto y bajando a la ciudad. La lucha fue casa por casa, cuerpo a cuerpo. Con la dinamita con que los mineros abrían socavones ahora abrían claros en las filas de soldados, quienes tuvieron que elegir entre la rendición o el exterminio. El 11 de abril de 1952, cuatro mil soldados del ejército de Bolivia desfilaron en paños menores frente a las columnas de mineros y campesinos embriagados de triunfo.
La movilización que había visto la ciudad de La Paz no fue una casualidad, respondía a un programa creado y difundido por el Partido Obrero Revolucionario (POR) en el congreso de la FTSMB en 1946 llamado "Tesis de Pulacayo" que, entre otras cosas, establecía la escala móvil de salarios, reducción de la jornada de trabajo, ocupación de las minas, control obrero de la producción, apertura de las cuentas comerciales y armamento de los trabajadores. Con máximas como "toda huelga es el potencial comienzo de una guerra civil y a ella debemos ir armados" o "todos los sindicatos están obligados a formar piquetes armados con los elementos más jóvenes y combativos" la Tesis se ocupó de formar los cuadros de combate de la clase obrera boliviana.
La revolución triunfante llamó al presidente electo a ocupar el gobierno.
Esto generó un doble poder, MNR-COB, que regiría los destinos de la república durante dos lustros.
La COB, en la que se aglutinaban no solo mineros, sino campesinos, estudiantes,
intelectuales y miembros de la pequeña burguesía, presionó al MNR para que cumpliera con sus promesas electorales y diera un giro nacionalista a la política del país. Así, el se dio impulso a la nacionalización de las minas para canalizar las ganancias extraordinarias de esa actividad hacia la diversificación de la economía boliviana. Al mismo tiempo, se aprobó la ley de sufragio universal para todos los mayores de veintiún años sin restricciones de raza, nivel cultural o socioeconómico, multiplicando por cinco el padrón electoral.
El 2 de agosto de 1953 empezó a regir la Ley de Reforma Agraria, que repartía los latifundios a un millón de campesinos sin tierra, aunque ya muchas habían sido ocupadas por acción directa de los campesinos, terminando con la condición servil y cuasi-feudal de muchos trabajadores agrícolas.
No obstante estos cambios, el MNR no tenía en sus bases concepciones puramente socialistas y la COB, el POR y la FSTMB, que sí las tenían y predicaban, prefirieron apuntalar al gobierno de Paz en lugar de tomar el poder en sus propias manos. Solapadamente, el MNR empezó a reconstruir un ejército para Bolivia, que lo había perdido en abril del '52, con armas compradas a Estados Unidos, siguiendo una línea que lo llevaría a reedificar el estado burgués anterior a la revolución.
Pronto quedaría claro que la expropiación de las minas no había dado al estado las ganancias extraordinarias que esperaba. La reforma agraria repartió latifundios de baja productividad y la renovación de maquinaria agrícola no se verificaba, por lo que se debió recurrir a la importación de alimentos que, al ritmo de la inflación, elevaron el costo de vida real. Mientras tanto, el precio del estaño caía, y el gobierno debía afrontar los pagos de exorbitantes indemnizaciones a los dueños de las minas y latifundios expropiados.
Bolivia dependía de sus exportaciones de estaño, las cuales tenían un comprador por excelencia: Estados Unidos. Ante las medidas del gobierno del MNR-COB, tanto la embajada estadounidense en Bolivia, como los asesores de este país comenzaron una campaña para evitar que el país se convirtiera en un país netamente socialista. Estados Unidos no podía valerse de un ejército para dar un golpe de estado (como haría en Guatemala en el ’54) simplemente porque este no existía como tal, por lo tanto, optó por extorsionar al gobierno boliviano restringiendo sus compras de mineral y exigiendo condiciones para prestar su ayuda alimentaria, económica o técnica. Con el déficit de la balanza de pagos estrangulando al estado, el MNR, exhibiendo fisuras en su estructura, terminó por aceptar los tristemente célebres Planes de Emergencia del FMI y Estados Unidos: postergación de la diversificación de la economía, devaluación de la moneda, control de precios, congelación de sueldos y salarios, reducción del gasto en salud y educación y control de la importación.
Quizás el error más grave que la revolución cometió fue no tomar en sus propias manos el poder político. Al entregarlo al MNR, que era una extraña mezcla de facciones que coincidían solo en su origen burgués, perdieron la oportunidad de llevar a fondo medidas realmente socialistas. Así, permitió la recuperación de La Rosca, la intervención silenciosa de Estados Unidos, el rearme de un ejército boliviano (un agente represivo y golpista) y el desmantelamiento progresivo del movimiento obrero y campesino.
No obstante, las reformas del período 1952-1964 no carecen en absoluto de aspectos positivos. La revolución vino a romper con la somnolencia tradicionalista del país, sacudiendo (aunque no removiendo) los rasgos de caudillismo o cacicazgo que eran comunes en las comunidades andinas. La reforma agraria supuso un nuevo sistema orientado a la producción de excedentes comercializables en contrapartida del antiguo uso familiar o comunal de la tierra dirigido casi exclusivamente a la subsistencia, incorporando la posibilidad de movilidad social, hasta entonces, algo impensado, y terminando con el servilismo colonial. Se promovió el desarrollo de las zonas orientales del país y se fomentó la explotación petrolera. Se abrieron caminos para conectar y relacionar a los departamentos entre sí, atenuando el marcado regionalismo que aun hoy carcome a Bolivia. El elemento campesino-proletario que hasta entonces había sido tratado simplemente como mano de obra barata y dócil pasó a ser una fuerza política capaz de controlar al país y una fuerza militar en condiciones de batirse con ejércitos profesionales. Las reformas electorales dieron voz y voto a una enorme cantidad de personas hasta entonces marginadas de la vida política y el establecimiento de la educación universal y obligatoria redujo el analfabetismo.
En 1964, un golpe de estado derrocaba al gobierno. Terminaba el período más agitado y fascinante de la vida política de Bolivia en el siglo XX. Se perdía (o se escondía) la oportunidad de construir un país igualitario, sin regionalismos, ni racismo, sin Medialuna vs. Altiplano, consciente de si mismo, soberano y fuerte.
Ahora, un par de ojos negros se asoma.

viernes, 10 de octubre de 2008 2 Comments

El 68. La imaginación al poder.

La imaginación todo lo puede, es puro impulso creador, pura potencia. Domina los espacios y el tiempo simplemente porque no respeta ni espacios ni tiempos, y se acelera cuando se multiplica y se multiplica cuando se enciende. La imaginación lo fue todo y no fue nada. Se quedó en las barricadas del Barrio Latino de París, en la plaza de Tlatelolco, en los ojos abiertos de Ernesto Guevara y en el rock de los Beatles. Pero dejó en el aire dos sensaciones: la primera fue el desencanto ante la sensación de que todo se había diluído con el agua de los carros hidrantes. La segunda, que las ideas son mucho mas peligrosas que las masas.
En el 68 convergieron varios factores que se venían gestando desde fines de la década del cuarenta. Las sociedades de posguerra experimentaron un rápido crecimiento económico que dio origen a una clase media que podía costear una buena educación para sus hijos. Al mismo tiempo, las fábricas que antes habían hecho el esfuerzo bélico ahora se dedicaban a producir bienes de consumo masivo, por lo que mantuvieron la planta de empleados. La combinación de estos dos factores devino en un “estudiantado proletario” que tanto compartía intereses con obreros como con estudiantes, encontrándose muchas veces en las calles reclamando por intereses similares. Pero lo que mas los identificaba era la juventud. Muchos de los que tenían entre 16 y 25 años en esa época se sintieron atraídos por la efervescencia de la época, por el “amor libre”, los actos contestatarios, las protestas callejeras y, al final, las barricadas.
Lo que tuvo de particular el 68 (aunque, en realidad, ocupa un lapso temporal mas amplio) fue la simultaneidad de hechos y la similitud de los protagonistas. El mundo entero parecía una olla a presión a punto de estallar.
Quizás el mas significativo de los acontecimientos haya sido el “mayo francés”. Una revuelta estudiantil (a la que luego se unieron obreros de algunas automotrices francesas) que mantuvo en vilo al gobierno paternalista de De Gaulle durante un mes, levantando barricadas en el Barrio Latino de París desde las cuales enfrentaron a la policía. Pero la falta de un programa de acción, la ausencia de líderes y, en fin, la anarquía general en la que habían caído estudiantes y obreros, terminaron apagando la llama que amenazó seriamente la continuidad del régimen derechista del héroe francés de la segunda guerra mundial.
Mientras tanto, la Unión Soviética pisaba con sus tanques las flores de la Primavera de Praga, fracasaba la Revolución Cultural de Mao, se iniciaba en Viet-Nam la ofensiva del Tet y en Washington multitudes pedían la vuelta de los chicos a casa.

En América Latina había muerto el Ché. No era cualquier muerte, era la muerte de un hombre y el nacimiento de un mito, de un modelo de revolucionario, de soñador, de héroe romántico, de idealista. La jugada de la CIA para sacarse de encima a un propagador de la revolución y, al mismo tiempo, demostrar como terminan los guerrilleros salió totalmente al revés. El cuerpo semidesnudo del Ché, los ojos abiertos y la expresión tranquila de su rostro pintaron a un mártir que murió de pie y peleando por lo que creía. Su efigie apareció en banderas y pancartas desde entonces hasta hoy allí dondequiera que alguien se sienta rebelde.
La situación era similar de este lado del globo, a excepción de que, en América Latina, las revueltas solían terminar con las paredes manchadas de sangre en lugar de con graffitis.

En México, el movimiento estudiantil comenzó a moverse para lograr una reforma. Para presionar al gobierno eligieron la plaza de Tlatelolco, o de las Tres Culturas, en el centro de la ciudad de México. En un momento determinado, fuerzas policiales y militares ingresaron a la plaza encerrando a mas de cuatro mil personas y comenzó un tiroteo que, según datos extraoficiales y testigos oculares, le costó la vida a doscientos estudiantes. Muchos mas fueron arrestados y golpeados y existe una cifra no determinada de desaparecidos.

A pesar de que México estaba gobernado por el PRI, y que este había sido elegido democráticamente, la masacre de Tlatelolco fue la confirmación del recrudecimiento autoritario del estado. Investigaciones posteriores afirman que el movimiento estudiantil mexicano estaba infiltrado hasta las bases y que la balacera fue iniciada por agentes del gobierno disimulados en la multitud. De esta manera se lograba detener lo que era un incipiente foco contestatario que podría desembocar en una oposición de izquierda.
La juventud era aquí también la promotora y principal protagonista de los movimientos sociales.

En Brasil, el gobierno dictatorial presionaba sobre las instituciones educativas públicas impulsando la privatización de la enseñanza. El estudiantado, que reivindicaba la educación popular, respondió con manifestaciones y toma de edificios. La represión popular cobró la vida de algunos jóvenes cuyos funerales fueron acompañados por cincuenta mil personas. El 26 de junio de 1968, mas de cien mil personas, entre ellos estudiantes, intelectuales, artistas, religiosos, padres y madres, se lanzaron a la calle en Río de Janeiro para protestar contra la violencia del estado y pedir el retiro de los militares del poder y el fin de la dictadura en lo que se conoció como la “Passeata dos cem mil”. El gobierno de Costa e Silva recibió representantes de la sociedad civil pero no aceptó ninguna de sus propuestas, tensando aún mas la situación ya que las marchas seguían ocurriendo en las grandes ciudades. La policía reprimió con dureza y muchos manifestantes y lideres estudiantiles cayeron detenidos. Finalmente, la represión fue legalizada por el AI-5 (Ato institucional 5) y el movimiento estudiantil desmantelado en Brasil.
El resto de América Latina miraba atentamente estos dos sucesos. En Argentina, por ejemplo, el gobierno dictatorial de Juan Carlos Onganía había desalojado literalmente a palazos las universidades en 1966 por considerarlas “focos de subversión y comunismo”. En mayo del 69, estallaría el “cordobazo”, como consecuencia de una protesta de obreros automotrices a los que se unieron estudiantes.

El boom cultural de esa década difícilmente pueda ser emulado. La revolución que se puso de manifiesto fue una revolución general del sentir hacia el mundo en todas sus comprensiones. El gran desarrollo editorial de la época puso al alcance de los estudiantes obras de filosofía, sociología, antropología y política que circulaban profusamente. Asimismo, el éxito de escritores como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, cuyas obras tienen un alto contenido de denuncia, profundizó esta tendencia. El “Cine Novo” brasileño y el “Tercer Cine” argentinos fueron otra expresión de la vida culturizada de fines de los 60.
Como siempre, aquello que ocurre en el mundo se refleja multiplicado exponencialmente aquí. Los gases y el agua de Europa transmutan misteriosamente en plomo de este lado del mar. Aunque los protagonistas fueron los mismos, las consecuencias de los movimientos estudiantiles de fines de los 60 tuvieron consecuencias muy disímiles en uno y otro lado del Atlántico. Es claro que en el teatro de la guerra fría, la masificación de una clase instruida, pujante y contestataria, no podía mas que preocupar a la derecha, máxime teniendo en cuenta la fuerte permeabilidad de los jóvenes a las ideas socialistas. La dura reacción de los estados autoritarios (no necesariamente militares, está claro), sin duda apuntó a cortar la cabeza de la Hidra, pero, como contrapartida, empujó a muchos jóvenes hacia la opción armada para luchar contra el régimen establecido. A través del tiempo, los controladores del sistema se fueron dando cuenta de que la educación les resultaba peligrosa, y, al igual que la industria con su problemático movimiento obrero, fueron dejándola cada vez más al margen de sus planes de gobierno.

A principios de la década del setenta la situación era sumamente inestable. El movimiento estudiantil había crecido en organización y capacidad de lucha, había echado lazos con el movimiento obrero y estaba politizándose cada vez más. El triunfo de la guerrilla en Cuba había inspirado un sinfín de movimientos comúnmente denominados “de liberación nacional” que operaban tanto en las zonas marginales como en zonas urbanas. Por último, la clase obrera, protagonista desde la década del 40, presionaba para mantener su estructura de poder mientras se desprendían facciones radicalizadas que llevaban a cabo la acción directa.
La respuesta fue tajante. A la dictadura de Brasil se le unieron la de Uruguay y Chile en 1973 y Argentina en 1976. Su plan de operaciones consistió en la aniquilación de todo movimiento opositor, fuera estudiantil, obrero o guerrillero, en la supresión de las libertades individuales, la censura y el terror, al tiempo que se reducía el estado a la mínima expresión, desmantelando la industria, la salud y la educación pública. Miles de personas, desde científicos, profesores e intelectuales hasta amas de casa madres de desaparecidos, buscarían salvación en el exilio, llevándose consigo los sueños de toda una generación.

Los hijos de aquellos que levantaron las barricadas, que marcharon, que pelearon, fueron educados distinto que sus padres. Aquel “cuando un grande habla los chicos se callan” dejó su lugar a la libertad para expresar el propio parecer, para elegir, para reconstruir, aunque el miedo que dominó la calle por años aún se respire en el aire disfrazado de desidia.

Hoy, América Latina recuerda aquellos años y amaga tímidamente a devolvernos la conciencia, la razón y la responsabilidad sobre nosotros mismos, y aunque aquellos monstruos sigan ahí, renovándose, las cosas pueden cambiar, depende de nosotros, de nuestra imaginación. Seamos realistas, demandemos lo imposible.


fuentes

http://www1.folha.uol.com.br/folha/brasil/ult96u397254.shtml

http://www.historianet.com.br/conteudo/default.aspx?codigo=314

Jorge Volpi. Lo que nos dejó el 68.

http://www.gatopardo.com/numero-90/cronicas-y-reportajes


lunes, 15 de septiembre de 2008 1 Comment

José de San Martín, el exiliado.

Nació en Corrientes, murió en Francia. Formó un cuerpo de caballería profesional. Peleó en San Lorenzo. Reorganizó el Ejército del Norte, gobernó Cuyo, inventó de la nada el Ejército de los Andes, lo equipó y disciplinó con casi nada y pasó los Andes. Peleó en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú, liberó Chile. Armó una escuadra y un Ejército Unido, embarcó para Perú, entró en Lima y declaró la independencia. Fue Protector del Perú. Su ejército venció en Pasco y Nazca, sus hombres en Pichincha y Rio Bamba. Fue a Guayaquil y volvió solo.

Todas estas cosas, José de San Martín las hizo por la Patria. No por lo que hoy es Argentina, no existía entonces tal cosa, sino por la patria grande de América. ¿Cómo se explica, entonces, el desprecio con que fue tratado en Buenos Aires, Chile y Perú?¿Quiénes eran sus enemigos?.
Durante su corta vida pública, a la par de los elogios por sus triunfos militares, recibió todo tipo de cuestionamientos y difamaciones. Se dijo de él que era agente inglés (aun hoy se discute), que era masón y enemigo de la iglesia, que era borracho y adicto al opio, que había llegado a Chile al mando de un ejército conquistador y que en Perú quería coronarse rey.
Tuvo pocos amigos. El fiel Guido, su amigo Agüero, Manuel Belgrano, son de los pocos con quienes tenía cierta intimidad. De carácter parco, poco afecto a las multitudes, discreto y austero en el comer y el vestir, San Martín no encajaba muy bien en los altos círculos de la sociedad decimonónica sudamericana.
Su primera actuación política fue la participación en una asonada militar que derrocó al Primer Triunvirato, dirigido por Bernardino Rivadavia, quién, de ahí en más, sería uno de sus mas acérrimos enemigos.
Estando al mando del Ejército del Norte, comprendió que mientras existiera el Virreinato del Perú la independencia de Sudamérica no se verificaría y, para destruirlo, era preciso una incursión militar que no tomara el camino del Alto Perú, donde se había estancado la guerra y ninguno de los bandos podía avanzar. Confió a Güemes la defensa de la frontera norte y concibió su plan de atacar Lima por el Pacífico desde Chile. Es probable que hubiera oído hablar de este plan en Londres durante su estadía de 1811, ya que existía uno muy similar llamado el “Plan Maitland” para la conquista de la América española por Inglaterra.
Pidió a Alvear la gobernación de Cuyo para poner en marcha su plan y este, aunque no lo estimaba en nada, se lo concedió pensando que se lo quitaba de encima. Desde allí presionó a sus diputados para que se declarara la independencia, ya que la cuestión se había dilatado y era necesaria para sus planes.

Organizó en Mendoza un campamento para reclutar, entrenar y equipar un ejército de línea capaz de batirse con los primeros de Europa. Montó una verdadera industria de guerra y lo previó todo, desde avituallamiento hasta la comida de las bestias, sin dejar de distraer al enemigo con una vivo e inteligentísima guerra de zapa. Cruzó los andes con cinco mil quinientos hombres, diez mil mulas y tres mil caballos, artillería, parque, hospital y puentes transportables y, no bien habían bajado todas las tropas, dio la batalla de Chacabuco que le permitió entrar triunfante en Santiago.
Declinó el mando de Chile sugiriendo que se le ofreciera a Bernardo O´Higgins y emprendió las acciones para expulsar a los realistas que se mantenían en el sur.
Fue derrotado en Cancha Rayada, pero su ímpetu y perseverancia lograron reunir de nuevo al ejército y ponerlo en condiciones de dar otra batalla, la que tuvo lugar en los llanos de Maipú y donde derrotó por completo al ejército realista.
Mientras tanto, desde Buenos Aires se le ordena que regrese a esa provincia con todo su ejército para intervenir contra los caudillos federales. Su silenciosa negativa sella la suerte de la independencia, pero deja la sangre en el ojo de los porteños, que sabrán en su momento hacérsela pagar.
Durante su estadía en Chile recibió gran cantidad de críticas por el modo como llevaba la guerra y por haber elegido a O´Higgins quien se disputaba el mando de la revolución chilena con los Carrera. La muerte de dos de ellos y del afamado guerrillero Manuel Rodríguez le fueron injustamente atribuidas, lo que le valió la desconfianza de no pocos sectores de la sociedad trasandina.
Inmediatamente después de declarar la independencia se dio a la tarea de organizar la expedición libertadora al Perú, que navegaría bajo bandera chilena y anclaría en Pisco en 1820.
Mandó a la sierra a Arenales, quien consiguió algunos triunfos y se entrevistó en Miraflores con enviados del Virrey. Así, consiguió la evacuación de la Ciudad de los Reyes y, el 28 de julio de 1821, declaró la independencia de este país.
San Martín fue declarado Protector del Perú con la suma del poder público. Aún era una gran amenaza el ejército virreinal que dominaba la sierra y ordenó una segunda expedición a la sierra y otra a puertos intermedios. Su capacidad para acabar la guerra estaba cuestionada por algunos de sus generales que veían que el argentino destinaba mas tiempo a la organización del estado, a la negociación y a la seducción de los enemigos que a planear campañas para destruir de una vez al Virrey. Sin embargo, San Martín comprendía lo que pocos: el ejército del Perú estaba constituido en un noventa por ciento por americanos, por lo tanto, el capitán de los Andes buscaba ahorrar sangre americana a la transición, ya que sabía que la suerte estaba decidida por la independencia. Su maniobra para dejar pasar a los realistas hasta El Callao, por ejemplo, fue brillante y obligó a esta plaza a rendirse al poco tiempo, pero su pasividad fue confundida con indecisión y aún con cobardía, alejando a algunos de los que habían sido sus mas fieles colaboradores.
Durante el gobierno del Perú, y haciendo un concienzudo análisis de la sociedad peruana, San Martín pensó en formar una aristocracia que gobernara el país e introducir los cambios lentamente. Aunque era, como todo masón, republicano, veía en las jóvenes naciones americanas la necesidad de un régimen paternalista y centralizado hasta que estuvieran maduras para la democracia representativa. Envió representantes a Europa para buscar un soberano, pero en Lima se lo acusaba de postularse él mismo para el trono y le habían puesto el mote de “Rey José”.
Buscó el concurso de las fuerzas Colombianas que venían bajando victoriosas y a las cuales había socorrido con 1500 hombres para la campaña de Quito, mientras enviaba emisarios a pedir auxilio a Chile, donde su pésima relación con el jefe de la escuadra, Lord Cochrane, le valieron la negativa, y a las Provincias Unidad, donde gobernaba el partido de su enemigo Rivadavia, sin que variara la suerte.
Confiaba aun en la expedición que debía organizar Bustos y mandar Güemes para atenazar a los españoles por el Alto Perú, pero la muerte de este último lo dejó sin apoyo.
En julio de 1822 se entrevista con Bolívar, quien era el único que podía proporcionarle la ayuda que necesitaba, pero el Libertador se la niega aduciendo que no disponía de los hombres para tal empresa. San Martín, sin apoyo de Chile ni de las Provincias Unidas, con su ejército mayormente compuesto de reclutas y afectado por las enfermedades, la oficialidad dividida y oposición interna, comprende que los dos no caben en el Perú y decide retirarse del gobierno y del país para pasar a Chile y después a Mendoza.
Allí permanece sin poder llegar a Buenos Aires para ver a su esposa que agoniza porque en el camino hay partidas con orden de detenerlo.
El 11 de febrero de 1824, perseguido, difamado, sin más familia que su pequeña hija, se embarca hacia Europa.
Volvió fugazmente en 1828 al saber que la Argentina estaba en guerra contra el Imperio del Brasil. Aquí se le ofrecieron honores y cargos políticos en medio de la guerra civil y luego del asesinato de Dorrego. La anarquía y el desorden le repugnaban. A todo se negó aduciendo que jamás desenvainaría su espada contra sus compatriotas. Sabía muy bien que los emisarios de uno y otro bando buscarían atraerlo a sus filas y decidió volver a partir sin pisar su tierra, sin pisarla nunca más.
Siguió siempre desde Europa los vaivenes de la política americana a través de las cartas que intercambiaba con antiguos camaradas. Así supo de la agresión francesa contra la Argentina y, sin importarle que estaba asilado en territorio francés, escribió a Rosas para decirle que si de alguna utilidad le era su sable, en tres días se pondría en marcha para Buenos Aires. Luego, al saber de la heroica defensa de la Vuelta de Obligado, legó al Restaurador la espada con la que hizo toda la campaña de América del Sur.
En sus últimos años recibió la visita de varios argentinos, entre ellos Alberdi y Sarmiento, que no comprendieron el testamento político del Libertador y cuestionaron su lucidez.
La guerra civil que azotó a la Argentina durante casi setenta años tuvo vencedores y vencidos. Aquellos que habían militado en unas y otras filas merecieron el olvido y el menosprecio aunque sus virtudes fueran muchas o la adoración y la parafernalia aunque sus luces no fueran tantas.
San Martín cayó entre los primeros, no por ser federal, sino porque sus decisiones hirieron la causa de algunos.
Derrocó a Rivadavia, se enemistó con Alvear, escribó a Artigas, López, Ramírez y Bustos, eligió a O´Higgins y no a Carrera, se le involucró en la muerte de Manuel Rodríguez y de otros dos Carrera, desobedeció a Pueyrredón, enfrentó a Cochrane, discrepó con Bolívar, desairó a los exiliados unitarios que le propusieron el gobierno del país, elogió a Rosas, felicitó a Rosas, legó su sable a Rosas.
En todo fue recto y austero, despreciaba el lujo y la pomposidad. Conoció los corazones de los hombres y aplacó sus pasiones cuando estas se desviaban un ápice del objetivo de liberar a América. Entendió que la diplomacia sutil a veces puede más que una batalla sangrienta y, llegado el momento, dejó su lugar a aquel que tenía más fuerza y mejores recursos para cumplir la tarea y que ésta estaba por encima de los hombres. Al final, no tuvo más remedio que dejar su tierra, olvidar su deseo de terminar sus días como labrador en Mendoza y ver desangrarse a su patria desde el otro lado del mar.
Hoy se lo considera el Padre de la Patria, pero se lo esconde en una pequeña ala de la catedral de Buenos Aires y nos mira desde un billete de tan solo cinco pesos.

domingo, 17 de agosto de 2008 3 Comments

Palmares. Gran Quilombo gran

La caza de hombres es impiadosa. Esperan en la costa los barcos portugueses que pagarán bien la mercancía. No importa si son niños, mas si importa que no sean viejos, porque deberán soportar la travesía atlántica y aún conservar fuerzas para los trabajos que les esperan. Los que superen el trance serán puestos a la venta en alguna playa de Salvador, Olinda o Pernambuco y vivirán lo que les quede de vida cortando caña y haciendo rodar los trapiches.


La solución a la escasez de mano de obra en Brasil fue la importación de esclavos africanos. Los indios Tupis ya no eran suficientes y no alcanzaban los que traían las bandeiras en sus entradas a la selva. El nivel de explotación al que había llegado la caña de azúcar en el nordeste brasileño demandó un verdadero aluvión de africanos a las costas sudamericanas.

De Angola, Guinea o la Costa de Oro traían los negros consigo sus dioses, sus "orixás", su lengua y sus tambores, y el sueño eterno de volver a ver las costas de África.

No era fácil sujetar a un esclavo. Desde el primer día en que pisaron esta tierra se cuentan las fugas a la impenetrable selva que se levantaba como una cortina detrás de la estrecha franja de tierra cultivada. Hacia allí se dirigían y allí empezaron a levantar sus casas, que poco a poco iban formando barriadas que se llamaron “QUILOMBOS”.

De todos los quilombos que hubo en el Brasil, el más célebre fue el de Palmares, ubicado en las serranías del actual estado de Alagoas. Palmares no era un quilombo en sí, si no una confederación de varios “mocambos”, cada uno con un líder local que a su vez respondían a un rey común. Cubría una extensión cercana a la superficie de Portugal y llegó a contar con una población de entre veinte y treinta mil habitantes organizados jerárquicamente con un modelo semejante al de los clanes.

No fueron pocas las veces que se internaron en la selva las tropas portuguesas, holandesas y los mercenarios a sueldo de los señores del azúcar, pero siempre el resultado era el mismo: las tácticas guerrilleras, las trampas, los animales y la cortina verde misma hacían inexpugnable los dominios del cimarrón.

Los quilombolas vivían de la caza, la pesca, el cultivo de maíz, legumbres, mandioca, caña y frijoles y de la cria de animales. Mantenían relaciones comerciales con los poblados de la costa y con otros mocambos. Con relativa frecuencia, organizaban razias para hacerse de armas, animales, hombres y, sobre todo, mujeres, ya que el género masculino era mayoría en la sociedad quilombola.

La noticia sobre la existencia de Palmares corría como reguero de pólvora entre los esclavos de las plantaciones que no perdían oportunidad para fugarse. Allí eran tratados como héroes por haber tenido el coraje de sacudirse el yugo y arriesgar la vida para llegar a la selva, e igualmente eran maltratados aquellos que no se atrevían a dejar la costa y eran arriados en las bajadas de los cimarrones.
Para el propietario de la “fazenda” los quilombos eran una amenaza y, frecuentemente, organizaban entradas o “bandeiras” formadas por soldados del gobernador o mercenarios a sueldo que buscaban restituir a sus “amos” el bien perdido o, mejor, secuestrar niños nacidos en libertad para venderlos en las plazas.

El primer líder de Palmares fue Ganga Zumba, un esclavo traído de África que se fugó a la selva y gobernó el mocambo de Cerro dos Macacos. Reunió bajo su mando los otros quilombos convirtiéndose en Rey (en el sentido africano, no europeo) del término.

Ganga Zumba combatió a los portugueses, luego a los holandeses que se habían apoderado de Pernabuco y a nuevamente a los portugueses hasta que hizo un acuerdo con el Gobernador de esta ciudad por el que serían devueltos a sus amos los esclavos fugados y conservarían la libertad los que hubieran nacido en los quilombos. A esta decisión se opuso el sobrino de Ganga, Zumbí, que eligió no respetar el acuerdo y permanecer en Palmares y continuar la resistencia. alegando que no podía permitir que la libertad no fuera para todos, incluso aquellos que aun estaban en los cañaverales. Poco después, Ganga Zumba moriría envenenado.

Zumbí había nacido libre en Palmares pero fue tomado por una bandeira a la edad de seis años y dado en custodia a un padre jesuita que lo nombró Francisco. A los quince vuelve a su lugar de nacimiento y desde entonces integra las guerrillas que defienden los quilombos. Era muy ágil, diestro en el uso de las armas y muy buen estratega, lo que le valió el respeto de sus pares.
Zumbí, una vez desaparecido Ganga, se hizo con el mando del reino y durante catorce años defendió a sus ciudadanos de la rapiña exterior. Los mocambos que caían eran quemados, pero sobre las mismas cenizas eran reconstruidos una y otra vez con sus enormes empalizadas de madera, sus fosos y sus trampas.

En 1694, Domingos Jorge Velho y Bernardo Vieira inician la ofensiva final sobre Palmares. Cerro Dos Macacos, capital del reino, cae después de una enconadísima resistencia de las tropas mandadas por Zumbí. Éste escapa herido, pero la traición de uno de sus lugartenientes lo condena. Es apresado y decapitado, y su cabeza exhibida en la punta de una pica.

Palmares desapareció como entidad independiente, pero los mocambos de las serranías brasileñas, los palenques de Cuba y Colombia o los cumbes venezolanos no se extinguieron. Continuaron recibiendo oleadas de fugitivos, de cualquier color que fueran, y repeliendo los ataques de afuera. Algunos quilombos se mantuvieron en pie durante trescientos años y sobreviven hasta hoy. Más de dos mil comunidades se declaran reminiscentes de los quilombos, con una población calculada en 1.700.000 habitantes.

La historia de Palmares constituye un hito en la historia de América como una historia de resistencia, de búsqueda de libertad y de lucha contra la esclavitud. Es la historia de todos los que no quisieron perder su identidad y trajeron a este nuevo mundo su sentir y su modo de ver el mundo. El ejemplo que dejaron estos rebeldes fue rápidamente enterrado en el olvido para que no se propague eso de sacudirse de encima los amos y los yugos, para que no circule el cuento de que hay paraísos idílicos donde se puede ser realmente libre, en fin, para que no abandonemos todo y nos vayamos al quilombo a vivir nuestras vidas.


Fuentes:

Rui Costa Pimenta. Zumbí dos Palmares. El Espartaco negro brasileño.
Homens livres e esclavos. quilombodospalmares.org.br
www.javierortiz.net/voz/samuel/quilombolas
www.lacolectiva.com.ar

Para ver:

QUILOMBO. Dir. Cacá Diegues.
http://www.youtube.com/watch?v=-0Bv6ZrCo78&feature=related (1 de 12 capítulos)


jueves, 31 de julio de 2008 1 Comment

Arauco: la guerra más larga.

Desaparecen los taínos, se los lleva la viruela y el acero. Caen como moscas los aztecas, huyen del ruido de la artillería y de los perros, dejan la vida en las calzadas de su gran ciudad. Callan los incas. Siguen mudos con los ojos la ejecución de su dios encarnado. Los que luchan no tienen fuerza, ni pólvora, ni caballos y se van a la selva. Pero en el sur profundo, donde los valles verdes se hacen mas verdes, y el mar se va pegando a la cordillera, resisten los habitantes de la araucanía. Hombres recios, altos y fuertes, inteligentes y astutos, no compran la cruz ni el trigo pero sí aprenden quién es el hombre blanco.

Desde el principio, la conquista de Chile fue una obra ciclópea. Buscando la fortuna que había visto pero no tocado, Diego de Almagro se lanzó al sur del reluciente Perú del que eran dueños los Pizarro. Anduvo desiertos donde no hay ni palabra para nombrar la lluvia y valles que dan vértigo. Encontró indios mansos en el norte a los que pronto mandaría a los lavaderos de oro, y encontró indios hostiles más al sur. Los mapuches habitaron estas tierras durante muchos siglos antes de que llegara el hombre blanco. Ellos solos habían sido la frontera del omnipotente imperio del sol. Geniales guerreros, no se dejaron dominar ni engañar y decidieron dar pelea.

Con Almagro en el Perú, la tarea de la colonización de Chile cayó en manos de Pedro de Valdivia quien pronto vio como se agotaban las tierras del valle central que va desde la cuesta de Chacabuco hasta el río Maule. Al sur de este río habían fundado sus reales los Mapuches. Valdivia no había sentado la planta aun cuando miles de indígenas lo rodearon. Tuvo que abandonar los fuertes que había fundado y refugiarse en Concepción. En la batalla de Tucapel fue capturado por las huestes de Lautaro y posteriormente ejecutado. Era este capitán indígena un antiguo paje de Valdivia. Con los españoles se había criado y de ellos había aprendido tácticas guerreras y el uso del caballo. Escapó hacia territorio araucano y se hizo Toqui. Fue el inventor de la táctica de ataque por oleadas que desgastaba al enemigo hasta derrotarlo. Lautaro llevó la rebelión hasta las puertas de Santiago, pero murió asesinado en su tienda antes del asalto a la ciudad.

Los Araucanos tenían una gran resistencia física, lo que los hacía pelear por más tiempo y más ferozmente. Eran arrojados y no le temían al caballo o a las armas de fuego ni a los castigos o matanzas con los que se intentaba dominarlos a través del miedo. Levantaban fuertes como los de los españoles (Libén, Lincoya) y sabían usar la táctica de la guerrilla para hostilizar y desgastar al enemigo. No eran como los Incas, quienes se desbandaban ni bien veían caer a su líder, sino que seguían luchando. El Mapuche peleaba armado de macana o garrote, lanza, arco y flecha, lazo y boleadoras, y hasta llegaron a dominar el fusil. Aprendieron a montar y lo hicieron diestramente, al mismo tiempo que perfeccionaban tácticas de asedio como el desvío de ríos o las paredes móviles detrás de las cuales se protegían de los tiros españoles.

Durante siglos, los fuertes y ciudadelas que se habían establecido al sur del río Maule vivieron en estado de alerta constante y muchas veces fueron arrasadas y evacuadas ante el asedio de los Mapuches. Arauco, Chillán, Concepción, Purén, Angol, Yumbel, Nacimiento, Santa Bárbara, Valdivia, La Imperial, entre muchas otras poblaciones, fueron construidas y destruidas sucesivamente. Los Españoles no eran dueños mas que de el terreno que pisaban. Los recursos del país eran bien escasos para hacer frente a la guerra, y hubo que recurrir una y mil veces a la plata del Perú para equipar las expediciones y a soldados del Perú para llevarlas a cabo. Pero estas aventuras no eran populares entre las tropas; leyendas horribles se contaban sobre Chile, sobre los Araucanos y sobre el insalubre y húmedo clima del sur. Muchas veces hubo que recurrir a soldados mestizos que se pasaban de bando ni bien veían al verdadero enemigo y no faltaron, tampoco, españoles pasados.

La guerra se había generalizado en toda la frontera, la cual existía de hecho como existía la frontera entre España y Francia en Europa. Aunque intentaran asentarse allende la marca, los españoles eran obligados a replegarse al norte del Bío-Bío.

Muchas veces se celebraron tratados entre los contendientes en un extraño acto de reconocimiento hacia la nación Araucana, como lo hizo García Hurtado de Mendoza o Pedro de Villagra. Sin embargo, estas paces eran consideradas por los Mapuches como tiempo para recuperarse de las epidemias traídas por el europeo o cosechar los campos antes de contar con brazos para reiniciar la batalla, y los materiales que como obsequios recibían eran automáticamente transformados en útiles de guerra.

Ante la imposibilidad de arrojar a los indígenas de sus territorios o someterlos a la autoridad de España, lentamente se fue abandonando la idea de una guerra ofensiva y fue tomando forma el plan de preservar las conquistas logradas mediante una línea de fuertes sobre la frontera, la supresión del servicio personal y la evangelización de los pueblos Araucanos. Este plan dio comienzo a la etapa de guerra defensiva y su más apasionado defensor fue el sacerdote Luis de Valdivia quien celebró con los caciques Anganamón, Tereulipe y Ainavilú el parlamento de Paicaví.

Luego de las batallas de Picolhué, Los Robles y Albarrada, ante la imposibilidad de rendir a los Mapuches liderados por Lientur y Butapichón, entre otros, se celebró el parlamento de Quillín donde se reconoció a los Mapuches como soberanos de su tierra, eximidos de esclavitud y servidumbre, comprometiéndose los españoles a retrogradar hasta el Bío-Bío y despoblar Angol. No obstante, los malos tratos que los españoles brindaban a los indígenas encendieron la llama de la rebelión nuevamente. Para 1655 los fuertes de Talcamávida, Colcura y Arauco se habían perdido, Boroa, Valdivia, Chillán y Concepción sobrevivían bajo sitio. El estado de ebullición se mantuvo hasta 1664 cuando desaparecieron el Toqui Misqui y el Mestizo Alejo, un hábil estratega, antiguo soldado al servicio de España pasado a los Mapuches. Se estima que para entonces entre quince y veinte mil españoles habían muerto en Chile, sesenta mil yanaconas y cien mil guerreros mapuches, mas de dos tercios de la población original Araucana había sido arrasada por las epidemias.

A partir de entonces se empezó a notar una disminución en la voluntad guerrera de los originales habitantes de Chile. Esto en parte se explica por el creciente mestizaje, la interacción con el español y la merma de guerreros a consecuencia de las enfermedades, al tiempo que permitían la entrada de evangelizadores, aunque nunca adoptaron del todo la fe cristiana. Todo esto daría como resultado una paz que duró treinta años.

Los levantamientos continuaron ocurriendo con fuerza hasta 1780 y de allí en más, el mestizaje y el comercio fueron tendiendo lazos entre españoles y araucanos. Sin embargo, el Mapuche se resistía a la integración total con el colono y no permitía el libre tránsito por su territorio en un acto de clara soberanía.

Durante la guerra de independencia, los araucanos pelearon del lado realista para luego volver a sus tierras del sur, donde permanecieron en contacto constante con las tribus pampeanas de las que obtenían ganado que luego vendían en las ferias chilenas. Esta relación entre las tribus araucanas (pehuenches, tehuelches, mapuches, hulliches, etc) de uno y otro lado de la cordillera protegería, hasta finales del siglo XIX, la frontera sur del dominio del huinca (blanco), pero los nuevos estados de Argentina y Chile emprenderían casi paralelamente acciones militares para someter a los indígenas, quitarles sus tierras y enviarlos a reducciones sobre suelos pobres e inproductivos. Los que decidieron pelear fueron exterminados por los remingtons de uno y otro ejército, los sobrevivientes vendidos como sirvientes de grandes hacendados. En Chile, este proceso se denominó “Pacificación de la Araucanía”, en Argentina “Conquista del Desierto”. El resultado sería exactamente el mismo.

Hoy, las comunidades mapuches forman parte del sector mas empobrecido de ambos países, continúan reclamando las tierras que les fueron sustraídas y luchando para mantener su cultura y su lengua vivas con la misma fiereza con la que pelearon una guerra de trescientos años, la guerra más larga de la historia.

Fuentes:
Alonso de Ercilla, La Araucana.
Wikipedia.org
Ernst Samhaber, Sudamerika.

miércoles, 7 de mayo de 2008 2 Comments

La destrucción del Paraguay

En el corazón de América del Sur, flanqueado por enormes ríos y desiertos verdes, ahí se creó el Paraguay. Obra de conquistadores, misioneros y guaraníes, todo mezclado en un mortero con yerba mate y mandioca, la tierra de los fundadores de Buenos Aires siempre se cuido sola. Olvidado rincón del imperio español, nunca tuvo muy en cuenta la autoridad lejana. Rechazó a los bandeirantes y a los porteños y no quiso ser provincia; quiso ser nación.

El Paraguay, gobernado por Gaspar Rodríguez de Francia, recorrió un camino distinto al de las demás provincias del Río de la Plata. Francia creó “estancias de la patria”, suerte de cooperativas agrarias de propiedad comunal, por lo general, en tierras expropiadas a antiguos latifundistas. Impuso duras penas al robo y suprimió todo comercio especulativo, al mismo tiempo que el estado se ocupaba de exportar o negociar la producción. Dio la posibilidad de elegir representantes “por todo el pueblo en uso y ejercicio de los derechos naturales y libres inherentes a todos los Ciudadanos de cualquier Estado, clase o condición que sean”, algo muy distinto a lo que ocurría en el resto de Sudamérica donde había que tener fortuna, color y buen vestido para poder elegir.
A la muerte del Dictador, lo sucede en la presidencia Carlos Antonio López, quién se ocupa de mantener los logros de Francia y, a la vez, modernizar al Paraguay. Convocó a técnicos e ingenieros extranjeros para poner en marcha fundiciones de hierro, fábricas de armas y de pólvora, astilleros, telégrafos y ferrocarriles. El paraguay comerciaba con el mundo a través de su propia flota fluvial y de ultramar. Además, en el país no había analfabetos y el estado becaba en Europa y Estados Unidos sus futuros técnicos e ingenieros. Paraguay carecía de deuda externa, jamás, incluso durante la guerra, pidió un empréstito, mas no pudo escapar a la imposición de estos luego de la contienda.
Este estado moderno, que a nadie pedía ni debía, autoabastecido y conciente de sí era un terrible mal ejemplo para la política que estaba de moda en la Sudamérica progresista, liberal y anglófila de entonces. Era necesario acabar con el “Tirano López” que oprimía a su pueblo privándolo de las bondades de la “civilización” que pregonaban el emperador del Brasil, Mitre y Sarmiento y, de paso, quedarse con buena parte del Chaco o el Mato Grosso, juntar esclavos y mandar al matadero a los gauchos siempre revoltosos de las pampas argentinas.
López no quería la guerra, pero tuvo que aceptarla cuando el Uruguay cayó bajo la bota de Venancio Flores y sus aliados imperiales. No contaría con los federales argentinos, acéfalos como estaban porque Urquiza, su líder natural, se hacía el tonto mientras negociaba con los brasileños. No tenía más que con su ejército, bien entrenado y equipado, para oponerse al cuádruple de fuerza.

La guerra que Mitre había proyectado que duraría tres meses tardó cinco largos años en concluir. Para llevarla a cabo Brasil recurrió a sus esclavos, Argentina a la leva forzosa en el interior y Uruguay a los gauchos de la campaña. Los “voluntarios” de la guerra del Paraguay eran llevados al frente atados de pies y manos. Muchas veces batallones y hasta campamentos enteros se sublevaron y desertaron afirmando que esta no era su guerra, que el Paraguay era una provincia hermana y que el verdadero enemigo era Buenos Aires y el emperador.
Sin embargo, hubo guerra y fue tremenda. El Paraguay y todo su esplendor fue arrasado por las hordas de la “civilización” y el “progreso”. En cinco años de lucha, fue eliminado el cincuenta por ciento de la población total del país y el 99,4% de los varones mayores de diez años murieron. Se destruyeron los astilleros, los hornos de fundición, los telares; las escuelas y los hospitales, aún con los enfermos y heridos dentro, fueron incendiados y las ciudades saqueadas. Los prisioneros paraguayos eran obligados a pelear contra sus compatriotas, aunque muchos corrieron peor suerte y terminaron de esclavos en los cafetales de San Pablo. Al lado de López pelearon los niños, las mujeres y los ancianos hasta la última gota de sangre, derramada en Cerro Corá, donde el Mariscal murió como un tigre, arrinconado por los imperiales.

No le fue mucho mejor a los “vencedores” de la guerra. Argentina tuvo miles de muertos y heridos y se endeudó fuertemente para hacer frente a los costos de la contienda. Lo mismo le ocurrió al Brasil y al Uruguay. Sin embargo, los porteños se sacaron de encima al gauchaje revoltoso, muerto en el lodo de Curupayty y Tuyutí, Brasil mantuvo unido su imperio e Inglaterra, principal instigadora, financista y beneficiaria de la guerra, pudo, por fin, controlar toda la cuenca del Plata.
La guerra del Paraguay tal vez haya sido la guerra mas injusta, sangrienta y vergonzosa de la historia de América Latina. Fue planeada por Inglaterra y sus aliados liberales para borrar del mapa una nación entera, mal ejemplo de independencia y desarrollo. Se manipuló a la opinión pública con una intensa campaña en diarios y manifiestos, tratando de justificar una acción de rapiña, totalmente impopular y demasiado costosa en vidas y bienes.
Es lícito preguntarse qué sería del Paraguay si la guerra del 1865 no hubiera ocurrido, si en vez de destruir, hubiéramos seguido su “mal ejemplo”. Tal vez, hoy América Latina sería un lugar mas justo y próspero, pero no podremos saberlo. Las tres naciones que formaron la alianza tienen hoy todavía una deuda histórica que es necesario saldar para firmar la paz de una vez por todas.

Imágenes: Cándido López.
Fuente: "La guerra del Paraguay" www.lagazeta.com.ar

martes, 1 de abril de 2008 3 Comments

Cuba. Hoy y, tal vez, mañana.

"Hay muchas maneras de matar. Pueden meterte un cuchillo en el vientre. Quitarte el pan. No curarte de una enfermedad. Meterte en una mala vivienda. Empujarte hasta el suicidio. Torturarte hasta la muerte por medio del trabajo. Llevarte a la guerra, etc... Sólo pocas de estas cosas están prohibidas en nuestro Estado" Bertolt Brecht

Cuba es…y ahí queda todo intento por explicar la realidad de la isla. Hace cuatrocientos años era la llave de América, el puerto seguro para las naves que se llevaban del Nuevo Mundo el oro y que traían del viejo muebles, telas y viruela. Trescientos cincuenta años después se transformó en un paraíso de apostadores, lavadores de dinero, gangsters y escritores, el patio de juegos y, casi casi, estado número cincuenta y uno de la unión. Después, se convirtió en una luz roja (entiéndase “alarma” o, simplemente, luz) encendida en medio del Caribe.
Hoy se ven en Cuba estas tres realidades y muchas otras mas, pero, por mucho que se quiera explicarlas, las cosas siempre son del color del cristal con que se las mire.
La Revolución de Fidel y Raúl Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara sigue viva y es imposible de disimular. Cuba es un país altamente alfabetizado, con estándares de salud superiores a los de muchos países del llamado primer mundo, con un nivel cultural en la masa de la población que produce el asombro de cualquier visitante, sea en una biblioteca o conversando con el conductor de un bici-taxi. En Cuba se aplica más el sentido común que en cualquier lado. Se protege la fuente de trabajo alentando la inversión extranjera (sobre todo en turismo) pero con la obligación de formar sociedades mixtas con el estado cubano y de contratar personal cubano, desde la mas alta gerencia al mas básico de los puestos. Se protege, también, limitando los cupos de las carreras universitarias según los puestos de trabajo que habrá disponibles al momento de la graduación de los alumnos, evitando una sobrepoblación de profesionales en áreas con la demanda cubierta y redireccionando la formación profesional hacia sectores que se prevee crecerán, según detallados estudios que se realizan cada año. Se permite la pequeña iniciativa privada, pero controla que se paguen impuestos directamente proporcionales a las ganancias. Se acepta la ayuda extranjera, no tanto en capital, sino en desarrollo tecnológico, telecomunicaciones, transporte y energía. En Cuba aún funcionan los Comités de Defensa de la Revolución y se convoca al trabajo voluntario tal y como lo hacía el Che en 1960. Los niños van a clases desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde y no les falta jamás la comida y el vestido.
Mucho es lo que se dice sobre la pobreza del pueblo cubano, pero se afirma desde nuestra propia visión de la pobreza. Es claro que existen ítems de la vida cotidiana que un extranjero reconocería como claramente deficitarios, por ejemplo el transporte público, la vivienda y la energía, aunque se ve que se realizan esfuerzos por subsanarlos y que a nadie (de verdad, a nadie) les faltan. La ciudad de La Habana está en plena restauración de su hermosa arquitectura, para lo cual, la universidad pública abrió la matricula para la carrera de Restauración Edilicia. El transporte público está incorporando unidades nuevas que conviven con muchísimas otras formas de trasladarse, y las ciudades ahorran energía encendiendo solo las luces que son estrictamente necesarias.
Con la desaparición de la Unión Soviética en 1992, Cuba perdió su principal cliente y proveedor, cayendo en una profundísima crisis. Sobrevinieron momentos muy duros en los cuales el racionamiento se hizo necesario y la economía, desde 1963 agobiada por el bloqueo estadounidense, se retraía aun mas sobre si misma. Entonces Cuba se apoyó en el turismo como fuente de divisas y, realmente, lo hizo muy bien. Abrió las puertas a las grandes cadenas de hoteles e invirtió en una extensísima red de agencias estatales de turismo que hoy tienen representantes en todo el mundo. Al mismo tiempo, protegió a sus profesionales elevando sus salarios para que no se verificara la fuga de cerebros y permitió el emprendimiento de pequeñas empresas privadas, sobre todo en el comercio. A raiz de esto, se está viendo en Cuba mucha gente que, al tener contacto con el turista, ha conseguido elevar su poder adquisitivo y se posiciona como una nueva clase social.
Sin embargo, el ciudadano cubano encuentra muchas dificultades para salir del país, lo cual se convirtió en uno de los principales argumentos en contra de la revolución que esgrimen sus mas acérrimos detractores. Es necesario tener una carta de invitación para iniciar el trámite y obtener el pasaporte, el cual, luego de una exhaustiva investigación, puede ser denegado por las autoridades. En un mismo orden de cosas, las libertades individuales, sobre todo respecto a actividades políticas, están muy controladas por un estado omnipresente que ha incurrido en violaciones a los derechos humanos y mantiene en sus cárceles muchos presos políticos. Esto alcanza a los opositores para afirmar que cuba es un país esclavo de un tirano que reprime a sus ciudadanos y donde no existe la libertad. Falso. La libertad es muchas otras cosas. Reside en poder caminar por la calle sin miedo a ser asaltado o asesinado, en tener trabajo, en tener un techo, en ver todos los días un plato de comida en la mesa y en poder dar a los hijos una buena educación. Reside en conocer, en saber y no observar impávidos como nos convierten en autómatas ignorantes. Reside en no sentir que nos mienten en la cara, que nos usan, que nos insultan y que se ríen de nosotros. Es no tener que ver que los que gobiernan carecen de escrúpulos y se enriquecen a costa nuestra cada día mas hasta lo obsceno. Es no permitir que se lleven lo que es nuestro. Es no morir de hambre, ni de frío ni de calor, es tener salud sin tener que vender el alma para pagarla, es, en suma, ser feliz, y los cubanos lo son en gran medida. Ellos defienden los logros de su revolución, los defienden y los reafirman con una cohesión admirable. Son un pueblo que se mueve en pos del bien común, que entiende perfectamente que lo poco que tienen lo tienen todos y que de otra manera sería como cualquier otro país de América Latina, donde pocos tienen mucho, algunos algo y muchos nada. En nada se cuidan de hablar de las cosas que están mal, no existe una policía secreta que mintoree las conversaciones de la gente a la caza de opositores y, al contrario, son muy conscientes del humor de la calle.
Ahora, Fidel Castro ha renunciado a la presidencia de Cuba. Aquellos que en Miami salieron a festejar a la calle se equivocan si creen que los cubanos de la isla van a dejar que lo que tanto les costó ganar se pierda por la ausencia de su jefe. Se engañan los que creen que la revolución reside en Castro, no, la Revolución es obra del pueblo cubano y lo vi claramente en los rostros de la gente, en su conversación, en su orgullo, en su alegría y en un pequeño cartel escrito con marcador y pegado en la puerta de un edificio de departamentos que rezaba “Mañana, domingo 26 de noviembre de 2007, Trabajo Voluntario” CDR 36.


jueves, 6 de marzo de 2008 1 Comment

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